La Ruta del Miedo (letherface)

Capitulo 3

El sheriff Dempsey descansaba bajo la única sombra que ofrecía un árbol retorcido, quemado por tantos veranos.

El calor parecía vibrar en las chapas del viejo patrullero. Levantó una botella casi vacía, sorbió un trago tibio y escupió el resto en el polvo.

Luego buscó su celular viejo, un ladrillo que servía sólo para marcar y aguantar golpes. Tecleó un número que conocía de memoria.

La llamada cruzó el silencio de la carretera y aterrizó en un restaurante mugriento, perdido entre caminos rurales.

Allí, Rufus Sawyer masticaba algo crudo, sentado en una mesa pegajosa iluminada por un tubo fluorescente moribundo.

Atendió sin dejar de morder.

—Rufus, amigo —dijo Dempsey con voz áspera.

Rufus detuvo la mandíbula, tragó despacio. Su respiración sonó pesada en el auricular.

—Dempsey… ¿qué pasó? —respondió, como si le diera pereza hablar.

—Unos jóvenes pasaron hace unos momentos. Tienen mala pinta. Ya sabés: los frené… venían armados. Creen que pueden entrar a Texas y hacer lo que se les antoje —gruñó Dempsey.

Rufus siguió comiendo, como si le diera igual.

—Van para tu zona —continuó Dempsey—. Y están frescos.

Esa frase —están frescos— pareció despertarlo.

—Hace rato que no comemos bien —murmuró Rufus.

Y colgó.

Dempsey guardó el teléfono y alzó la vista.

A lo lejos, un sedán gris avanzaba levantando polvo. Se acomodó el sombrero, tomó aire y levantó una mano para que se detuvieran.

Los frenos chirriaron. Kane y Byrne obedecieron sin pensarlo.

El sheriff caminó hacia ellos con calma forzada, como quien se aproxima a un animal enjaulado.

Dentro del auto, Kane murmuró:

—Tranquilo… seguro es un control de rutina.

Byrne asintió, mirando el espejo, inquieto sin saber por qué.

Kane bajó la ventanilla. El sheriff se quitó los lentes, dejando ver unos ojos secos, sin brillo.

—Caballeros —saludó con un tono amable que no combinaba con su postura rígida—. ¿Hacia dónde se dirigen?

—Buenas, sheriff —dijo Kane—. Solo estamos de paso. Cruzando al siguiente estado.

Mentía con demasiada cortesía. El sheriff lo notó… pero no dijo nada.

—¿Papeles de conducción y del vehículo? —pidió.

Kane se los extendió. Dempsey los miró apenas, fingiendo interés. Byrne sintió un escalofrío. Algo en ese hombre era… incorrecto.

—Bien… —murmuró el sheriff—. Espero que no traigan nada raro: alcohol, drogas… saben cómo es esto. No me hagan perder el tiempo.

—Nada de eso —respondió Kane.

Dempsey estaba por dejarlos ir cuando algo llamó su atención: una carpeta abierta sobre las piernas de Byrne. Inclinó la cabeza para leer mejor.

“Personas desaparecidas en carreteras de Texas.”

Los ojos del sheriff se estrecharon. Byrne se apuró a cerrar la carpeta, fingiendo naturalidad.

El aire se volvió pesado.

—Van a acompañarme —dijo Dempsey, como quien anuncia una sentencia.

—¿Acompañarlo? —Kane parpadeó, incrédulo—. Sheriff, ya nos identificamos. No cometimos ningún delito.

—Tenemos un procedimiento. Allá hay gente que puede responder sus preguntas mejor que yo. Nadie está acusándolos de nada —mintió con facilidad.

Kane y Byrne intercambiaron una mirada cargada de duda.

—No —dijo Kane, firme—. No estamos obligados a nada. Y queremos su identificación completa.

La sonrisa del sheriff se desarmó. Lento, muy lento, apoyó la mano en su cinturón… y sacó un revólver negro que parecía demasiado cómodo en su mano.

Apuntó directo al rostro de Kane.

—Texas no es un sitio para andar metiendo la nariz —escupió—. Bajen del vehículo y suben a la patrulla… o hoy termino limpiando sesos de esta carretera.

El mundo pareció detenerse.

Kane no respiraba. Byrne lo miró y afirmó con un gesto casi imperceptible.

—Está bien… —dijo Byrne, en voz baja—. No tenemos otra opción.

Las puertas se abrieron. El calor los envolvió como un castigo. Y resignados, obedecieron.

---

Los jóvenes avanzaban por la carretera interminable, con el sol cayendo a plomo sobre el capó.

Aún cargaban la tensión amarga del encuentro con el sheriff Dempsey; era como si el aire dentro de la camioneta hubiese quedado contaminado.

—Qué sheriff de mierda… abusador de poder —gruñó Josh, rompiendo el silencio.

Rick lo miró por el retrovisor, con un gesto cansado.

—Ya está, Josh. Demos gracias que al menos nos dejó ir.

Tina dejó de grabar.

Bajó la cámara vieja y apoyó la frente contra la ventana. Ya no había entusiasmo en su mirada, solo fastidio.

—Este lugar me dio mala espina desde que entramos —murmuró—. No quiero tener ni un recuerdo de esto.

—Entonces aceleremos y larguémonos —dijo Josh, ajustándose el cinturón como si pudiera huir más rápido.

Rick hundió un poco más el pie en el acelerador.

Desde atrás, Luz preguntó:

—¿Todos los sheriff de este condado serán así?

Antes de que alguien respondiera, un estallido seco —como una burbuja de aire que explota bajo presión— los sacudió.

La camioneta se ladeó.

—¿Qué demonios fue eso? —saltó Josh, agarrándose del tablero.

—Carajo… —susurró Rick, ya sabiendo la respuesta.

El vehículo perdió estabilidad y Rick luchó con el volante. Redujo la velocidad hasta detenerse por completo en el arcén polvoriento.

—Mierda… se pinchó —confirmó Rick.

—No, no, no… dejá de bromear —dijo Josh, aunque ya veía la verdad escrita en el asfalto.

Todos bajaron, menos Tina, que se quedó dentro, rígida, respirando rápido.

Rick se agachó, tocó el neumático completamente desinflado.

Josh caminaba en círculos como un animal acorralado. Luz observaba en silencio, con las manos inquietas.

—No puede ser… estamos en medio de la nada —escupió Josh.

Rick tironeó de algo incrustado en la goma. Al sacarlo, un clavo oxidado largo y torcido brilló bajo el sol.

—Aqui está el responsable… —dijo Rick, levantándolo.



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En el texto hay: crimen, asesinato, sangre dolor crueldad

Editado: 17.11.2025

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