El bar estaba lleno, pero el ambiente era tranquilo. Luces tenues y música de jazz creaban una atmósfera sofisticada, un refugio perfecto para quienes buscaban disfrutar una noche sin llamar la atención. Thomas se encontraba sentado en la barra, girando un vaso de whisky entre sus manos mientras observaba el reflejo de las personas en el espejo detrás del mostrador. Había elegido ese bar, The Elusive Fox, porque tenía la reputación de atraer a clientes exclusivos. Además, tenía la corazonada de que Katrina no se resistiría a un lugar así. Y su instinto no lo había defraudado.
Al cabo de unos minutos, ella apareció en la entrada, elegante como siempre.
Katrina se movía con una seguridad calculada, casi felina, atrayendo miradas mientras caminaba hacia la barra. Thomas fingió no haberla notado, aunque su atención estaba completamente centrada en cada uno de sus movimientos.
Ella se sentó a unos asientos de distancia, pidió una copa de vino tinto y observó con calma el ambiente del bar. Luego de unos minutos de silencioso juego de miradas, él decidió romper la distancia.
—No pensé que te gustara el vino —comentó Thomas, deslizándose en el asiento a su lado. —Katrina giró apenas la cabeza para mirarlo, sus labios curvándose en una media sonrisa.
—Y yo no pensé que siguieras frecuentando los mismos lugares que yo —respondió ella, sosteniendo su copa con elegancia. Dio un sorbo, manteniendo su mirada fija en él, evaluándolo con esos ojos enigmáticos. —Thomas no se dejó intimidar. En cambio, levantó su vaso y brindó en su dirección.
—Londres no es tan grande como parece —comentó él. Luego, como si de pronto recordara algo, añadió— Y, además, aún no has respondido a mi pregunta. —Katrina dejó escapar una pequeña risa.
—Quizás me gusta mantener ciertos secretos —dijo, con una pizca de ironía en su voz.
La tensión entre ellos era palpable, pero había algo más, algo que ambos podían percibir aunque ninguno quisiera admitirlo. Durante varios minutos, conversaron de manera casual, evitando temas profundos, lanzándose pequeñas indirectas, probando los límites del otro.
Thomas sabía que cada palabra era una prueba, una pequeña jugada en este ajedrez emocional. Después de un tiempo, ella lo miró con una expresión de fingido aburrimiento.
—Así que, ¿eres un experto en vinos ahora? —preguntó, con un tono burlón. Thomas sonrió.
—Digamos que me gusta apreciar las cosas buenas de la vida —respondió él, con un toque de provocación en su tono.
Katrina lo observó por un momento, como si estuviera evaluando si iba a responder con sinceridad.
—No esperaba menos de alguien como tú —replicó ella, con una mirada llena de sarcasmo. Thomas arqueó una ceja.
—¿Alguien como yo? ¿Y cómo soy, según tú? —Katrina dejó su copa en la barra y se giró completamente hacia él, cruzando las piernas con elegancia. Se inclinó levemente, acercándose para que solo él pudiera oír sus palabras.
—Alguien que juega a ser alguien más, pero que nunca muestra quién es realmente. ¿O me equivoco? —Él mantuvo su expresión neutral, pero la franqueza de sus palabras le hizo sentir una leve incomodidad. Katrina estaba probándolo, desafiándolo, y esa era precisamente la razón por la que ella era su objetivo.
—Tal vez no soy el único que juega a eso —respondió Thomas, manteniendo su mirada fija en la de ella. Ella se encogió de hombros, como si su acusación no le afectara en absoluto.
—Todos tenemos nuestros secretos, Thomas —dijo ella, pronunciando su nombre lentamente, como si estuviera probándolo—. La diferencia está en lo lejos que estamos dispuestos a llegar para protegerlos.
Él sabía que su comentario tenía un doble sentido, y eso lo hizo sonreír. Katrina no era solo una mujer astuta; era una estratega.
—Y en tu caso, ¿hasta dónde llegarías? —preguntó, intentando leer sus ojos. Katrina sonrió, una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos, y se inclinó hacia él.
—Hasta donde sea necesario —respondió en un susurro.
El silencio que siguió a sus palabras estuvo cargado de tensión. Durante un breve instante, Thomas tuvo la sensación de que ambos habían bajado la guardia, de que, por primera vez, estaban siendo honestos el uno con el otro. Pero la vulnerabilidad duró apenas un segundo. Katrina volvió a su expresión imperturbable y, con un gesto casual, levantó su copa.
—Por los secretos —dijo, alzando la copa hacia él.Thomas sonrió y chocó su vaso contra el de ella.
—Por los secretos —repitió.
Ambos bebieron, sus miradas entrelazadas. Pero entonces, Katrina dejó su copa y se inclinó hacia él, su expresión más seria.
—¿Por qué estás aquí, Thomas? —preguntó, su voz baja y directa.
La pregunta lo tomó por sorpresa. Sabía que Katrina era suspicaz, pero no esperaba que fuera tan directa. Intentó mantener su expresión neutral, pero la intensidad de su mirada le hizo darse cuenta de que ella lo estaba poniendo a prueba.
—Quizás me atrae tu compañía —respondió él, intentando sonar relajado.
Ella se rió suavemente, pero nuevamente la risa no llegó a sus ojos.
—¿De verdad? —dijo ella, con una ceja arqueada—. Porque tengo la sensación de que eres más que un simple admirador del arte y del vino. —Thomas sintió cómo su respiración se aceleraba. Sabía que no podía permitirse perder el control en este momento.
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Editado: 23.11.2024