La puerta de vidrio de la editorial se deslizó bajo mi mano, lisa e impersonal. Crucé el vestíbulo como si tuviera todo el tiempo del mundo, aunque en realidad llegaba con media hora de retraso para entrevistar a la famosa CEO. Según el protocolo, debía estar aquí desde hacía una hora repasando preguntas, maquillaje y bla-bla-bla.
Un par de compañeros me hicieron señas de apuro al verme pasar. «Unos minutos más, unos minutos menos... ¿Qué diferencia real hay?»
Mi cámara colgaba incómoda del cuello. Jugueteé con ella, pensando con fastidio en las fotos que tendría que tomar después. «¿Quién en su sano juicio querría entrevistar a esta mujer?» Bueno, yo. Porque me gusta el chisme, y el rumor sobre el lavado de dinero en su empresa era demasiado jugoso como para ignorarlo. Al fin y al cabo, ¿quién era yo para rechazar un chisme de esa categoría?
—Soy un chismoso —murmuré para mis adentros, absorto en la pantalla de la cámara. Hasta que vi la hora en la esquina y se me heló la sangre. 2:30 p.m. «Mierda. Me va a matar Rody, me va a despedir y luego me va a matar de nuevo». Me forcé a relajarme. «Bah... soy su mejor entrevistador. Y, seamos honestos, las damas me aman». Una sonrisa vanidosa se dibujó en mi rostro al ver mi reflejo en un espejo del vestíbulo. «Soy hermoso, carismático... en pocas palabras, DI-VI-NO».
Tan divino y tan distraído iba, que choqué con una mujer.
—Perdón, no fue mi intención... —comencé a decir, en piloto automático.
—¿Es que no ves por dónde caminas? —Cortó mi disculpa con un tono tan gélido que casi puedo decir que me quiere dar un buen combo. Ni siquiera me miró a la cara.
—¡No ves que voy cargado! —repliqué, porque mi caballerosidad tiene un límite muy bajo. Agarré mi cámara con firmeza, la miré con desafío y seguí mi camino.
A mis espaldas, escuché que alguien más se acercaba a preguntarle si estaba bien. «No es mi problema». Este no era momento para el modo "encantador". Ahora tocaba ser el periodista estrella, el Clark Kent de pacotilla.
Sonreí para mis adentros antes de empujar la puerta de la oficina 403. El caos me recibió como un mazazo. Rody gritaba a diestra y siniestra, y un coro de miradas asesinas de camarógrafos y estilistas se clavó en mí.
—¡Oh, Rody, mi amor! —canté, acercándome con pasos saltarines.
Su respuesta fue un sape en la nuca que me hizo ver las estrellas.
—¡Nada de Rody, mi amor! ¿Has visto la hora? —rugió, con los brazos en jarras y la mirada de una madre cuyo hijo ha quemado la casa.
—Detalles, Rody, solo detalles. Además, me topé con una arpía que me chocó, y cuando me disculpé, me lanzó una mirada que podría haber derretido acero.
La expresión de Rody fue tan elocuente que casi pude oírlo: «¿Quién es? Preséntamela para felicitarla».
—Bueno, después te invito un café y me cuentas todos los detalles de tu hermosa mañana —dijo, empujándome hacia las estilistas como si fuera un fardo.
—Dime, Rody, ¿quién es esta mujer a la que voy a entrevistar? —pregunté mientras unas manos anónimas empezaban a empolvar mi rostro.
Rody suspiró, con una cara que gritaba «Por el amor de Dios, no la cagues».
—Es la entrevista más difícil del año, Enzo. Nunca concede entrevistas. Es una fría calculadora andante y sus empleados le temen. No la subestimes. Ya sabes tu trabajo.
—Bueno —suspiré, dejándome caer en la silla—. Tendré que sacar mi faceta de chico encantador.
—Vas a necesitar mucho más que eso —replicó Rody, secamente.
Cuando por fin me liberaron del maquillaje, me acerqué al set con el dosier de preguntas. «Solo un trabajo más. Una última farsa para El Clarion y tal vez, solo tal vez, Quimera me dé por fin la baja definitiva. Interrogar a una CEO no estaba en mi descripción de puesto original, pero bueno».
El crujido de la puerta me hizo levantar la vista. Y allí estaba ella. La misma mujer del vestíbulo. La recorrí con la mirada: traje sastre impecable, blazer colgado con negligencia sobre los hombros, su asistente susurrándole algo al oído. Parecía una figura de mármol, serena e impasible. Nada que ver con la furia del vestíbulo. ¿A quién quiero engañar? Olvidar el pasado es de débiles. Me voy a divertir un poco a su costa.
—Bueno, bueno, pero qué honor —dije, desplegando mi sonrisa más falsa—. Señorita CEO, un placer que nos conceda su tiempo. Soy Lorenzo Russo, periodista, entrevistador y hombre del renacimiento.
Avancé y la envolví en un abrazo que no había invitado. Bajo mis manos, su cuerpo se tensó como un alambre. «Interesante. Los informes de Quimera decían que detesta el contacto físico. Confirmado». Me separé con la misma sonrisa de dientes perfectos. Detrás de ella, su asistente parecía a punto de sufrir un desmayo.
—Le deseo una entrevista... memorable, señorita Amaro —susurré, solo para ella.
Di unos pasos atrás y me dejé caer en el sofá. Ella se sentó con la rigidez de una reina ofendida, cruzando los brazos. Su mirada podría haber helado el sol. Sonreí, mirando de reojo a Rody, que ya se tiraba de los pelos.
—Empecemos —anuncié, haciendo una seña a las cámaras. Luego clavé los ojos en ella—. ¿Le parece, señorita Antonella?
—Empiece.
—Vaya, qué calidez. Dígame, para romper el hielo... ¿Sabe lo que es el lavado de dinero?
—Es un delito que consiste en integrar en el sistema financiero capitales de origen ilícito, aparentando una procedencia lícita.
—Vaya, qué culta —sonreí, garabateando un monigote con corbata en mi libreta—. ¿Y qué me dice del rumor que circula estos días?
—¿Perdón?
—Ya me oye. ¿El que dice que su empresa está involucrada en ese delito?
—Lo niego rotundamente.
—"Sin comentarios" —murmuré, moviendo la cabeza con falsa pena—. La veo alterada, señorita. ¿Quiere añadir algo?
—No.
—¿Considera que esta conversación es una pérdida de tiempo?
—Sí.
—¿Siempre mira a la gente con ese desdén, o es un honor exclusivamente mío?
Editado: 16.11.2025