Las chicas del Fbi también pueden ser sexis (editando)

Mamá

Me levanté repentinamente, con el pelo empapado en sudor. Miré el reloj colocado encima de mi mesilla, marcaba las cuatro y treinta y siete de la mañana.

Decidí ir a la cocina a por un vaso de agua,  mientras bajaba las escaleras, visualicé aquella única foto de mi padre fallecido; en el suelo. La recogí con cuidado de no cortarme y la volví a colocar en su sitio. Continué bajando, inesperadamente mis ojos se toparon con varias cosas tiradas por el suelo y la puerta entornada, dejando pasar el frío de la noche. 

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, alguien había entrado aquí o al menos eso era lo que parecía.

Me quedé quieta en el mismo sitio, todo estaba en silencio y yo no me atrevía a moverme, la tensión que ahora existía me paralizaba por completo.

Esperé a que mi cuerpo diera la orden de moverse, comprobando antes que todo seguía en silencio y subí corriendo a la habitación de la única mujer que podía protegerme, mi madre. 

-¡Mamá!- Grité mientras abría la vieja puerta de madera.

Mis ojos se humedecieron cuando la vi tendida en la cama, con una salpicadura de sangre sobre la almohada blanca, como si una bala hubiese pasado por allí.

Me acerqué a ella lentamente, con el cuerpo temblando y sin poder dejar de sollozar. En su mano izquierda, descansaba una pistola y en su sien, un agujero de bala negro como la noche.

Las lágrimas se deslizaron rápidamente sobre mis mejillas, ahora pálidas por lo que habían presenciado. Tomé el móvil de la mesilla de mi madre y llamé a emergencias, mientras mi cuerpo no paraba de temblar.

-Buenas noches ¿Cual es su emergencia?- Contestó la voz de una señora tranquilamente, como si esa noche no hubiese habido ninguna llamada importante.

-Mi ma-madre...- Tartamudeé.- Está muerta, se ha… No lo sé por favor, vengan rápido.

-Trate de tranquilizarse, mandaré una patrulla hacia allí, dígame la dirección y no cuelgue.

Tiempo después, llamaron a la puerta e inmediatamente fui a abrir, todavía con lágrimas en los ojos. Sin darme tiempo a reaccionar, una  agente se aproximó a mí, mientras los demás inspeccionaban la casa y subían a su habitación. Ella vestía completamente normal, sin ningún uniforme o placa que pudiera identificarla. Su pelo oscuro, descansaba sobre sus hombros.

-Me llamo Janeth Smith, formo parte del FBI.- Me tendió la mano y se la estreché.- ¿Puedo saber tu nombre?

-Abby.- Le miré.- Abby Miller. Yo… No sé qué ha podido suceder, no puedo creerme que…

De nuevo, los sollozos.

-Tranquilícese, vamos a ayudarla, pero necesito hacerle antes una serie de preguntas para saber qué ha pasado.- Asentí temblorosa.- ¿Viste algo o a alguien antes de llamar a emergencias?

-No, yo… Yo me levanté para ir a la cocina,  y vi cosas tiradas por el suelo y a ella…

Observé con melancolía, cómo se llevaban el cadáver de mi madre fuera de aquí, tapado con una sábana blanca y dejando ver el leve relieve de su pequeño cuerpo, dejando atrás todo lo que ella había vivido.

-No podemos decirte nada con exactitud, pero temo que se pueda tratar de un homicidio.

-¿Quién podría…? Mi madre era buena, no tenía enemigos… ¿Quién ha podido ser capaz de hacer algo tan… atroz?

-Escúcheme, vamos a acordonar la zona y buscaremos cualquier cosa que pueda ayudarnos. Venga conmigo, la llevaré a comisaría para poder hablar más tranquilamente.

Mi mente divagaba, buscando una posible respuesta a lo que había pasado esa mañana. El suicidio era un disparate y un homicidio… Algo totalmente fuera de lugar.

La sala de interrogatorios era oscura y fría y el silencio era roto a causa de mi llanto y mi fuerte respiración, que parecía no poder parar hasta consumirme por completo.

Durante toda la mañana me quedé sentada allí, contestando las mismas preguntas una y otra vez y tratando de recordar si había visto u oído algo de lo que no era consciente. Fue demasiado agotador y excesivamente doloroso, volver a recordarla tumbada sobre aquella cama que había albergado tantas noches… 

Parecía surrealista todo lo había pasado esa mañana y como de un día para otro ya no la tenía a ella. No podía imaginarme quién sería capaz de haber hecho algo así, acabar con la vida de alguien, como si fuese una llama de fuego a punto de ser extinguida. No comprendía el cómo… Ni mucho menos el porqué.

Al salir de la comisaría, fui sorprendida por una voz que me resultaba muy familiar.

-¡Abby!- Keira se paró en seco delante mía y trato de recuperar el aliento.-Te he buscado por todas partes, me he enterado de lo que ha pasado ¿Cómo estás? Lo siento mucho.

-Estoy… No lo sé.- Y dicho esto sus débiles brazos me rodearon, permitiendo de nuevo que mis lágrimas brotaran de mis cansados  y rojos ojos.

Mi corazón se encontraba destrozado y mi mente demasiado desorientada como para saber que hacer ahora, es más ¿Acaso yo podía hacer algo? ¿Debería hacer algo tal vez? 

-Estoy a tu lado, Abby, de verdad, siento mucho lo que ha sucedido.-Hizo una pausa.- ¿La policía te ha dicho algo? ¿Qué ha pasado?  Perdón, no sé si debería preguntar, es que… No sé que puedo decir.

Keira era mi amiga desde secundaria, ambas estudiábamos criminología en la universidad  y vivíamos a pocas manzanas, ella  junto a  su madre, Olivia.

-Los del FBI me dijeron que podía tratarse de un homicidio. Mi madre…-Ahogué un sollozo.- Falleció a causa de una bala en la cabeza, parecía un suicidio y quizás hasta lo sea…

-Lo siento… ¿Quién sería tan cabrón de hacer algo así…?

Me encogí de hombros, sintiendo impotencia a su vez.

-Supongo que se abrirá un caso…

-¿Quieres que me quede esta noche contigo? O puedes venir a casa si así lo prefieres.

-No, gracias. Necesito estar sola, tratar de asimilar todo esto.-Suspiré y limpié mis mejillas con el dorso de la mano.- Además, es seguro estar allí, el FBI dijo que vigilarán mi casa por si ocurre algo más.




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