Ellie
¿Nunca has tenido un momento de reflexión espiritual?, ¿una de esas
pausas en las que te paras a pensar en cómo coño has terminado en la
situación actual?
Yo lo tuve en ese coche.
Con el sobaco de Víctor en la cara, Jane conduciendo con un mal humor
preocupante y cuatro personas protestando detrás, tenía bastantes cosas
sobre las que reflexionar.
—¿Puedes dejar de moverte? —protestó Marco de mal humor.
Tad, que seguía sentado en su regazo, se removió con incomodidad.
Intentaba sujetarse a los asientos delanteros para no apoyarse mucho en él,
pero Jane conducía demasiado rápido y, por lo tanto, se lo estaba poniendo
muy difícil. Confusa, la miré de soslayo. Ese comportamiento no era muy
normal.
—Es que no sé cómo ponerme —murmuró Tad, avergonzado.
—¿Puedes sentarte y ya está?
—¡Estoy sentado!
—¡¡¡Pues siéntate mejor!!!
Tad acabó rindiéndose y se sentó de golpe sobre el regazo de Marco.
Justo… ahí. Este abrió mucho los ojos, alarmado, y Tad se apartó
rápidamente, todavía más alarmado que él.
Suspiré pesadamente y Víctor, por consiguiente, bajó la mirada hacia mí
y sonrió.
—Tan paciente como de costumbre, por lo que veo.
—Cállate —mascullé.
—Oye —comentó Eddie, que miraba por la ventanilla con cierto temor
—, ¿no estamos yendo muy deprisa?
—No —dijo Jane entre dientes.
—Em…, ¿seguro? No tengo carnet, pero diría que ir a setenta por hora en
una zona de cuarenta es un poco…
—¡He dicho que vamos bien!
—Qué contento está todo el mundo —comentó Oscar.
—¿Tú solo te despiertas para decir tonterías? —intervino Marco, aún de
mal humor.
—Diría que esa es mi función en la vida, sí.
Justo en ese momento, vi que nos acercábamos a un semáforo en rojo.
Miré de reojo a Jane; yo estaba muy convencida de su responsabilidad, pero
esa certeza se disipó en cuanto me di cuenta de que no estaba frenando.
—Eh…, ¿Jane? —murmuré.
—¡¿Qué?!
—Un semáforo rojo quiere decir que frenes, ¿no?
—¡Claro que sí!
—Pueees…
No hizo falta que terminara la frase, porque lo divisó justo en ese
momento. Jane abrió mucho los ojos, soltó una palabrota y, acto seguido,
pisó el pedal del freno con todas sus fuerzas.
¿Hace falta que recuerde que la mitad del coche iba sin el cinturón
puesto?
Diversión asegurada.
Yo tuve suerte —bastante relativa— porque Víctor estaba delante de mí.
Se sujetó al asiento con una mano y con la otra me retuvo del hombro, así
que no me hice daño.
Los demás, en cambio…
Oscar reaccionó a tiempo y se sujetó a mi asiento, pero Eddie se despistó
y terminó estampado contra el de delante. Oí su gemido de dolor. Seguido
del chillido de Tad, que, con tal de no salir disparado, se aferró con fuerza a
lo primero que encontró…, que resultó ser Marco.
En cuanto el coche se detuvo, Jane se recolocó el mechón de pelo que le
había quedado en la cara. Después, con la respiración acelerada, miró a su alrededor.
—¿Todo el mundo sigue vivo? Por favor, decidme que sí.
—¡Sí! —aseguré, frotándome la cabeza.
Víctor se frotaba las costillas, justo donde le había dado.
—¡No! —se lamentó Eddie mientras se sujetaba la nariz dolorida—.
¡Mierda! ¡¿No podías frenar un poco antes?!
A todo esto, Tad continuaba agarrado con brazos y piernas a Marco. Este
último recuperó la compostura y se volvió lentamente hacia él. Al darse
cuenta de cómo estaba, frunció el ceño.
—¿Tienes pensado pasarte así el resto del viaje? —preguntó,
malhumorado.
—¿Eh? —Tad tardó unos instantes extra en entender a qué se refería, y
entonces se separó de un salto, prácticamente sentándose encima de Oscar
—. ¡PERDÓN!
—Me estoy mareando —siguió Eddie, todavía cubriéndose la nariz.
Jane musitó otra palabrota y, cuando el semáforo se puso en verde,
aceleró con suavidad.
—¿Estás bien?
Tardé unos segundos en relacionar que la pregunta iba para mí. Levanté
la cabeza, confusa, y encontré a Víctor mirándome.
—Ah, claro, pregúntaselo a ella, que se ha dado un golpecito en la frente,
pobrecita —protestó Eddie por ahí atrás, todavía con voz nasal—. No se lo
preguntes al que se ha dado con toda la nariz en el asiento.
—¿Estás bien? —le preguntó Oscar, aunque no parecía muy interesado.
—¡¡¡Claro que no, idiota!!!
—Con esa actitud, ¿cómo quieres que te pregunten nada?
Víctor seguía mirándome y esperando una respuesta. Dejé de frotarme la
cabeza y aparté la mirada, un poco avergonzada.
—Sí —dije simplemente; entonces me acordé de que me había ayudado,
pequeño detalle—. ¿Y tú?
—Sí.
—Ah. Bien.
Lo miré por el rabillo del ojo y lo pillé con la vista aún clavada en mí.
Esta vez, debió de ser él quien se sintió raro, porque carraspeó y se volvió
hacia la ventanilla.
Media hora después, estábamos todos sentados en una cafetería del centro comercial; Marco, de brazos cruzados, Tad lo miraba de reojo con
temor, Eddie se sujetaba una bolsa de hielo —que nos habían prestado, muy
simpáticos— contra la nariz, Oscar daba sorbitos a un batido, Jane tenía la
cara hundida en las manos, Víctor contemplaba su alrededor y yo me
preguntaba en qué momento habíamos terminado ahí.
Ideal para una postal.
—¿Va todo bien? —le pregunté a Jane.
¿Yo, preocupándome por el bienestar de otra persona? Un hecho
totalmente insólito.
Hoy te has ganado una pegatina verde.
—Sí —musitó ella contra sus manos.
—Oye, no es por meterme en tu vida —comentó Oscar—, pero lo de casi
matarnos es un buen indicativo de que no todo va bien.
Jane suspiró y, finalmente, apoyó los codos en la mesa para mirarnos.
—Ayer tuve una cita desastrosa —explicó— y hoy he tenido una
entrevista de trabajo igual de horrible.
—¿Tan mal ha ido? —quiso saber Tad.
—Bastante, sí. Me han dicho que no porque, según ellos, soy demasiado
joven y buscan a alguien con más experiencia. ¿Cómo voy a tener
experiencia, si todo el mundo me dice lo mismo? Además, ¿desde cuándo
está mal visto que un DJ sea joven? ¡Tampoco es para tanto!
—¿Eres DJ? —preguntó Marco con una mueca de desagrado.
—¿En algún momento del día usas un tono inofensivo? —pregunté yo.
—No —respondió Víctor por él.
Marco se mostró muy ofendido por la acusación.
—¡No estaba preguntándolo por nada malo! Solo era curiosidad.
Además, tampoco es que vosotros dos seáis la alegría del equipo.
—Aquí el único simpático soy yo —declaró Oscar con una gran sonrisa.
—Si te vas durmiendo por los rincones —murmuró Eddie, con una voz
nasal debido al hielo.
Mientras continuaban picándose entre sí, me volví hacia Jane.
Contemplaba el café que se había pedido, parecía hundida. Pillé a Víctor
observándola, también.
—Saldrá otra oportunidad —le aseguró, intentando consolarla.
—No sé qué decirte.
—Vamos, no te hundas. En algún momento surgirá la oportunidad perfecta.
—No sé —insistió Jane—. Quizá debería buscar trabajo de algo más, así
sería más fácil.
No supe qué decirle, y me sentí mal. Lo de consolar a la gente no era mi
punto fuerte, me daba miedo soltar algo que empeorara más la situación.
Ojalá Jay estuviera aquí. Seguro que encontraría las palabras adecuadas.
El amor fraternal va y viene según conviene.
—A ver —intervino entonces Marco—, yo tengo una idea, pero como os
pasáis el día quejándoos de que soy tan malo…, no la diré.
Todo el mundo se volvió hacia él a la vez. Estaba claro que esperaba que
le preguntáramos, pero nadie lo hizo.
—Vaaale, os lo contaré —cedió al final.
Eddie frunció el ceño.
—Nadie te lo ha ped…
—No insistas más, ¡ya os lo cuento!
Oscar puso los ojos en blanco, pero no dijo nada. Marco, por su parte,
entrelazó los dedos y se inclinó sobre la mesa. Hizo, incluso, una pausa
dramática para crear expectación.
—Aunque no sea el capitán del equipo —pronunció lentamente mientras
echaba una mirada rencorosa a Víctor—, me preocupo por su bienestar…
—Yo no soy del equipo —señaló Jane.
—… y creo que puedo ayudarte a conseguir trabajo —añadió,
ignorándola.
Si tenía alguna protesta, se la calló.
Aun así, Víctor lo miraba como si no se fiara demasiado. Le di un codazo
furtivo para que lo disimulara, pero no me hizo caso.
—Verás —siguió Marco—, mi madre tiene una empresa bastante
prestigiosa con la que organiza fiestas de todo tipo. Normalmente busca a
profesionales que la ayuden en todas ellas, así que podría pedirle que te
hiciera un hueco en la plantilla.
—¿Por qué siento que no se trata de un gesto de amor desinteresado? —
murmuró Oscar.
—No lo es —dijo Eddie enseguida—. Su madre le dice que no hace nada
de provecho, y así fingirá que se ha pasado semanas y semanas haciendo
entrevistas para contratar a alguien.
Ante la acusación, Marco se llevó una mano al corazón.