CAPÍTULO 2
LA NUEVA VIDA DE CINDY
Aquí es donde la historia comienza a ponerse extraña
–Hija. ¿Puedo pasar?
–No– respondió Cindy –No estoy vestida.
Pero la mamá entró de todas maneras. Aquello había sido una mentira, pues había ido a la cama con la misma ropa negra con la que la tarde anterior la habían vestido para el funeral. Esa mañana la niña había escuchado el despertador, pero no se había levantado. No porque no pudiera, sino porque se dio cuenta que en toda la noche no había sentido la necesidad de dormir y estaba absorta en sus pensamientos.
Y así habían dado las nueve de la mañana, hora en que la madre finalmente se había armado de valor para subir y averiguar si la niña se seguía moviendo.
Lo primero que hizo su mamá al sentarse sobre la cama fue mirar a la pequeña tortuga muerta flotando en el agua recién cambiada.
–¿Qué le pasa a Winston?– preguntó ella, aunque sabía perfectamente qué sucedía.
–Está agotada– respondió Cindy, levantándose para mirarla –Nadó toda la tarde.
–¿No querrás decir que flotó?
–Es lo mismo– dijo ella sonriendo. La madre miró a los ojos de su hija tratando de encontrar algo de su hija en ellos, pero era como si no pudiera detectar su alma.
–¿Por qué no te has preparado para ir a la escuela?
Cindy lo pensó un momento, finalmente contestó.
–No recordaba que debía ir a la escuela.
Esta vez la que se quedó callada fue la mamá, mientras la hija sacaba a su tortuga muerta y jugueteaba con ella. El animalito mecía la cabeza de un lado a otro conforme ella la mimaba.
–¿Cuál es tu nombre?– le preguntó su madre.
–¿Qué pregunta es esa?– respondió la niña –Yo soy Cindy, tu hija.
–¿Y cómo me llamo yo?
Esta vez, Cindy vaciló, como si le hubieran preguntado algo difícil pero ella no quisiera que se enterara que no sabía la respuesta.
–¡Pues eres mi madre!– respondió impaciente –Eso lo sé muy bien.
–¿Pero cuál es mi nombre?– dijo la mujer tratando de contener una lágrima.
–No, no lo recuerdo– dijo tartamudeando.
Cindy sintió una punzada de miedo cuando la mujer que tenía enfrente lo abrazó. Ahora que lo pensaba bien, no podía recordar muchas cosas .¿Cómo se llamaba su mamá? ¿En qué trabajaba su papá? ¿Cuántos años tenía? Ni siquiera había recordado que debía ir a la escuela. ¿Acaso su cerebro estaba empezando a secarse?
Nadie lo sabe con seguridad. Algo traumático había sucedido desde el momento en que se había levantado y descubierto que era sólo un cuerpo caminando; algo que le había impedido contemplar la vida y la muerte de la misma manera. Ella sabía que Winston ya estaba muerta, pero la misma Cindy ya estaba muerta, así que, ¿Por qué debía comportarse diferente con su tortuguita sólo porque ella ya no quería moverse?
–Sé lo que te animará, Winston– dijo, acariciando el caparazón de la tortuga con el dedo –Iremos hoy a comprarte una compañerita.
Cindy se levantó de la cama y se puso sus zapatillas. Se miró al espejo y se retocó un poco de maquillaje para cubrir las manchas de su rostro. Miró su cuerpo y posó frente al espejo. “A pesar del daño, no me veo tan mal”, dijo. Alisó un poco su cabello con la mano y se colocó un moño. Estaba lista para salir.
Cindy saludó a su papá antes de salir, que le devolvió el saludo con una expresión de alegría forzada. Ella se sentía muy bien. Por alguna razón tenía más movilidad que el día anterior e iba a aprovechar para salir a comprar una nueva mascota.
–¿Me das dinero para comprar una tortuga?– le preguntó a su papá. Él pareció pensarlo.
–¿Para qué la quieres? Tenemos comida en la casa– le recordó.
–¡No la quiero para comérmela!– dijo sonriendo, pero en el fondo, algo en su cerebro muerto le decía que la idea no estaba nada mal.
Bajó las escaleras y se encontró con el tío Hipólito, que apenas despertaba de su sueño tras pasar la noche en el sillón. Al ver a la niña, se estremeció y se levantó de inmediato, sosteniendo su crucifijo frente a ella.
–¡Apártate Satanás!– gritó eufóricamente.
–Hola tío– saludó ignorando la cruz –¿Te quedarás a comer o regresarás al pueblo?
El hombre se desplomó nuevamente en el sillón cuando Cindy dejó la casa.
Cindy caminó por la calle, saludando a todos los vecinos que se encontraba con su habitual alegría. Estos le devolvían el saludo con una sonrisa tan falsa como la de su propio padre, meciendo la mano, pero mirándola como si estuvieran frente al mismísimo demonio.
Avanzó un par de calles y llegó a la tienda de mascotas. Entró al local y una pequeña campanilla sonó en el fondo. Brincó hasta llegar a la jaula de los conejitos y los observó limpiarse los bigotes. Miró de reojo al escaparate del vendedor, que no había atendido al sonido de la campanita. Se encontraba sola.
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Editado: 30.04.2020