CAPÍTULO 5
CUMPLEAÑOS EN HALOWEEN
Cuando dos mundos diferentes empiezan a convivir
Un mes había pasado desde la fatídica visita del señor Caronte. En ese tiempo Cindy había vivido (si es que aún se le puede llamar así) en completa tranquilidad. Pocas cosas le emocionaban desde su muerte, pero aún así no podía evitar notar que el mes de octubre estaba llegando a su fin, y su cumpleaños estaba a menos de una semana. Cada año sentía ese cosquilleo asomándose ante la inminente llegada de su día especial, pero este año no había pensado en ello hasta que su madre se lo recordó.
–¿Qué te gustaría que te regaláramos, querida?– preguntó con una sonrisa.
–No lo sé– respondió pícaramente –pero si me lo permites, madre, me encantaría invitar a mis amigos a la casa.
–¡Eso también me gustaría mucho!– prorrumpió en gozo la mamá, imaginando cuán alegre se vería la casa llena de rozagantes jovencitos compartiendo el santo de su princesa, y Dios sabía que si algo necesitaba la casa, era un ambiente más ameno.
En el mes que había pasado, Cindy había recibido dos visitas más de su tío Hipólito en inútiles intentos por exorcizarla. La primera vez sorprendió a la chica en la entrada de su casa, enfrente de Enrique, con quien hablaba sobre su próxima cita.
–Mi tío es muy bromista– comentó avergonzada la chica, después de deshacerse del tío que no paraba de pasarles una cruz por la frente al tiempo que ordenaba a Satanás abandonar ese cuerpo –Y claro, Enrique, me encantará salir contigo de nuevo.
Desde que el señor Poeta había contado a Cindy la fúnebre historia de su desamor, ella trataba a Enrique de una manera mucho más cordial.
La segunda visita del tío Hipólito había sido una semana después, a media noche. Cindy, aún convencida de que había un monstruo acechándola bajo su cama, pasaba las noches con un viejo bate de béisbol de su padre, lo que había resultado en un doloroso recibimiento cuando el tío salió repentinamente del armario con un crucifijo en la mano y empezó a gritar mientras saltaba a su cama.
–Por cierto– dijo su mamá –recibí noticias de tu tío Hipólito. El doctor dijo que ya salió del estado de coma.
–Me alegra saberlo– dijo la muchacha sin alzar la mirada.
A nadie más que a Cindy parecía importarle que un hombre de 46 años se hubiera escondido en la casa para saltar a la cama de su sobrina a media noche más que el hecho de que ésta, pensando que se trataba del monstruo del closet, le hubiera hecho 4 fracturas en el cráneo con su bate.
Para la mamá de Cindy, sin embargo, la única alegría que valía la pena era la promesa de conocer a los compañeritos de su hija.
Claro que Cindy no había pensado en Karen, Adriana o Enrique. Ella había estado contemplando la ocasión para volver a ver al señor Poeta y sus amigos difuntos, pues no había sabido nada de ellos desde la noche que habían enfrentado al señor Caronte y eso la tenía un poco alterada. ¿Y si éste por fin había conseguido llevarlos al infierno? Ella frecuentaba la tienda de mascotas y la entrada del cine, con la esperanza de encontrar una vez más a su amigo, pero pronto llegó a la conclusión de que el señor Poeta no compraría mascotas a diario y seguramente no lo vería cerca del cine hasta que saliera la segunda parte de “La bestia del pantano corrosivo”.
En ese mes ella se había fugado un día para ir a buscar la cabaña donde había tenido lugar la fiesta del señor Poeta, pero por alguna razón no había podido dar con ella. También había pensado que si se daba un par de vueltas por la plaza, quizás encontraría al señor Titiritero trabajando, pero tampoco parecía haber señales de él.
–¿Qué tienes, preciosa?– preguntó su papá, mirándola con intriga –¿Sigues triste por lo de tu tortuguita?
–No papá– respondió –Winston tenía que irse con su novia, aquí no hubiera podido formar una familia. Sólo me siento un poco desanimada hoy.
Sus papás, en un intento por erradicar el hediondo criadero de bacterias en que se había convertido la pecera de Winston y su compañerita, habían acordado tirar los animales muertos mientras Cindy estaba en la escuela y decirle que sus dos tortuguitas se habían escapado para poder dar rienda suelta a su desenfrenado amor bajo otras identidades y nuevos nombres. Para sorpresa de ellos, la niña les había creído cada palabra.
Cindy pensaba cuán irónica era la vida ahora en su muerte, preguntándose en qué momento se había convertido en la única chica que no quería hablar de sus sentimientos. Sin embargo, ¿Habrían comprendido sus padres su deseo de volver a ver a sus amigos de la cabaña si les hubiera contado?
–Otra cosa– le recordó su padre –Llamó la señora Fátima. Dice que si sigue en pie la oferta de cuidar a su niño esta tarde.
–No me acordaba– dijo Cindy, sorprendida –pero sí, dile que iré después de la escuela.
Antes de llamar a la señora y confirmar su asistencia, ambos padres se aseguraron de que esta vez no le faltara su fluido cerebral.
La muchacha iba esta vez con un vestido negro, largo y lleno de encajes, además de calcetas alargadas y un hermoso listón negro en su cabeza. Cada vez tenía que usar más ropa encima para ir a la escuela para que no se notara tanto el deterioro de su cuerpo (un mes de muerta no le sentaba muy bien a nadie, pero supuso que si el señor Taxidermista y los demás habían aguantado tantos años sin despedazarse, ella no tenía por qué preocuparse).
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Editado: 30.04.2020