En las tierras gélidas de la Rusia medieval, bajo el manto de un cielo perpetuamente gris, nació Vladímir Drakov. Su cuna fue un castillo austero, rodeado por los bosques impenetrables y las montañas nevadas que se alzaban como guardianes de antiguos secretos.
Vladímir creció en la nobleza, hijo de un linaje de guerreros y conquistadores. Su infancia estuvo marcada por el rigor del acero y el frío de la soledad. Desde joven, demostró ser un estratega brillante y un guerrero sin igual, pero su corazón anhelaba algo más que la gloria efímera de la batalla.
Una noche, mientras la aurora boreal danzaba en el cielo, una mujer estaba esperándolo, oculta entre las sombras de un callejón lleno de basura. Aquella bella mujer lo llamaba con voz sensual, los pasos de Wladimir se fueron haciendo más lentos hasta que se detuvo.
— ¡Por favor, ayúdeme!
La nieve seguía cayendo con suavidad cuando él se giró para mirar en la oscuridad, incapaz de ver a la dueña de aquella voz sensual, él se quedó quieto.
Wladimir sintió por primera vez un escalofrío de miedo. Él entró despacio en la oscuridad de aquel callejón y un escalofrío atravesó su nuca, helando su alma. Él sabía que en ese instante no debió dar un paso adelante. Pero ya era tarde.
— Salga donde pueda verla.
— No puedo. Estoy herida. Por favor, ayúdame. No me deje morir aquí con este frío. Ayúdeme.
Wladimir se acercó hasta el callejón oscuro traerme hacia donde estaba. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca, todavía cegado por la oscuridad, ella se acercó. La mirada de aquella mujer era intensa y con una voz de encantos como las sirenas.
La mujer arrojó a Wladimir sobre la basura, que él se quedó sin aliento, entonces aquella mujer se echó encima de él. Alina era dulce como las fresas del campo. Se quedó allí sentada a horcajadas sobre él.
— Eres perfecto, ya no estaré sola nunca más.
Wladimir solo distinguía la forma de su rostro y sus ojos eran como dos esmeraldas que brillaban en la oscuridad, y su voz, un canto que prometía la eternidad.
— Llevo mucho tiempo observándote, ¿sabes? Te he elegido a ti entre todos los que he conocido. Deberías estarme agradecido, Wladimir, por el regalo que estás a punto de recibir.
Aquella mujer se inclinó sobre él. Se acercó a su cuello, cuando sintió el contacto de su boca fría sobre la piel. Luego vino aquel momento que Wladimir nunca olvidaría mientras viviera, ella una belleza de mujer, que lo mordió. Durante solo un instante, cuando sus incisivos agujerearon la tierna piel de su cuello.
La transformación fue un tormento que desgarró su alma. Luego el dolor desapareció y se quedó con el horror de lo que me estaba ocurriendo. La boca de aquella mujer succionaba su cuello, se bebía la sangre, la que corría por su cuerpo.
Wladimir podía sentir como se le escapaba la vida en aquel momento, por aquellos dos agujeros pequeños. Los párpados de Vladímir temblaron, y luego se abrieron, revelando un par de iris que ardían con un fuego sobrenatural.
Se incorporó con una gracia que no poseía antes, mirando sus manos, ahora pálidas como el mármol. Con asombro mira a la mujer que lo había transformado y aún aturdió por aquel momento.
— Siento… Poder.
— Eso es solo el comienzo. Con cada latido de tu corazón inmortal, sentirás más. —le dice ella con una sonrisa orgullosa.
Vladímir se puso de pie, moviéndose. Observó el cielo estrellado, ahora viendo cada estrella con una claridad cristalina. Voltio y miro a la mujer.
— ¿Y ahora qué? ¿Qué se supone que haga con esto? —ella acercándose a él le dice.
— Ahora vivimos juntos, cazamos juntos, amamos juntos. Somos dueños de la noche y todo lo que ella oculta.
— ¿Y qué hay del amor, de las conexiones humanas? —ella con un tono suave le contesta.
— El amor… se transforma. Algunos lazos se rompen, otros se forjan más fuertes. Pero recuerda, la eternidad es tanto una bendición como una maldición.
Wladimir se queda mirando hacia la luna.
— Ahora como podré vivir.
— He caminado por este mundo durante siglos. Te acostumbrarás a esto Wladimir.
— ¿Esto es una promesa?
— Una promesa, mi querido Wladimir. Una promesa de que juntos, podríamos ser invencibles.
— Entonces he pagado el precio.
— Sí. Porque ahora he encontrado un compañero que comparta mi eternidad y las tinieblas conmigo.
— Entonces que así sea. Unidos en la oscuridad, reinaremos hasta que las estrellas mismas se extingan.
Las sombras parecían burlarse de él, danzando en las paredes como si celebraran su soledad. Vladímir caminaba por los pasillos, cada paso un recordatorio de la ausencia de ella. Los siglos que había enfrentado, las batallas que había ganado, nada parecía tener sentido sin su presencia.
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Editado: 09.06.2024