Lejos allá, tiempo hace, Japón '73

Todo empieza un día

Todo se fue desarrollando naturalmente, había ingresado a esa empresa por insistencia o mejor dicho persistencia de Peter. El concurría día por medio al comercio donde yo trabajaba, y me traía folletos de distintos equipos y andaba detrás de mí explicándome la aplicación de cada uno, me conocía y sabía cómo interesarme. Después de varias semanas, me lanzó la propuesta: que vaya a trabajar con él, pues se había generado una vacante. No le respondí nada concreto, solo dije que lo pensaría.  Eso fue lo que intenté hacer porque la situación era clara y simple, trabajaba con Pedrito O. un viejo compinche y en algo que no tenía secretos para mí e inclusive no era estresante. Es más, en verano nos íbamos a tomar cerveza con todo el equipo y no faltaba el asado semanal en los carritos de la costanera. Por otra parte ganaba bien o por lo menos lo suficiente y al hecho de cambiar a trabajar con Peter W. no le veía sentido, Así que decidí decirle que no. En casa todos los jueves se comía pulpo a la gallega y ese jueves apareció Peter con su botella de “criadores” (que de todas formas consumía él, consciente de que en casa a nadie le gustaba el whisky) y se sumó a la cena. La sobremesa achicó la noche y se hizo tarde mientras mirábamos una película en TV, (un bastidor que mostraba todos los componentes, lo había armado allá por 1956 en mí época de servicie de TV) y durante las propagandas volvía infatigablemente al tema que lo ocupaba; finalmente se quedó a dormir. Por la mañana ya tenía el desayuno y los folletos sobre la mesa de la cocina. Se fue sacándome la promesa de que iría con él a esa empresa de la calle Libertad 836. El lunes siguiente, Nos dirigíamos al centro, iba más curioso que interesado, tanto así que calculé la distancia de casa a esa oficina y estimé su lejanía para tener un motivo más para rechazar la propuesta. Ingresamos al edificio con música de chámame, tomamos el ascensor hasta el segundo piso y  entramos a la primera oficina, una señora chiquita, viejita y blanca sonrió al tiempo que iniciaba un diálogo con Peter, mientras yo miraba con cierta curiosidad lo que esa oficina contenía. En un cubículo pequeñito había una  pareja mayor, el señor trabajaba frenéticamente en un libro de caja,  a continuación un cerramiento más luminoso con el “príncipe Carlos” sentado ahí, otro lugar similar vacío y detrás dos figuras tapadas parcialmente por una columna. En ese momento Peter me indicó que me aproxime y me presentó al “príncipe” que estaba de incognito y hasta su voz correspondía al tono esperado en un príncipe inglés. Hablamos más de media hora, él explicándome la evolución de la empresa y queriéndome impresionar con la magnitud de la misma, si bien al comienzo lo escuchaba un tanto desganado, para ese entonces ya me resultaba simpático y pintoresco. Le expliqué que había trabajado en TV, que comencé en Emerson, que había continuado en Geloso pasando luego a Columbia, finalmente a Admiral y que después del servicio militar cambié de ramo e ingresé a IBM, donde permanecí dos años. Cuando dije IBM observé que cambió levemente su expresión y se sentó más formal en su sillón, apenas me detuve, carraspeo e introdujo un displicente ¿trabajó usted en IBM? así es -dije- ¿por qué dejó esa empresa? preguntó mirando con un rostro suficientemente apático como para justificarse. Ocurrió que con un compañero salimos para instalar una fábrica de autorradios-dije con una sonrisa- esta se me escapó al recordar el hecho, la verdad que instalamos la fábrica para salir de IBM. A continuación hablamos de salarios y la oferta apenas superaba mi sueldo, Pero finalmente quedé en solucionar mi actualidad y comunicarme. Me había picado el bicho del cambio, en realidad era una neurona rebelde o loca que indudablemente vivía conmigo en estado de hibernación o algo así, pero por cualquier motivo se disparaba saliendo del letargo sin causa aparente y todo se iba al demonio; se había manifestado por primera vez allá por Marzo de 1954; al regresar de las vacaciones en Febrero del año anterior encontré a Buenos Aires desierta de amigos, parecía un “complot”, así que para hacer algo ingresé como cadete en una empresa consignataria de hacienda y cereales ubicada en 25 de Mayo esquina Cangallo, toda una aventura para alguien acostumbrado a San Juan y Boedo, que organizaba con un mes de anticipación las salidas a Corrientes y Esmeralda y para quien la gran farra era el Parque Japonés. Estábamos en Marzo había reemplazado a los dos jefes de expedición durante el verano, al “oso” Peitiado lo habían pasado a “contaduría”, al “negro” Ramos a la “imprenta”, al ”gordo” Beltrame a “consignaciones” y a mí me querían meter en la “bolsa” porque tenía fama de entrar a cualquier lugar a cualquier hora, fama cimentada por ingresar como cualquier accionista a la bolsa de cereales y operar después de la hora de cierre en los bancos. Esa tarde de Marzo hablábamos de estos cambios, el viejo Garbarino insistía que la Bolsa era una gran oportunidad ya que se trabajaba directamente con dos de los socios y que uno de ellos había comenzado como cadete y luego había pasado a esa sección, que no abandonó más y hoy “es quien es”-remarcó-. ¡Cadete!, ¿cuándo?, pregunto alguien y el jefe respondió ceremonioso como para darle valor a los años, hace cerca de cuarenta. Algo me estremeció, hice cuentas y llevaba trabajado en la empresa un año un mes y un día, me levanté de un salto diciendo: Si no me voy hoy, no me voy más y ante la sorpresa de todos, me fui a ver al Jefe de Personal; Ferrante me escuchó sin entender nada y para mejorar las cosas me dijo: usted tiene mucha iniciativa no deje pasar las oportunidades, imagínese que en veinte años puede estar en mi lugar, ¿ Qué cara puse? nunca lo pude saber pero el jefe se quedó mudo e inmediatamente me hizo la orden de pago. De Mario el jefe de Caja miraba la orden y me miraba a mi hasta que no aguantó más y me dijo ¿ Qué pasó?, nada, supongo que fue un ciclo cumplido-respondí-, De Mario y Do Santos quien se acercó después hablaron quince minutos pero todo estaba hecho, me pagaron y me fui a expedición a avisar que no contaran conmigo porque no pertenecía más a la empresa, Garbarino se sonrió canchero y me dijo, dale sentate en la máquina y haceme un par de sobres para Darragueira, me senté , le hice los sobres y en un tercero me despedí afectuosamente. Fue el único que me amargó la partida porque cuando se convenció que era cierto se le aflojo una lágrima, me dijo un montón de cosas mientras nos despedíamos que me achicó el alma, me despedí de los muchachos y por casualidad también de Crespo un gerente vecino nuestro que todos los fines de mes nos fastidiaba buscando estados de cuentas, prontamente dejé la empresa y me fui para casa donde también di la sorpresa pero se tomó el anuncio de mi cese de actividad igual que se tomó mi ingreso a la misma. Ese mismo día después de las seis me encontré con la barra en la Richmond para jugar al bowling y todavía no lo podían creer, nunca más volví a esa empresa pero por varios años seguí conociendo su historia; un día supe porque Crespo retiraba los estados de cuenta, los reemplazaba elegantemente por unos apócrifos que mantenían felices a los clientes y él se hacía cargo de las diferencias que lo hacían feliz a él. El sistema era estúpido pero sencillo, cuando escuchaba de enojos corría a poner unos pesos que birlaba a un nuevo cliente, siguió así hasta que una gripe le pego mal sobre fin de mes, inmerso en abrigos y lleno de aspirinas se acercó a la empresa donde capturo sus estados de cuenta, pero, siempre aparece un pero, sea por su exceso de temperatura o por su escasez de “fortuna”, un estado de cuentas se escapó. Dos días después retorno a su oficina, la gripe lo había abandonado y estaba presto a atajar cualquier avance sorpresivo, nunca supo que sucedió pero de Cuenta Corriente consultaron a Caja y de ahí directamente a Crespo, con toda su prestancia dijo que él se hacía cargo y que no se preocupen, al día siguiente dejo en la Caja un cheque por el saldo del cliente, comentó que tenía una entrevista en una empresa vecina y que retornaba en una hora; media hora después, sonó un teléfono y De Mario luego de un par de minutos de conversación se puso a revisar las chequeras hasta que dio con la que lo petrifico, había robado un cheque de la empresa lo había completado con la cifra necesaria y con un garabato lo entrego en caja, solo había ganado hasta avanzada la tarde, hora en que se realizó la denuncia, después de verificar que había distraído 3.000.000, de pesos de aquella época en que yo ganaba 600, nunca supe de Crespo es más, jamás alguien supo algo de Crespo...



#17290 en Otros
#1229 en No ficción

En el texto hay: historia, realidad

Editado: 09.09.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.