Las cosas a las que les tenemos miedo son invencibles, no por su naturaleza, sino por la forma en que las vemos.
Lo que alguna vez conocí, se volvió humo entre mis manos. Como la flama que al apagarse se pierde tras el viento, del modo mismo se volvieron mis sueños.
Mi vida dio un giro tan drástico desde el día que fui a esa playa. Tuve que acostumbrarme a las miradas hirientes y someterme a malos tratos.
En el transcurso del regreso a casa, reconozco que he perdido lo mejor de mí. Siempre he escuchado que el fuego da forma hasta a la más poderosa espada, en cambio he tenido que pagar ese refinamiento con mi propia sangre.
Antes de abandonar esta habitación que fue testigo de todo mi sufrimiento, me miro en el espejo. Observando mi reflejo: Por fuera toda una mujer fuerte y soberbia, por dentro tratando de unir los pedazos de mi ser.
Odie y amé por igual, lloré y sufrí de igual manera.
Comenzaré una vez más desde cero, solo que ahora seré yo quien tome las decisiones. Se acabó los juegos de aprendiz, ahora dictaré las reglas de mi propio juego.
No caminaré a tientas en la oscuridad ni confiaré en lo que esconden lo que son, porque de algo que he aprendido de todo esto es que:
A veces para poder ver, hay que cerrar los ojos.