Paseaban por el muelle de madera bajo un cielo naranja y frente a una puesta de sol de antología. Las gaviotas cantaban, la cálida briza oceánica acariciaba celosamente los cabellos de la chica y el sonido de las olas recitaba una melodía sin igual.
Se reían, jugueteaban, saltaban y bailaban como si nadie los estuviera viendo. De broma en broma; intercambiaban miradas nerviosas a la expectativa de lo que sucedería al minuto siguiente.
Tomados de las manos, avanzaron hasta unas escaleras de piedra dividida en siete secciones circulares a medio camino. De los costados se imponían enormes arupos de hojas rosadas que caían al piso tras el roce del viento.
Subieron hasta llegar a la primera sección. En medio del primer círculo de piedra se construyó un arreglo floral con un arupo especialmente alto y a su alrededor se colocaban cuatro bancas de metal, una a cada lado. Tomaron asiento en la banca que apuntaba directo hacia el astro rey y al mar que se tintaba de su color amarillento.
-Es hermoso, ¿no te parece?
-Bellísimo… pero ¿por qué me trajiste aquí? -no recibió respuesta.
Giró el torso para ver a su compañero, que evitaba contacto visual a toda costa.
-¿Acaso necesito una excusa para llevarte a un buen lugar? -respondió entre risas.
-No me refiero a eso. ¿Por qué escogiste este lugar?
-Pues no sé, la verdad. Me gusta la vista de aquí. -la tomó de la mano con más fuerza.
El silencio se prolongó, dando paso al canto de las aves que sobrevolaban los cielos. Contemplaron el mar lila durante mucho tiempo a medida que el sol se ocultaba por el occidente. Ninguno se atrevía a interrumpir el momento tan mágico que lograron tener después de tanto tiempo, sin embargo, ambos estaban seguros de que algo malo sucedía.
-Oye, Greg… ¿Eres feliz?
-¿A qué viene eso ahora? -frunció el ceño.
-No te ves contento. ¿Pasó algo? -se puso de pie y lo encaró de frente.
Gregory se limitó a mirarla con tristeza y dolor contenido. Siguiéndola, se levantó de su lugar y acomodó el cabello de la chica con delicadeza.
-Te tengo a ti, y eso me basta.
Envolvieron sus cuerpos en un abrazo acogedor. Una brisa cálida levantó las hojas púrpura del suelo y los cobijó.
-Muchas gracias… -susurró ella.
-¿Por qué lo dices?
-Por todo lo que viví contigo. Estoy muy agradecida, y lamento haberte dejado así…
Varias lágrimas que brotaban de los ojos de Gregory empaparon los cabellos de ella.
-No… no te disculpes. Fue culpa mía… -la abrazó con más fuerza y se acurrucó entre sus suaves brazos a la par que lloraba desconsolado. -Perdón… por favor perdóname… Tú no… Tú no…
-Tranquilo -extendió su mano y limpió cuidadosamente las lágrimas de Gregory. -… Nunca te culpé por lo que sucedió.
-¡Pero yo sí lo hice! Si tan solo hubiera estado más alerta, esto sería real…
Con ayuda de su camiseta, removió las lágrimas que le quedaban y ajustó la vista, sólo para darse cuenta de que estaba solo. Sintió un vacío interminable en su corazón a medida que las ganas de llorar se intensificaban.
Derrotado, cayó de rodillas y golpeó repetidas veces la acera hasta lastimar sus nudillos y embarrar la graba de sangre.
Gritaba y lloraba sin cesar. El sol se había puesto lo suficiente y la penumbra de la noche se hacía presente imparable.
Greg frotó sus manos y se levantó mirando hacia el horizonte.
-Si no fuera por mí, tu estarías viva…
• • •
Abrió los ojos lentamente y giró la cabeza hacia la derecha para ver al reloj que marcaba las 7:59 AM. Al cabo de unos segundos, el horero cambió a 8:00 AM y sonó la alarma. Plantó su mirada al techo y con un brazo lleno de cicatrices apagó el molesto sonido del reloj.
La habitación estaba repleta de botellas de vidrio (algunas estaban rotas). Un espejo agrietado con bordes de madera rústica colgaba de la pared opuesta a la ventana. Unas cortinas beige colgaban del techo para impedir la entrada de la luz del día. Había dos mesitas de noche a cada lado de la enorme cama de tres plazas. En la de la derecha se encontraba el reloj digital y en el de la izquierda colocó una lámpara que alumbraba un retrato de él con una chica. El cobertor de cristal estaba roto y la fotografía presentaba unas cuantas manchas negras, como si se hubiera quemado. Esas mismas manchas se presentaban en series de tres alrededor de toda la habitación. El closet, el suelo, las paredes, toda la superficie estaba llena de quemaduras, como las garras de un animal salvaje.
Removió la blanca cobija, desnudando sus piernas y su abdomen y se sentó en el costado izquierdo de la cama.
Observó fijamente el retrato, inexpresivo.
Se frotó los ojos y agarró su cuello con ambas manos mientras susurraba:
-Han pasado seis años… y yo todavía te sueño… Stacy.
Afortunadamente aún le quedaba medio cartón de leche y huevos para cocinar. Con su dedo envuelto en fuego, encendió la estufa y puso a freír dos huevos. En la tostadora colocó dos panes y esperó a que se terminara de cocinar.
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Editado: 05.07.2021