El resto del año, solo fueron encuentros esporádicos con Martín. A veces, él tomaba el transporte para volver a su casa y me saludaba con esa mirada que decía: "Acá estoy yo, no te olvides de mí". Como si olvidarlo fuera tan fácil.
Después de aquel bendito recital, cada vez que escuchaba una canción de Vilma Palma se me corría hasta el coágulo de la cabeza pensando en Martín y en lo que me había dicho. Ese chico se había convertido en un castigo divino.
La verdad, estaba confundida. Yo amaba a Diego: lo extrañaba cuando no lo veía y, los viernes, me lo comía a besos. Pero bastaba que Martín apareciera para que todo mi paisaje mental se hiciera añicos.
Trataba de ignorarlo cuando viajaba conmigo —¡les juro que sí! —. Pero cuando se ponía a tocar la guitarra y todas esas gatas arrastradas se derretían cantando con él, yo miraba por la ventanilla. No quería mirarlo… pero sabía que él me miraba. Laurita me pasaba el parte minuto a minuto.
—Te está mirando, Sele…
—¿Y qué querés que haga? ¿Te olvidás de que tengo novio y que me está esperando? Además, está rodeado por esas imbéciles sin dignidad, ¿para qué me quiere a mí?
—Ay, boluda, estás celosa.
La miré como si fuera a aplicarle la tortura vikinga.
—¿Celosa yo? ¡Ja, sí! Como no... Por favor, no digas pavadas… —ni yo me lo creía—. Él no es nada mío. Puede hacer lo que quiera.
La realidad: sí, me daba por el séptimo cielo verlo con otras. Pero mi capacidad para resolver sentimientos era… limitada.
Laurita se encogió de hombros.
—Bueno, sí vos lo decís… Igual pienso como tu tía: te llevarías mejor con Martín que con Diego. Me molesta que sea tan celoso, Sele… eso no es normal. Bah, qué sé yo…—me dijo con seriedad, algo raro en ella.
—El otro es celoso y este es un mujeriego. Peor el remedio que la enfermedad —protesté, mordiéndome la lengua.
Ese era el último viaje del año. Por suerte, las clases estaban terminando, Martín egresaba y seguramente como la mayoría se iría a la capital a estudiar. Además, ya había cumplido 18 años, no había posibilidad de que me siguiera molestando.
Yo ya me estaba despidiendo mentalmente… hasta que el destino me metió la trampa.
Con Martín, nunca había que bajar la guardia. Nunca.
Agarré la mochila y quise salir rápido del ómnibus. Plan fallido: los amigos de Martín hicieron una barricada. Dejaron pasar a Laurita, a mí no.
—¡Déjenme pasar, tarados! —grité.
—No hasta que escuches lo que te tiene que decir —me dijo uno.
Martín se levantó y quedó frente a mí. Los otros se apartaron.
—¿Hasta cuándo vas a seguir ignorándome? —me tomó del mentón. Yo sentí cómo hasta los vasos capilares se me sacudían—. Te dije que me gustás, no que quiero casarme con vos. No dramatices tanto… ¿o le tenés miedo a tu novio?
Ese tonito sobrador me dio unas ganas terribles de bajarle los humos… o de romperle la boca de un beso.
—Yo no le tengo miedo a nadie. ¿Dramatizo? ¿Porque no me arrastro como estas que andan detrás tuyo? —le solté, envalentonada—. Primero, tengo novio; segundo, levanto una baldosa y encuentro cientos como vos.
Él sonrió con esa risa ahogada que era un puñal en la entrepierna.
—¿Y si mejor nos quedamos acá y que tu amiguito Migliore se entere de una vez?
Intenté empujarlo, no se movió ni un centímetro.
—¿Qué sepa qué?
—Que nos gustamos. Estoy harto de verte fingir. ¿De qué tenés miedo?
—¡Estás loco, Martín! —mentí, intentando soltarme.
Su respuesta fue aplastarme la boca con la suya. Y yo… me dejé besar.
RIP María Selena Barker. Hija, hermana y exnovia.
Cuando me soltó, estaba agitada, confundida y furiosa… sobre todo conmigo. Diego me esperaba abajo. ¿Cómo había caído tan fácil?
—Dejame pasar, Martín. Ya lograste lo que querías. ¿Contento?
—¿Qué decís? Yo no estoy jugando. El día que quieras un novio que te respete y te quiera bien, me avisás.
Pasé a su lado sin mirarlo y bajé rápidamente. Y ahí estaba Diego.
—Sele, ¿qué pasó que no bajabas? ¡Ya iba a buscarte!
—Nada… vamos —dije, sonriendo por fuera y hecha polvo por dentro.
Y como si la cosa no pudiera empeorar, llegó el padre de Martín. Diego tensó la mandíbula, rojo de furia.
—Ese hijo de puta está ahí, ¿no?
—Estoy acá, Migliore —dijo Martín, tranquilo—. Y no le grites a Selena en mi presencia si no querés que te reviente.
La cosa casi termina a las trompadas, pero el padre de Martín intervino cortando el incipiente enfrentamiento. Caminamos con Diego. La discusión que siguió… mejor ni les cuento.
Ni siquiera vale la pena contarlo. Fue imposible de convencer a mi celoso novio de mi presunta inocencia y de que no había pasado nada.
Y un poco de razón, tenía.
El beso quedó en secreto. Solo lo saben Laurita, mi tía Andrea… y ahora ustedes.
Sinceramente, me encantaría saber: ¿ustedes qué hubieran hecho?
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Editado: 18.08.2025