Quizás yo estaba demasiado sugestionada, pero estaba convencida de que la aparición de Martín en la pileta no había sido una mera casualidad. Así que empecé a atar cabos al día siguiente, apenas me desperté.
—Ah, claro… Ya sé quién le pudo haber dicho: Lisandro. ¡Cómo no lo pensé antes! Por eso estaba ahí…
Entiéndanme: en mi romántica mente no podía concebir otra idea que no fuera que Martín hubiera ido ahí por mí. Aunque anduviera con esa… esa… ay, con esa innombrable que se creía modelo.
Bueno, debo confesar —muy a mi pesar— que era linda. Qué digo linda… hermosa. Pero bueno, mi autoestima necesitaba alimentarse de lo que me había dicho Martín hacía dos meses atrás.
—¡Basta, Sele! Tenés un novio que te quiere y que es hermoso, dejá de pensar en ese… ese mujeriego —me reprendí. Realmente me enojaba conmigo misma porque sentía que, de alguna manera, lo engañaba a Diego. Y no quería.
Como siempre, mi señora madre se presentó en mi puerta como si fuese el sargento de un pelotón.
—¿Qué hacés en la cama todavía? Levantate, ordená tu habitación, que Trini tiene que venir a limpiarla. ¡Dale, movete!
Lorena Rossi de Barker tenía —y tiene— una magistral manera de ponerme los pies en la tierra. De un hondazo te baja, no importa dónde estén tus pensamientos.
No hice más que levantarme y ya Trini entró a limpiar. Ese amor de persona trabajaba en casa desde que yo tenía uso de razón. No solo ayudaba a mi mamá con las tareas, sino que muchas veces me había cuidado, sobre todo cuando nacieron mis hermanos. La amaba y la amo como a una segunda madre. Ella y mi tía Andrea eran mis más grandes consejeras en el amor.
—Parece que ayer no tuviste un buen día, vos. Mirá las ojeras que tenés… ¿Qué pasó? Seguro te peleaste con Diego… o apareció el otro sinvergüenza.
Para mí, Trini tiene el don de la clarividencia (por lo menos conmigo) hasta el día de hoy. La miré y le sonreí con complicidad.
—¿Cómo es que adivinás? —dije, imitando acento mexicano, ya que con ella mirábamos juntas —cuando se quedaba conmigo— las novelas de ese bello país.
Ahí nomás le resumí en cinco minutos lo que me había pasado.
—Ay, Sele… Creo que Diego algo de razón tiene en estar celoso. A vos el otro te trae mal, ¡pero mal, eh! —me miró seria—. Si ese pibe ya tiene novia, como que mucho no le gustabas… —Otra que me bajó de un piedrazo del pedestal—. Mi consejo es que te dediques a pasar tiempo con Diego, si es que lo querés, y que te dejes de pensar en el otro menso —(ella también usaba modismos de novela, ¡ja!)— que encima ya te lleva unos cuantos años de experiencia y te está dando vuelta como a una media. ¡Y eso de darle celos! ¿Qué es eso? Dieguito no se merece algo así —(ella adoraba a Diego)—. ¡Dejá de hacer pendejadas! ¿Querés?
En media hora me ubicó en la ruta a seguir. Tenía razón en todo lo que decía, pero… vieron que la mente dice una cosa y las emociones, otra.
Así que, después de almorzar, lo ayudé a mi papá a ordenar la cocina, porque los sábados y domingos, la cocina era el deber de mi progenitor. Y al contrario de lo que piensan, no lo mandaba mi mamá: él lo había dispuesto así. Quería que ella descansara el fin de semana (muchos deberían aprender de Fabián Barker). Hasta el día de hoy hacen todo juntos.
Bueno, cuestión que, después de ordenar, me preparé para ir a la pileta. Una hora después, Diego me pasó a buscar en la moto. Lo miré un rato antes de subir y le di un beso como para que tenga, archive y recuerde toda la tarde.
Diego me miró con extrañeza, porque normalmente yo no era así. El pasional en la relación era él.
—Mi amor, no sé qué te pasó, pero me encantaría que todos los días me saludes así —me dijo muy contento, dándome otro beso en los labios.
“Si supiera el lavado de cabeza que me dio Trini…” pensé divertida, mientras me subía a la moto.
Llegamos a la pileta y nos fuimos a la zona donde estaban nuestros amigos. Obviamente, no cerca de ellos, porque a Diego siempre le gustaba que pasáramos un rato solos. A la hora, cayó el susodicho con Bárbara, que estaba adosada al brazo de él como un parásito.
Se sacó los Ray-Ban negros que llevaba puestos y… ¿adivinen hacia dónde dirigió su mirada? Sí, a nosotros. Diego apenas lo vio, ya se puso en guardia. Ya no me pareció tan buena idea que estuviéramos ahí.
—¿Qué hace ese idiota acá? —dijo mientras me agarraba la mano—. ¿Vos sabías que venía a la pileta?
No podía mentir, porque Daniel lo había visto, así que asentí.
—Ayer lo vi, pero dejá, no hagas líos. ¿No ves que anda con la novia? —empecé a agitarme porque notaba que el bello cuerpo de mi novio se estaba tensando.
—Sí, seguro… Viene con la novia y lo primero que hace es mirarte. ¿Te pensás que soy estúpido, Sele?
Furioso estaba. Y tenía razón: a Martín no le importaba mucho disimular, aunque tuviera a la rémora teñida pegada al brazo.
—Bueno, a mí no me interesa él. Yo te amo a vos —acto seguido, y siguiendo instrucciones de mi amada Trini, me dediqué a reafirmarle mis sentimientos a mi amor, mi cómplice y todo, dándole otro beso como el que le había dado en la bienvenida.
De más está decir que Diego, esta vez, se encargó de dejarme sin respiración. ¡Qué hermoso besaba! ¿Cómo era que, a veces, me dejaba llevar por ese estúpido y superficial de Martín, cuando tenía al lado al mejor chico del mundo?
Creo que esa demostración de cariño, y las siguientes que nos dimos, tranquilizaron a Diego… yo diría que en un 70%, porque se dejó de estar pendiente de Martín.
—Voy al baño, mi amor —le dije a Diego, que estaba entretenido charlando con Daniel—. Ahora vengo.
Yo y mi traicionero esfínter… El baño de la pileta estaba un poco alejado: era un pasillo azulejado en forma de “L” y, antes de llegar, había una sala de máquinas. A mi modo de ver, ese lugar era un poco tétrico. No me gustaba ir sola, pero las chicas se habían ido antes, así que no me quedó otra.
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Editado: 18.08.2025