Los Cortez

Capitulo 10: Cacería De Sangre

Habían pasado ya varias semanas desde su llegada, y el amanecer se filtraba entre los árboles como hilos dorados. El bosque olía a tierra húmeda y hojas frescas; el aire estaba cargado con el canto distante de aves extrañas y el crujido suave de las botas de los hermanos Cortez.

Julio iba al frente, el arco colgando de su hombro. Pedro, a su lado, repasaba mentalmente cada corrección de Arlik. La elfa avanzaba unos pasos delante, atenta a cada rastro en el suelo.

—¿Por qué otra vez nos metemos al bosque? —gruñó Julio, rompiendo el silencio—. Podríamos estar entrenando en el campo, no cazando bichos.

—Porque aquí aprenden más que golpeando muñecos —replicó Arlik sin girarse—. Aquí se escucha, se siente… se sobrevive.

Julio bufó, cruzándose de brazos.
—Yo no necesito aprender a sentir, gracias.

Pedro le lanzó una mirada rápida.
—Cállate y escucha, hermano. No todo se pelea con la boca.

Arlik sonrió apenas, agachándose para examinar unas huellas recientes.
—Aquí estuvo el venado blanco. Y no hace mucho.

Pedro frunció el ceño.
—¿Venado blanco? ¿Es especial?

—Más que especial —contestó Arlik mientras apartaba unas ramas húmedas—. Es veloz, fuerte, su carne alimenta a diez familias. Hoy será su prueba. Un error aquí… los mata.

Julio no dijo nada, pero tensó la mandíbula. Entonces la vio: entre los árboles, la silueta blanca se movía con elegancia, astas enormes y ojos que brillaban como lunas.

—Lo tenemos —susurró Arlik—. Pedro, rodea por la izquierda. Julio, busca altura y prepárate. Yo lo mantendré en línea.

Pedro tragó saliva, avanzando entre hojas que crujían suave bajo sus botas. Julio subió a una roca, tensando la cuerda del arco. El venado olfateó el aire, inquieto. Un silencio espeso lo cubrió todo.

—¡Ahora! —ordenó Arlik.

La primera flecha de Julio rozó el costado del animal. Pedro, aprovechando el giro del venado, lanzó un tajo preciso, hiriendo su pata trasera. Un bramido estremeció el bosque. Julio disparó de nuevo, directo al pecho. El venado cayó entre espasmos.

Pedro jadeó, arrodillándose junto al cuerpo mientras Julio descendía con una sonrisa torcida.
—¿Lo viste? ¡Lo logramos!

Arlik se acercó, cruzando los brazos.
—Nada mal. Empiezan a mover la espada y el arco con cabeza… aunque la rabia aún los guía más que la técnica.

Pedro iba a responder cuando un rugido profundo recorrió el bosque. Las aves huyeron con un batir de alas frenético. Un olor metálico, a reptil y humedad, llenó el aire.

De entre la maleza emergió un lagarto gigantesco, escamas negras y ojos amarillos que brillaban con hambre. Su mandíbula se abrió, mostrando hileras de dientes afilados.

—¡Atrás! —gritó Arlik, desenvainando.

Julio disparó una flecha que se clavó en el cuello de la bestia, apenas ralentizándola. Pedro corrió, espada en mano, y hundió la hoja en un costado. El monstruo rugió y de un coletazo lo lanzó contra un árbol. El golpe lo dejó sin aire.

—¡Pedro! —exclamó Julio, intentando avanzar.

El lagarto giró hacia él. Arlik se interpuso, su espada chocando contra las fauces. El metal vibró con un sonido seco, las garras araron la tierra.

—¡No te detengas! —gritó Arlik.

Julio tensó otra flecha con manos temblorosas, la adrenalina nublándole los sentidos. Pedro se levantó tambaleante, sangre resbalando por su sien, y avanzó cojeando con la espada aún firme.

El lagarto volvió a embestir. Arlik rodó a un lado, clavando su hoja en uno de sus ojos. El monstruo lanzó un rugido desgarrador, derribando ramas y levantando hojas con su coletazo. Julio disparó a una de sus patas, logrando que el animal cayera parcialmente, pero aún avanzaba, arrastrándose con furia.

—¡Remátenlo! —gritó Arlik, sin dejar de moverse.

Pedro alzó la espada, decidido. Julio tensó el arco una vez más. El bosque entero parecía contener la respiración mientras la criatura herida se lanzaba de nuevo.

Y justo antes del siguiente golpe, todo quedó suspendido en un instante de pura tensión, entre la vida y la muerte.

Fin del capítulo 10.




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