Los encuentros son el inicio de las despedidas

Capítulo 6 La vida no es lo que pensamos de niños

Cuando salí del departamento de Paty, quise despejar mi ofuscada cabeza recorriendo la ciudad, entrando a callejones por los que no había transitado antes y de pronto me encontré en el mismo club al que me condujo Andy; medité unos momentos si estaría dispuesto a entrar y pensando en que nada podría ir mal, cabizbajo, busque alguna mesa apartada donde refugiarme de las miradas, pedí al mesero un trajo y pregunté si tendrían algún pastel o pai -sí, no sólo las mujeres buscan los dulces cuando se sienten solas, sólo que a nosotros no nos carcome la culpa una hora después- como resultado me trajeron un vino bastante suave para acompañar mi nada despreciable rebanada de pastel de chocolate, lo cual consideré una suerte porque alguien con mejores gustos supo atenderme y no maltratar mi paladar con la cerveza que había solicitado.

Habiendo iniciado las degustaciones, comencé a observar a mi alrededor, localicé varias parejas a primera vista, algunas jóvenes y otras bastante mayores como para estar en un lugar con tanto ruido, pero conforme lo aprecié más, me di cuenta de lo agradable que resultaba y del porqué, había tantas personas con diferencias de edad, vestimentas y hasta de gustos musicales; el enfoque era crear un espacio para relajarse y sentirse acogido, probablemente por eso se atrevieron a cambiar mi orden y proporcionarme algo delicioso, siendo lo que buscaba. Mientras hacía estás observaciones comencé a escuchar una conocida voz a través del micrófono, y tras algunos movimientos del público al frente, quedo despejado el escenario para que mi vista contemplara la exquisita figura de Andy que, una vez más, se encontraba animando el espectáculo. Por un instante sonreí al escucharla, pero unos instantes después volví a sentir ese agudo dolor en el pecho, ocasionándome prisa por terminar mi aperitivo, pedir la cuenta agradeciendo mucho la atención brindada y, sin saludar a Andy, me retiré con la cabeza baja.

¡Que frías son las noches en la ciudad! Pensé al hundir mis manos en las bolsas de la gabardina y subir un poco mi cuello, a fin de estar un poco más calientito. Es impresionante lo rápido que transcurre el tiempo cuando estás hasta las orejas de trabajo, ni siquiera había estado consciente del poco tiempo que restaba para Navidad, estaba absorto con el trabajo, preocupado por lo de Paty, corriendo por el festival que preparamos y claro, la boda que ya nunca llegará. Cuando este último pensamiento ataco mi mente, ya no fue posible controlarlo, me crucé de brazos y apresuré el paso para llegar a mi triste departamento. Mi aliento se congelaba cuando llegué a la entrada ocasionando que corriera para instalarme en el cómodo sofá, retirar mis zapatos y me sentarme con una taza de café, es aquí donde no pude resistir más, los ojos ya me ardían, no del frío sino de todas las lágrimas que trataba de contener, así que dejé la taza en la mesa de la estancia y me recosté en el sofá en posición fetal para llorar como cuando era un niño, aunque esta vez no estaría presente mi madre para decirme que todo estaría bien, sino que, como adulto, debía afrontar los retos y circunstancias que la vida me pusiera en frente.

¡Que terrible es ser adulto! De niños lo que queremos es crecer rápido para tener nuestro propio dinero, comprar cosas, salir de viaje y al menos en mi caso, más de una vez quise desesperadamente ayudar a mis papás cuando no teníamos dinero y los veía preocupados pensando en los regalos de Navidad; pero resulta que, cuando crecemos la realidad no es como la imaginamos y la mayor parte de nuestros sueños y planes deben ser acoplados una cruda y desalmada realidad que millones de adultos, se esmeraron por construir para los jóvenes que se incorporan al mundo día con día.

Hoy lloro una pérdida que mi corazón siente irremplazable, a mis 26 años esperaba tener una hermosa familia, con una dulce esposa llena de bondad a quien veía en Paty, así como varios niños corriendo por una casa que tampoco existe. Sólo son sombras de un futuro que trace gracias a una magistral tarea en la secundaria donde te obligan a construir un plan de vida bajo condiciones inexistentes, es sólo un truco más de los adultos para mofarse de los niños. En todo esto se consumía mi cerebro, propiciándome razones para continuar mi llanto, los punzones agudos en el pecho, el dolor de mis ojos y hasta el de mis manos cuanto más apretaba mis nudillos para contener los gritos que aprisionaba con entre dientes, pensando en lo infantil que sería un hombre de mi edad llorando como un niño, en el susto que daría a los vecinos y las razones que daría para juzgarme por una pérdida que la sociedad consideraría minúscula. Es por ello que, prefiero la total privacidad para dejarme ser. Hoy está bien -me decía- llora todo lo que quieras y mañana dedícate a trabajar, eso sí lo puedes hacer.




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