Los intérpretes

Prólogo

El frenesí no paraba y el ruido no cesaba. Los niños revoloteaban por la casa mientras la más pequeña de nosotros lloriqueaba dentro de su cuna sin razón aparente. Mama la hamacaba con cansancio, nostálgica de lo que había sido y ya no es más; su cabello en una época con volumen y brillo ahora estaba plano y opaco en un nudo que bajo su tacto se sentía seco y dañino y ni hablar de su cuerpo y rostro, habían desbordado tanta juventud para ahora solo lucir desechos, agrietados por lo vivido y por lo que aún le faltaba vivir.

 

—Cariño, Jul —intentó en vano callar a la beba—. Vamos, has silencio para mami —en eso pase yo, su hija mayor, revoloteando arreglada como una princesa, desde mis mejillas rosadas combinando con los labios cereza hasta los zapatos de taco corto relucientes y no pudo evitar contemplarme con envidia, quizá, no tan sana; alguna vez, no hace tanto, ella también había sido una niña, joven y hermosa, como yo. Y en flor de la vida, con sus treinta y tantos, se suponía que las cosas debían ser mejor.

 

Sin tomar en cuenta estas contemplaciones, pase a su lado, directo a la alacena donde, si bien había alimentos, no eran de mi agrado. Husmee ahí hasta al fin arrugar la nariz y mirar a mi madre suplicante por un bocado del pollo asado situado en la mesa.

 

—Mama —la rodee seduciéndola con dulzura aún infantil, en vez de consolándola—, ya regresara, siempre lo hace; pero el pollo no durara hasta entonces. Los chicos se lo devorarán a hurtadillas antes, además, puedes prepararle una bienvenida aún mejor, sus favoritas son las tartas —Mona, me fulmino con la mirada pero se limitó a negar con la cabeza lo justo para que lo notara. Sintió su rostro arder, pero ya no sabía si era fiebre o el cansancio que le jugaba en contra junto al estrés. Debía cargar con todo ella sola y sabía que eso no era justo, se estaba hartando. Había tenido hijos débiles, como su marido, solo que a él lo amaba, a nosotros... de vez en cuando se había sentido orgullosa, pero eso había sido hace tanto que ya no parecía real y sin el para recordárselo se sentía vacía. Éramos novatos de la vida que no queríamos aprender de esta, así nos movíamos ciegos y sin preocupaciones. Y por eso quería tanto a su marido, por su ilusa inocencia, y por eso despreciaba un poco cada vez más a sus hijos, por sacar lo peor de ambos y tener que cargar ella siempre con nosotros. Creyó en un momento que llegaría el niño que les salvaría, pero no, uno tras otro éramos igual de torpes, desapasionados y ociosos. Y cada vez le costaba más encontrarnos detalles buenos. Inconscientemente dándole la razón, simplemente me retire hacia mi cuarto, como de costumbre, cada uno volvía a su mundo si es que siquiera hubiéramos salido de él. Sus hijos medios seguían corriendo de un lado a otro, tirando algunas cosas a su paso sin respeto alguno por nada, mientras su hijo mayor se hacía ausente del hogar haciendo quién sabe qué, pero a diferencia de su padre el volvía antes del atardecer, a veces. Éramos un desastre y aun así nada nos afectaba, para nosotros todo continuaba como siempre. Jul seguía gritando y Monalisa no entendía nada hasta que por fin, aceptando la angustia, encontró claridad en esa pequeña grieta de su corazón que sabía a libertad y aullaba como su beba por qué le dieran lo que quería.



#25235 en Otros
#3440 en Aventura
#10206 en Joven Adulto

En el texto hay: mentiras, aprendizaje, familia amor y amistad

Editado: 02.06.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.