Los miedos de Ethan

Prólogo

22 DE ABRIL, 2008

 

Algo no andaba bien.

Eso fue lo primero que pensé cuando llegué a casa el pasado 29 de marzo, muy equivocada no estuve. Cierro mis ojos sintiendo las manos del doctor tantear mi espalda. Duele, pero no duele más que todo ese dolor en mi pecho.

Muchos considerarían insensible el modo en el que, en mi presencia, el doctor discute con sus colegas sobre las cirugías que debo enfrentar, sobre lo afortunada que soy de sobrevivir. No me siento afortunada, porque en primer lugar, esto nunca debió pasar.

—Grace, todo está avanzando como lo esperábamos. La cicatriz será mínima, se percibirá muy poco, eres una paciente fuerte.

Aprieto mi mano en la almohada. Quiero despertar, quiero despertar de la pesadilla. No quiero ser la chica de 16 años que ha pasado por esto.

No quiero ser la chica de 16 años que sobrevivió al ataque psicótico de alguien que debía cuidarla y quererla. No lo quiero.

No quiero ser la chica que siente recelo hacia su madre, que pierde a las personas importantes y que nunca podrá ver con los mismos ojos a quien era su héroe. Principalmente porque nunca volveré a ver a esa persona que era parte de mi lista de héroes.

Los doctores salen de mi habitación y solo entonces comienzo a derramar lágrimas. Cierro mis ojos con fuerzas. No quiero esto.

La puerta de mi habitación se abre, no presto atención. Han sido muchos los que han venido a estudiar mi caso, consolarme o revisar mi espalda y las pocas heridas que he conseguido.

—Si te hace sentir mejor, yo estoy muriendo —dice una voz suave. Volteo y reconozco la voz de la chica que he estado viendo durante tres semanas en esta clínica.

April Nowell.

—No vas a morir —susurro.

—Y tú no moriste —es su respuesta.

Hago una mueca, es lo que todos dicen.

—Respirar no es lo mismo que vivir.

—Entonces, Grace, cuando salgas de aquí lo primero que debes empezar a hacer es vivir.

30 DE ABRIL, 2008

 

—No va a hacerme sentir mejor —señalo sentada en la que ya llamo «mi cama» en esta clínica. April rueda sus ojos, luce muy pálida.

—Confía en mí, la música siempre hace sentir mejor.

—Inténtalo —dice mamá y esta tiene que ser una de las pocas palabras que hemos intercambiado.

Especialmente porque yo no quiero escucharla.

Miro el diminuto MP3 en mi mano y niego con mi cabeza. Estoy demasiado nerviosa sobre ser operada de nuevo para remover mi cicatriz.

—Tengo días malos, Grace, y cuando los tengo solo dos personas y la música pueden ayudarme a sobrellevarlos. Inténtalo.

La enfermera regordeta y amable entra a mi habitación con una sonrisa de disculpa y observa a April.

—April, cariño, debo llevarte a tu habitación.

April asiente con la cabeza y me sonríe.

—Tú solo escucha.

La veo salir de la habitación y suspiro antes de cerrar mis ojos, haciéndole creer a mamá que estoy a instantes de dormir. Ella sabe que estoy fingiendo, pero es lo suficiente cobarde para elegir no lidiar con el «asunto», e ignorar el problema.

No puedo mirarla sin ver en ella a Chase y Cheryl.

 

Únicamente cuando sé que estoy sola en la habitación, cuando no puedo dormir ante la operación que tendré en unas horas, tomo el MP3. Llevo los auriculares a mis oídos y la primera canción comienza a reproducirse.

 

Despertar, meditar, no sentirte real.

Un vacío, un espacio, un lugar que ansía ser llenado.

Las personas mienten, ellos te mienten. Nada es real, lo sientes una realidad.

Sé que se siente, sé cómo es. Sé cómo es sentirse solo, pero también sé que no lo estoy.

 

Caminar, correr, huir, ponle un nombre, sé lo que quieres decir.

Ellos no te escuchan, tú no te escuchas. Yo te escucho.

Entonces quieres llenar el vacío, ¿dime cómo lo harás?

No es una fantasía, esto es real.

¿Quieres escapar?

Enfréntalo, esto es la realidad.

 

Las heridas sanan cuando las dejamos ir.

Lo emocional supera lo físico.

Comparte tu dolor, déjame tomar un poco de él. Quiero estar ahí.

Gritas y gritas, lo haces hasta cansarte. ¿Nadie te escucha? Cariño, yo te estoy escuchando.

Escucho tu llanto, siento tu dolor. Quiero sanarlo.

Dame tus heridas, no es fantasía, es realidad.

Duele, duele, quieres llorar. Hazlo, sostente en mí.

Las heridas sanarán, solo si las dejas ir.

Caminar, correr, huir, ponle un nombre, sé lo que quieres decir.

Ellos no te escuchan, tú no te escuchas. Yo te escucho.

Entonces quieres llenar el vacío. ¿Dime cómo lo harás?

No es una fantasía, esto es real.

¿Quieres escapar?

Enfréntalo, esto es la realidad.

 

Mentiras, fantasías, engaños, falsedad.

Despertar, caminar, huir, escapar.

Soledad, el vacío, ese espacio que quieres llenar.

Hay salida, despierta.

No estás solo, esta es la realidad.

 

Siento lágrimas descender. Siento como si las voces cantaran para mí, como si intentaran consolarme. Repito la canción nuevamente cuando termina, lo hago una y otra vez.

Lo hago hasta que parece ser parte de mí, hasta que conozco cada letra, hasta que memorizo cada parte de la canción. La reproduzco tantas veces que distingo las diferencias entre las dos voces: una dulce, suave y melódica. La otra ronca, profunda y llena de sensualidad.

Me encuentro sonriendo mientras la reproduzco una vez más. Y es al día siguiente cuando April con una sonrisa me dice su nombre, This is reality [1].

Es ese mismo día cuando conozco de la existencia de BG.5.

Es el mismo día en el que decido que estoy respirando, que debo aprender a vivir. Sobreviví y debo seguir adelante.

Esa canción me hace saber que hay más que esta habitación. Entonces, al entrar al quirófano en la que espero sea de mis últimas operaciones me hago una promesa:




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