Capitulo 2: Una copa más,un recuerdo menos.
Había sepultado el recuerdo de su última visita al hospital, allá por la sazón de ocho años, pero cuando pisó la primera clínica medica que se había cruzado, sus vivencias pasadas se revelaron desde lo más profundo de sus entrañas y se elevaron por su ser causando revuelo en su estomago.
Pensó en que no podía apoyar los pies mientras estaba sentado, porque las sillas de la sala de espera eran demasiado altas y él con ocho años todavía no había pegado el estirón.
El olor era el mismo, una mezcla entre suero y bacterias, al menos era como solía describirlo aunque no tuviera ni la más remota idea de que aroma percibía y el entrono era similar: La personas esperando ansiosas a ser atendidas por un médico que probablemente estuviera en la cafetería y él en ascuas por su futuro encuentro con las autoridades.
Ed, se había detenido frente a esa edificación blanca que daba servicio de urgencias médicas a los escasos residentes de Thonotosassa.
Llevaba a esa mujer desnuda, cubierta únicamente por la sudadera que le había cedido y no tenía ni idea de qué iba a decirle a los sanitarios cuando atravesara la puerta principal. No hicieron falta palabras, nada más acceder al interior las miradas consternadas de los allí presentes se clavaron en la pareja, que recibió atención sanitaria de inmediato.
Luego llegaron las preguntas incómodas por parte de la encargada de recibir a los pacientes. Era una mujer regordeta que tenía fracciones de la raza de perro Bulldog según el criterio de Ed, además de un arisco humor que lo acató al de un chihuahua.
—A ver señora, ¿cómo pretende que rellene esto?-le espetó Ed, con el formulario que yacía sobre la superficie del mostrador bajo la palma de su mano—. Le he dicho mil veces, que no conozco a la paciente de nada.
El informe a rellenar exigía la información básica para identificar a la persona que se trataba en la clínica. Ed, no conocía esos datos, así que era imposible que pudiera rellenar las casillas, a pesar de que la mujer insistiera y no concibiera otras alternativas.
—Entonces anote sus datos, la policía querrá tomarle declaración.
Ed, frustrado bufó y agarró el formulario de un manotazo.
La mujer lo había mirado por encima de sus lentes para corregir la vista satisfecha y esperó unos segundos a que Ed, se apartara del mostrador sin desviarle la mirada.
El joven se había volteado para dirigirse a la sala de espera, donde tomó asiento en una de las filas verticales de sillas de pasta azul, acosado por las miradas de unas seis personas que, como él, esperaban. Colocó los antebrazos en el regazo e hizo un rollo con el papel que debía rellenar, como hacía de niño, solo que en aquella ocasión no lo usaría de telescopio.
Allí seguía, más de veinte minutos destrozándose el trasero con el incómodo asiento.
Desconocía por completo qué papel interpretaba en la situación, al fin de cuentas, aunque apareciera el mismísimo presidente para tomarle declaración la información iba a ser la misma que había proporcionado al llegar. Pero lo peor no era enfrentarse a las autoridades, sino que su historial delictivo lo pondrían en el punto de mira aunque no tuviera nada que ver con esa mujer.
Pese a sus controvertidos pensamientos, donde se cuestionaba haber hecho lo correcto ayudando a la muchacha, sabía que no había tenido ninguna alternativa.
Había una niña con una rabieta frente a él y no pudo evitar alzar la vista con molestia.
Ya estaba demasiado incómodo como para tener que lidiar con las quejas de una cría consentida que exigía a su padre el móvil: Al parecer quería usarlo para sumergirse en un videojuego pero el padre, que tenía aspecto de encontrarse bastante mal, no estaba por la labor.
Tenía una actitud pacifista y no se había alterado lo más mínimo por el arrebato de la niña.
Ed, cayó en la cuenta al escuchar a la niña, que su móvil debía estar en coche, probablemente tirado en el asiento del pasajero.
Se levantó con la intención de recogerlo y deshacerse de la ruidosa sala de espera. Además, de camino, se fumaría un cigarrillo. Pero su iniciativa se derrumbó al descubrir dos hombres dialogando con la señora Bulldog. No iban de uniforme, pero era evidente que representaban la ley.
Ed, se cercioró de que eran policías cuando ambos hombres lo miraron desde la distancia, mientras la mujer del mostrador movía los labios y señalaba en su dirección con un movimiento de cejas.
El más mayor, un hombre de unos cincuenta años con una poblada barba canosa que compensaba su carencia de cabello, se acercó a Ed, mientras el más joven se quedaba atrás recibiendo el testimonio de dos sanitarios.
—Buenas noches—inició el agente cuando estuvo lo suficientemente cerca para iniciar el diálogo —. Jacob Clayton, policía del condado. Hemos recibido un aviso del hospital por la paciente anónima que, presuntamente, ha sido víctima de una agresión ¿Me enseña su documentación?
Ed, se acarició la cabeza rapada y alzó las cejas cuando dedicó toda su atención al agente.
—Tengo la cartera en el coche, iba a ir a buscarla cuando usted apareció.
—Entonces le acompañaré si no le importa—se ofreció el agente, acto con el que Ed, percibió cierta desconfianza hacia su persona.
No era de extrañar, la policía siempre solía juzgarlo por su aspecto físico, debido principalmente a la cantidad de tinta que llevaba bajo la tez. Dado que, horas antes, se había desprendido de su sudadera para ofrecérsela a la chica, el agente tenía en bandeja los brazos desnudos de Ed, cubiertos de tatuajes.
—Usted mismo, pero fuera está lloviendo a cántaros—lo rodeó por el lateral para esquivarlo y caminar hasta la salida.
Jacob, no vaciló a la hora de seguirlo y efectivamente, en el exterior el diluvio se había incentivado con fuertes ventiscas.
Editado: 21.10.2020