Era momento en el que nacerían las pequeñas gemelas Parker.
-Amor...no se si de verdad quiero tenerlas...así sera imposible criar a dos niñas más...con ellas serían ahora 10 integrantes de la familia contándonos a nosotros dos...-
-No te preocupes, ya veremos que hacer después, pero ya no hables mas de ello o te arrestarán si descubren que queremos asesinarlas-
-Esta bien...confío en ti.-
Y con ello se despidió la señora Parker, entrando así al quirófano, donde daría a luz a las pequeñas gemelas.
Pasaron días después de la operación, la señora Parker tenía problemas en el parto, ya que perdía mucha sangre, por lo que los doctores le recomendaron buscar un donante.
William Parker, el cuarto hijo, con tan solo 17 años de edad, había decidido donarle dos bolsas de su sangre cada que lo necesitara su madre. Su piel era muy blanca, debido a que le sacaban demasiada sangre y así se fue quedando su tés, blanca como la nieve, ojos como la miel y el cabello dorado como el oro. En otras palabras era perfecto, de no ser por su extraña forma de comportamiento, y aquí culpamos a sus padres...
7 años despues
-¡William!, entra a cuidar a tus hermanas, ¡Ahora!-
Gritaba la señora Parker desde la cocina.
La familia Parker vivía alejada de la civilización, su casa se encontraba a las afueras de los suburbios de la ciudad, pero no muy lejos de ella, rodeada por un bosque. La casa era demasiado grande, se podría decir que era una mansión, con un estilo colonial en cuanto a la fachada. Parecía una verdadera casa del terror....pero quién sabe, ¿quizás este mejor por dentro?.....
William subia las escaleras de madera que rechinaban a cada paso que daba. Llegó hasta el cuarto de las gemelas, un puerta negra, con candado.
Su madre no permitía que ellas salieran tanto afuera de la casa, como afuera de su cuarto. Solo abría el candado cada que bajaban a comer o cuando necesitaban ir al baño las gemelas.
-¡Mamá! ¿!Y la llave del candado!?-
Gritaba William desde el segundo piso
-¡Arriba de ti!-
Gritó en respuesta la señora Parker
William por defecto volteó hacia arriba en el techo, en efecto, ahí estaba la llave, colgando de una cuerda.
William fue al sótano, tomo la escalera, subió al segundo piso y se dispuso a bajar la llave con ella, apoyandola contra la pared.
Se dispuso a subir hasta la cima de la escalera y, como la llave se encontraba muy lejos aún, estiró la mano lo mas que pudo, movía sus dedos para poder alcanzarla, solo faltaba poco hasta que...
¡Crash!
La escalera se había roto, William había caído desde una gran altura haciendo que su brazo se rompiera, además, una de las astillas de la escalera había cortado su pierna, pero, tenía la llave en su mano derecha, alcanzo a tomarla antes de la caída.
Como pudo se levanto, abrió el candado y observo adentro de la habitación. Las gemelas dormían.
Se acerco a ambas camas, sentándose en la de Violeta. Acaricio su cabeza, después tomo una almohada y la coloco encima del rostro de la pequeña.
-Ven aquí Violeta...si te asesino ahora, ella me amará aún mas...-
Decía mientras que con su brazo derecho apoyaba fuertemente la almohada contra el rostro de Violeta, haciendo que ella se moviera para librarse de su asesino y poder respirar.
Anaís, su gemela, abría los ojos débilmente mientras se despertaba de su sueño. Su vista se dirigió a Violeta, quién se retorcía en su cama, tratando de respirar, después, se dirigió a su hermano William, quien luchaba para que Violeta muriera lo mas pronto posible.
-¿Qué juegan hermano William?-
-Nada Anaís, pronto jugaré contigo también ¿puedes esperarme un poco?-
-Claro hermano-
Decía mientras veía el asesinato de su hermana
-Yo digo que ya es mi turno hermano William, ¡Violeta ya ha jugado mucho!-
Entre pucheros, se levantó de la cama, tomando uno de sus juguetes de madera, lo arrojó a la cabeza de William, haciendo que éste dejara caer la almohada y Violeta pudiera respirar de nuevo.
-¡Te dije que era mi turno de jugar hermano!-
Defendía enojada Anaís mientras se regresaba a su cama.
-¡Aahh!-
Gritaba en dolor William
Anaís le había hecho un golpe muy fuerte en la cabeza, lo que obligó que William se fuera a pedir ayuda a su madre.
-Es un malvado, no quiso jugar conmigo a lo mismo que jugaba contigo Violeta-
-Si....(toma un respiro tras otro).... quizás después quiera jugar con las dos.....pero....(toma un respiro tras otro).....a mi no me gustó este juego, no me dejaba respirar bien Anais-
-Que mal hermana.....¡Mira.... dejó la puerta abierta Violeta!-
-¿Será hora de comer?-
-No lo sé, ¡Vayamos afuera!-
Las dos pequeñas salían de su cuarto escaleras abajo, rumbo al patio trasero de la casa sin el permiso de su querida madre......