Los Ojos de Sofía

¿Una molestia?

Valentina

La casa es pequeña, modesta. Justo lo que necesito. Un rincón en este pueblo apartado de Sicilia, donde nadie sabe nada de mí, ni yo de ellos. Solo el sonido del viento me acompaña mientras abro las cajas, cada una con la misma carga: libros, mi única forma de evasión. Mi laptop, la otra cosa que no puedo dejar atrás, descansa en una de las cajas con cuidado, casi como si fuera lo único que me pertenece realmente. Los libros son viejos, gastados, como si ellos también hubieran soportado tanto como yo. Son la evidencia de un pasado que no quiero recordar, y, sin embargo, los mantengo. No sé si los libros me ayudan a olvidar o me recuerdan lo que no puedo dejar atrás.

Muevo la última caja hacia una esquina de la habitación. Es todo lo que tengo: unos pocos cambios de ropa, las pertenencias que caben en una caja, la laptop, y algunos recuerdos. Me digo que no quiero pensar en lo que dejé atrás, que no quiero ni siquiera recordar qué pasó antes de llegar aquí. Es imposible. Los ecos de la vida que dejé atrás me siguen. Puedo sentirlo en el aire, en el polvo que se levanta cuando saco el último libro de la caja, en el silencio denso que llena cada rincón de esta casa vacía. Es como si cada objeto tuviera su propio peso, una historia que yo prefiero no escuchar.

Me esfuerzo por mantener la mente ocupada, por concentrarme en mi nueva vida, en este intento desesperado de encontrar paz. En este lugar, todo parece estar detenido en el tiempo. La gente no sabe quién soy, y eso me da un pequeño respiro. Solo me importa el presente. El futuro no existe, al menos no en mi mente. Es lo único que puedo controlar, lo único que puedo abrazar. Aquí, en este pueblo que no tiene historia para mí, no hay miradas acusadoras, no hay voces susurrando sobre lo que fui. No hay nadie que me recuerde lo que sucedió antes de que llegara aquí, con el corazón roto y las manos temblorosas. Nadie sabe nada, y eso es todo lo que necesito.

Acomodo los libros en la pequeña mesa de la sala, formando una torre que parece un castillo de recuerdos. Los toco con cuidado, como si no pudiera dejar que el pasado se deshaga tan fácilmente, como si cada página me hablara. No quiero abrirlos, no quiero adentrarme en ellos, pero mis dedos lo hacen de todos modos, moviéndolos, acomodándolos, sin conciencia de lo que estoy haciendo. Mi cuerpo lo sabe, mis manos lo saben, y aunque mi mente se niega a recordar, mi cuerpo sigue allí, atrapado en las huellas de un pasado que no puedo borrar.

Mi laptop, la que contiene todo lo que realmente necesito, es lo único que podría salvarme de perderme por completo. A veces me pregunto si alguna vez volveré a encenderla, si alguna vez me atreveré a mirar los archivos que dejo dentro. ¿Me atreveré a volver a conectarme con el mundo, o seguiré escondiéndome detrás de mi silencio? Pero lo cierto es que la laptop es solo otra forma de mantener el control, otra forma de no perderme. No he querido ni siquiera ponerla en marcha desde que llegué, y no sé si algún día lo haré. Por ahora, la dejo sobre la mesa, esperando a que sea el momento adecuado para decidir.

El aire en la casa es fresco, pero algo me incomoda. El sol se ha puesto ya, y el entorno parece más sombrío de lo que debería. El pueblo está tranquilo, demasiado tranquilo. Nada se mueve en la calle, ni un alma en la plaza. Pero hay algo en esta quietud que no logro entender. Me siento observada, como si estuviera siendo vigilada sin saberlo. El sonido de mis propios pasos suena en mis oídos, y una presión se instala en mi pecho. Mi respiración se hace más pesada. No hay nada fuera de lo normal, pero no puedo evitar la sensación de que algo no encaja.

Miro por la ventana, todo parece demasiado perfecto, casi irreal. Las casas dispersas a lo lejos, las montañas que parecen dibujadas en la distancia, la calle vacía. Justo cuando voy a apartar la vista, noto algo. Un movimiento, un destello. Un reflejo que viene de la casa de al lado. No lo reconozco, no sé por qué, pero algo en mi estómago se contrae. ¿Alguien está ahí? Mi mente me dice que no. Que simplemente es el sol jugando con las sombras, que mi ansiedad me está traicionando, no lo creo.

Siento un nudo en el estómago, como si todo fuera a desmoronarse en cualquier momento. Como si mi pequeña burbuja de anonimato estuviera a punto de estallar. Sin embargo, ¿qué es lo que realmente temo? Mi pasado, lo sé. ¿Por qué sigo buscando algo que ni siquiera quiero recordar con claridad? ¿Por qué sigo sintiendo que hay algo en este lugar que no encaja?

Es solo un suspiro, solo un susurro en la mente, pero lo escucho. Es como una advertencia, como un aviso de que no estoy tan sola como quiero creer. Y sin saber por qué, una parte de mí, la parte que me decía que debía huir y dejar todo atrás, me recuerda que tal vez no lo logré del todo. El silencio, la tranquilidad... no son más que una ilusión, y pronto, tal vez más pronto de lo que quiero, ese silencio será roto.

(...)

La tarde cae lentamente sobre el pueblo. El sol se esconde detrás de las colinas, bañando el horizonte con una luz dorada que parece desbordarse por cada rincón. Yo me siento, como siempre, en el pequeño jardín delantero de mi casa, sumida en las páginas de un libro que no me deja pensar en nada más. El lugar es tranquilo, demasiado tranquilo. Solo que eso es lo que quiero, ¿no? Paz. Silencio. Y, de alguna manera, ese solitario jardín me lo ofrece.

Lo vi ayer, y lo he vuelto a ver hoy. El vecino. El hombre de los ojos grises. Siempre parece tan serio, tan reservado. Y hoy no es la excepción. Regresa del mercado con varias bolsas en las manos, caminando con rapidez, como si estuviera escapando de algo. Se ve tenso, y por algún motivo, su presencia me inquieta. Tal vez es porque ha evitado mi mirada cada vez que me ha visto en el jardín. No me hace ningún gesto, ni una sonrisa, solo una ligera inclinación de cabeza antes de irse, como si mi presencia le molestara.




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