Luca
A veces, la culpa me consume. La miro, la veo, la escucho, y por dentro me muero de vergüenza. Valentina. Ella no merece el trato que le doy, y lo sé. Lo siento en cada fibra de mi ser, solo que hay algo en ella, algo que despierta en mí una reacción que no puedo controlar. Algo tan simple como su mirada, tan penetrante, tan curiosa, me hace querer apartarme, alejarme. Porque sé lo que siento. Es una atracción que no puedo permitir. Ella, con su calma, con su sonrisa, me hace sentir algo que no quiero. Algo que solo me ha sucedido una vez antes. Algo que está vinculado a un dolor que es mejor dejar en el pasado. Mi corazón se revuelca con cada pensamiento negativo que intento evitar. No puedo dejar que entre. No puedo dejar que se acerque. No puedo permitir que descubra mi secreto.
La siento cerca, demasiado cerca. Y no solo eso, su presencia me inquieta. Ella tiene algo, algo que me atrae físicamente, algo que no puedo ignorar. Si me dejara llevar, si dejara que la curiosidad y el deseo me dominaran, podría acabar por hundirme en un abismo del que no podría salir. Ella tiene esa capacidad, esa forma de hacerme perder el control, de hacerme recordar lo que fue mi vida antes de Sofía.
Respiro hondo. No puedo dejarme arrastrar. No quiero caer de nuevo en los mismos errores. Debo mantener mi distancia. Valentina es solo una vecina. Y yo soy un hombre con un pasado que no puede salir a la luz. Es mejor para ambos que no nos acerquemos más. Pero mi mente no deja de pensar en ella. ¿Por qué tiene que ser tan complicada? ¿Por qué tiene que ser tan atractiva?
No puedo seguir ignorando lo que siento, ni seguir alejándola sin saber más. Mi curiosidad es más fuerte que mi razón. Así que, cuando me quedo solo en casa, con Sofía descansando en su cuarto, decido investigar. Abro mi laptop y me pongo a buscar información sobre ella. No tengo muchas pistas, pero su apellido me suena de algún lugar. "Malfatti". Lo he escuchado antes, seguro. No logro recordar de dónde. Tal vez fue en algún libro, o en alguna conversación de paso. El apellido me resuena en la cabeza como algo familiar, pero no puedo asociarlo con nada concreto.
Accedo a las redes sociales, a las bases de datos que tengo, y comienzo a buscar. La información llega rápido, como una corriente de datos fríos y calculados. Valentina Malfatti. Profesora de inglés avanzado. Traductora. Su trabajo es traducir libros, periódicos y documentos al consulado de Italia. Me sorprende la cantidad de trabajo que tiene. Es más de lo que pensaba. No solo es una simple vecina, sino que tiene un nivel profesional bastante alto. Eso me hace pensar en lo que podría estar haciendo aquí, en un pueblo como este, tan apartado de la vida frenética de la ciudad. Algo no encaja.
Sus estudios son impecables, tiene varios títulos y recomendaciones. No me detengo allí. Sigo buscando, siguiendo el rastro que dejó en su vida digital. No encuentro nada más personal, pero noto que alguien con un apellido como el suyo podría estar relacionado con familias prominentes. ¿Un parentesco lejano con alguien importante? No lo sé. La idea me ronda, decido dejarla a un lado. No quiero entrar en una espiral de suposiciones. Mi curiosidad ya ha ido demasiado lejos, pero hay algo que no puedo dejar de pensar: ¿por qué su apellido me suena tanto? ¿Qué conexión tiene con ella, si es que existe alguna?
Cierro la laptop, no quiero seguir investigando más. Ahora debo concentrarme en Sofía. Ella me llama desde su habitación, un simple "papá", pero con ese tono que solo ella tiene. Me levanto rápidamente, dejándome llevar por la preocupación, aunque sé que no está tan mal. Su fiebre ha bajado, pero sigo pendiente de ella. No quiero que se vuelva a enfermar, no quiero que nada la haga daño.
Entro en su cuarto y la encuentro jugando con sus pequeños unicornios de peluche. Tres figuras diminutas, con crines de colores. Se ríe, feliz en su pequeño mundo, mostrándome a cada uno de los unicornios y dándoles nombres.
—Este es Blanquita, este es Rayo y este es Estrellita —musita mientras mueve a los muñecos de un lado a otro, imitando su voz para cada uno.
Mi corazón se derrite. La veo tan feliz, tan inocente. Me río junto a ella, disfruto de la simplicidad de su mundo, de su imaginación tan pura. La miro, observando cómo se aferra a sus pequeños amigos y cómo su voz aún tan suave y dulce pronuncia nombres que solo tienen sentido en su pequeño universo.
—¿Y qué hacen Blanquita, Rayo y Estrellita? —le pregunto, con una sonrisa en mi rostro, queriendo seguirle el juego.
Sofía se queda pensativa por un momento, luego responde con seriedad, como si fuera una experta en el tema.
—Ellos vuelan... vuelan muy alto, papá, hasta el cielo, y se traen muchas estrellas —dictamina con un brillo en los ojos que me hace sentir que mi mundo tiene sentido solo por verla a ella.
Me siento en el borde de su cama y dejo que me muestre sus muñecos. La escucho hablar de sus aventuras con ellos, de los lugares que visitan y de los lugares donde siempre quieren estar. Los unicornios son su todo. Y yo, simplemente, soy el espectador privilegiado de esa maravilla.
La amo con locura. No hay nada que me importe más que ella, que su felicidad. Lo único que me hace seguir adelante es verla sonreír, verla sana y feliz. Esa es la razón por la que vivo. Ella es la razón por la que estoy aquí, aguantando las pesadillas de mi vida. Sofía es todo para mí. Y nada ni nadie, ni siquiera Valentina con su atractivo y sus misterios, puede cambiar eso.
Mi mente vuelve a ella, a la vecina. A pesar de mis esfuerzos por concentrarme en mi hija, Valentina sigue ahí, en mis pensamientos. Esa mujer misteriosa, con su pelo largo y sus ojos que parecen querer leerme el alma. Lo peor de todo es que no sé por qué, pero tengo que saber más de ella. Algo en mí me lo exige, pero sé que el riesgo de acercarme a ella podría ser fatal.