Valentina
El suave llanto me llega, interrumpiendo el silencio de la cocina. Es bajo, casi un susurro, pero se cuela en mis oídos con una claridad que no puedo ignorar. Cierro el grifo de la sartén, apago el fuego y me quedo quieta, escuchando con atención. No puede ser. Estoy sola en mi casa, y el llanto de un bebé se cuela en la quietud de la tarde. Me paro y camino hacia la puerta trasera del jardín. Abro la puerta lentamente y me asomo con cautela.
Escucho de nuevo. Ese llanto, suave pero persistente. Es claro, es real. No me lo estoy imaginando. ¿De dónde viene? ¿Es posible que sea del jardín de mi vecino? Luca. No es la primera vez que me intriga su hermetismo. Él siempre parece estar tan alejado, tan distante de todo, de todos. Pero lo que escucho ahora no tiene explicación lógica, y el sonido del llanto de un bebé me hace sentir un nudo en el estómago.
Y entonces, lo escucho más claro: "Papá". La voz de una niña.
El corazón me da un vuelco de tristeza. No sé quién es esa niña, pero me duele escucharla llamar a su padre. No puedo imaginar lo que debe estar sintiendo, si es que está sola o si necesita algo. Todo en mi interior me grita que algo no está bien. ¿Cómo puede ser? El llanto se intensifica, y no me importa lo que pueda pasar ahora. No puedo quedarme aquí sin hacer nada.
Sin pensarlo, empujo la puerta y salgo al jardín trasero. El sonido del llanto se hace más fuerte, más urgente. Me acerco a la cerca que separa nuestra propiedad, con los nervios a flor de piel. Pienso en todas las posibles consecuencias. Invadir la propiedad privada es un delito. Puedo ir a la cárcel, y Luca podría denunciarme sin pensarlo dos veces. Pero el llanto de la niña no me deja en paz. Me atrae, me empuja a actuar. Si es cierto que tiene una hija, algo en mí me dice que no debo ignorarlo.
Me acerco a la cerca blanca que divide nuestras casas, la observo un momento. La ansiedad me hace tomar una decisión sin pensarlo mucho. ¿Qué más da? Si la niña realmente está en peligro, me arriesgaré. No puedo dejarla así.
Sujeto la cerca y salto al otro lado. El sonido del llanto se hace más cercano, pero me detengo cuando veo algo que me hace fruncir el ceño: cámaras de seguridad. Las veo a lo lejos, no están apuntando directamente hacia la cerca, pero seguro que tienen sensores de movimiento. Muerdo mi labio con frustración. Si la alerta llega a su teléfono, Luca sabrá de inmediato que alguien se ha metido en su propiedad. No importa, pienso, la niña necesita ayuda. Si realmente tiene una hija, no creo que la denuncie. No lo hará, porque él está tan metido en sus propios secretos como yo en los míos.
Me acerco rápidamente a la puerta trasera de la casa de Luca. Intento abrirla, solo que está cerrada. Mierda. Pienso en lo que haría él si quisiera entrar. ¿Tendría una llave escondida? ¿O acaso dejaría que alguien se las ingeniara para abrir? Observo a mi alrededor, busco alguna pista, y mis ojos se fijan en una maceta que está un poco fuera de lugar. Está de lado. Algo dentro de mí me dice que mire ahí.
Me agacho, la levanto con cautela, y encuentro lo que busco. Una pequeña llave. Mi corazón late con fuerza. ¿Es posible? ¿Está todo tan fácil? Miro la llave, me siento un poco culpable, pero no puedo parar ahora. La inserto en la cerradura de la puerta trasera, y con un clic, la puerta se abre lentamente.
La casa de Luca es diferente a la mía. Está impecablemente limpia, organizada, casi clínica en su meticulosidad. La cocina tiene un orden que me hace sentir algo celosa. Me doy cuenta de lo estructurada que parece su vida. No tengo tiempo para fijarme en los detalles. Camino por la casa, mis pasos son suaves, intentando no hacer ruido. El llanto de la niña me guía, me lleva hacia arriba, por las escaleras, hasta una puerta blanca que está entreabierta.
Entro sin hacer ruido. La tenue luz de una lámpara sobre la mesa de noche ilumina suavemente la habitación. El cunero está justo en el centro, precioso, con la forma de un cisne. Y ahí, en ese cunero, está la niña. No llora, solo me observa con curiosidad, esos ojos grises que me recorren de arriba a abajo.
No puedo evitarlo. Sé que esa niña tiene algo de Luca. Es evidente. Los ojos grises, como los suyos. El ADN es inconfundible. Me acerco lentamente, con cautela, para no asustarla. Pero al estar frente a ella, la niña habla.
—Mamá.
Mi corazón se detiene. Las palabras de esa niña me atraviesan como un cuchillo. "Mamá". La palabra me llena de una angustia y felicidad tan extrañas que no sé cómo gestionarlas. Me agacho, la tomo en mis brazos, sin pensar, sin cuestionarlo. La niña está tan suave, tan pequeña. Sus mejillas sonrojadas por el llanto, sus ojos brillantes, y yo la abrazo contra mi pecho, susurrándole palabras tranquilizadoras.
—Shh, todo está bien. No llores, pequeña. Estás a salvo aquí conmigo.
La niña se calma poco a poco, su respiración se hace más tranquila, y en su rostro aparece una pequeña sonrisa. Es todo lo que puedo desear. Verla tranquila, ver que ya no tiene miedo.
Pero el momento de calma se rompe cuando escucho una voz grave, furiosa, que me hace dar un salto hacia atrás. Mi corazón se acelera, el miedo me envuelve.
—¡Suelta a mi hija!
La voz de Luca retumba en mis oídos. Me giro rápidamente, la niña aún en mis brazos, y el aire en la habitación se vuelve denso, peligroso. No sé qué hacer. Su mirada está llena de ira, de miedo, de algo que no puedo entender.
Mis pensamientos se desbocan. ¿Qué hago ahora? ¿Qué sucederá? ¿Me voy a arrepentir de todo esto?
La tensión en el aire es palpable, y por un momento, la habitación se siente como un campo de batalla. Yo, con la niña en mis brazos, no sé si quiero enfrentarme a lo que sea que Luca tiene para decirme. Solo sé que, en este instante, esa pequeña es lo único que importa.
—Te dije que tu secreto está a salvo conmigo —susurro, caminando lentamente hacia él, con miedo. La mirada de Luca no es la de un hombre agradable, sino la de alguien peligroso.