Luca
El sol apenas está comenzando a caer cuando regreso a casa. La casa está en silencio, pero el peso de la situación me acompaña mientras bajo del coche, dejando a Sofía en el interior, adormilada tras el largo día. Ella ha estado bastante mejor desde que regresamos de la ciudad, pero la fiebre y el cansancio aún la mantienen tranquila, casi ausente. Sé que se siente diferente, no sé por qué, pero lo noto. Algo en su mirada me inquieta, y aunque quiero creer que está todo bien, algo no encaja.
Entro en la casa y, con un suspiro, subo las escaleras para dirigirme a la habitación de Sofía. Hoy, de alguna manera, se siente diferente. Tal vez sea porque ya no tiene fiebre, tal vez porque las cosas han vuelto a la normalidad, pero algo está fuera de lugar. No puedo dejar de pensar en Valentina. Ya sé que no debería, que no debo, pero ahí está, en cada pensamiento que tengo. Todo lo que ha pasado, la forma en que ayudó a Sofía... ¿por qué? ¿Qué pretende con todo esto?
Entro a la habitación de Sofía y la encuentro sentada en la cama, mirando hacia la ventana con una expresión neutral. Me acerco lentamente y comienzo a quitarle el vestidito rosa que le puse en el hospital. La observo mientras lo hago, notando cómo sus ojos siguen en silencio, como si estuviera pensando en algo muy profundo, algo que no entiendo. Cuando le quito el vestido, ella me mira, sus ojitos brillando con curiosidad.
—Papá, ¿dónde está Valentina? —pregunta con una voz tan calmada que me sorprende. La miro fijamente, sin saber cómo responder.
Suspirando, me apoyo en el borde de la cama y le acaricio el cabello, intentando encontrar las palabras adecuadas para lo que viene. No sé qué pensar. No sé si Sofía lo sabe, si lo siente, o si solo lo está imaginando.
—Valentina no es nada en nuestras vidas, Sofía —le digo, sin pensar demasiado en lo que estoy diciendo. La miro mientras sus ojos se fijan en mí con una expresión seria, casi adulta para su edad. —Solo es una vecina, alguien que vive cerca.
Sofía frunce ligeramente el ceño, como si no estuviera de acuerdo con lo que le acabo de decir.
—No, no es solo una vecina —me responde, su voz baja, pero decidida—. Ella quiere ser mi mamá.
Mis dedos se tensan sobre la tela del vestidito que aún sostengo en mis manos. No entiendo de dónde viene eso. Valentina no ha dicho nada que sugiera que quiera ser algo más que una simple vecina para nosotros. Ni siquiera estoy seguro de qué está pasando entre nosotros, pero no quiero que Sofía se haga ilusiones. No quiero que se llene de expectativas que no puedo cumplir.
—No, Sofía —digo con firmeza, sintiendo que debo ser claro con ella—. Valentina no va a ser tu mamá. Eso no va a pasar.
Ella me mira en silencio por un momento, pero noto cómo sus ojos se llenan de una tristeza que no puedo explicar. Es como si, en su pequeño mundo, hubiera esperado algo más de todo esto. Y yo... yo no sé qué más hacer.
—Pero... yo quiero que Valentina sea mi mamá —insiste, con una tristeza en su voz que me corta el corazón.
Es tan pequeña. No sabe lo que está pidiendo, lo sé. Esa necesidad de cariño, de amor... no puedo hacerle entender todo lo que he estado evitando. ¿Cómo le explico que Valentina no tiene lugar en nuestra vida de esa manera?
—Lo sé, Sofía —respondo suavemente, sintiendo el peso de sus palabras. —Sé que la quieres, pero ella no es tu mamá. No lo será.
Ella no responde, solo asiente lentamente, como si tratara de comprender. Mi corazón se rompe un poco al verla, pero tengo que ser firme. Tengo que protegerla, aunque no me guste lo que eso signifique.
De repente, escucho unos suaves golpes en la puerta. Tres pequeños golpecitos que me ponen tenso. Miro a Sofía, que está ahora más tranquila, pero aún con una expresión pensativa. La puerta suena nuevamente, esta vez más insistentemente. Siento una oleada de molestia que me recorre. ¿Quién puede ser a esta hora?
Dejo el vestidito en la cama y bajo las escaleras con rapidez, mis pasos resonando en el suelo de madera. Mi mente está aún llena de lo que acaba de pasar con Sofía, y ahora, ese ruido en la puerta solo aumenta mi incomodidad. ¿Por qué no puede todo ser sencillo?
Llego hasta la puerta y la abro con cautela, con la mirada fija en el umbral. Y ahí está, Valentina. Está parada frente a mí, con una ligera expresión preocupada en el rostro, como si no pudiera dejarme en paz.
Siento una punzada de disgusto al verla, aunque trato de no dejar que mi rostro lo exprese. No es el momento. No ahora. No puedo evitarlo. ¿Por qué viene aquí? ¿Por qué sigue apareciendo en mi vida, cuando yo no he pedido nada de esto?
»¿Qué quieres? —le pregunto, mi tono más brusco de lo que debería ser, pero la frustración se ha apoderado de mí.
Valentina no dice nada al principio. Solo me observa con esa calma que siempre tiene, esa tranquilidad que nunca logro entender completamente. Me mira por unos segundos, como si estuviera esperando que dijera algo más, pero no lo hago.
—Vengo a ver cómo está Sofía —responde, y al escucharla, algo en mí se calma, aunque la molestia sigue estando presente.
La miro por un momento más, dudando si debo dejarla pasar o no. Pero algo en su actitud me dice que no se irá hasta que haya tenido lo que quiere. Respiro hondo, casi cansado, y me aparto de la puerta.
—Entra —le digo con voz baja, mientras abro la puerta por completo.
Valentina pasa, y puedo ver que está observando cada rincón de la casa, como si estuviera buscando algo. Yo no tengo la energía para lidiar con sus preguntas o su constante preocupación. Solo quiero que se vaya, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí sabe que Sofía la necesita, y yo no puedo hacer nada para cambiar eso.
La puerta se cierra detrás de ella, y aunque me molesta su presencia, no puedo negar lo que siento por Sofía. Ella está mejor, y es lo único que importa en este momento. Lo demás… eso, es otro problema que tengo que enfrentar.