Pov Raven
Al día siguiente me despierta una canción molesta y estruendosa que oígo todas las mañanas. Lo que no entiendo es porqué la oígo más alta de lo acostumbrado.
Abro los ojos y me siento en la cama desperezándome.
Cuando observo mi entorno caígo en cuenta de que no me encuentro en mi habitación. Me alarmo y comienzo a mirar, confundida, la habitación. El entendimiento recae sobre mi alertadado cerebro y me doy cuenta que estoy en la alcoba de Aria.
Esta está tecleando en su laptop sobre el escritorio mientras cabecea al ritmo de la música pesada que está escuchando.
No comprendo como le gusta ese ruido de batería y el chirrido de la guitarra eléctrica; es sumamente molesto.
Ella deja de escribir en su computadora y me mira con su habitual cara de asco antes de exclamar:
—¡Por fín! Pensé que te había dado una muerte súbita o qué sé yo. —Agita los brazos dramáticamente antes de pararse y dirigirse hasta donde me encuentro—. Quiero saber ya mismo que mierda pasó anoche, ¿por qué llegaste llorando? Y no me mientas de que no es de importancia, porque sabes bien, que yo sé, que las dos sabemos, que duermes conmigo cuando algo grave te ha pasado. Así que no te atrevas a mentirme, mojigata.
Suelto un suspiro cansado, recordando todo lo de anoche.
Mierda, mierda, mierda.
Ryan, Rave, ¿qué carajo pasó?
Ella me mira expectante, esperando a que le cuente todo.
Y así lo hago, le cuento detalle a detalle todo lo que pasó y lo muy culpable que me siento por haberle hecho algo así a Ryan. Cuando termino ella tiene una expresión entre sorprendida y graciosa.
Sé lo que viene ahora...
—¡Te gusta el italiano! —chilla, emocionada.
—No. Él no me gusta. Solo fue un malentendido, una jugada sucia de mi mente.
—Muy sucia —dice, con una sonrisa pícara.
—No ayudas, ¿sabes? ¿Y por qué estás tan emocionada ante la posibilidad hipotética, de que me guste el italiano? ¿Acaso no recuerdas quién es? ¿Lo que hizo hace días atrás? —inquiero, escrutadora.
Ella vuelca los ojos levantándose del colchón y yendo a su tocador para maquillarse.
—Primero, eres una exagerada. En verdad, mojigata. Ya deja de buscar excusas para que te caíga mal y así no aceptar que te atrae —responde, mientras se delinea los ojos frente al espejo—. A ver, lo único que hizo fue gritarte porque tiraste su hierba al piso, una que le había costado conseguir, ¿Eso te parece motivo suficiente para montarte todo este teatro y tildarlo de alguien malo? Piénsalo.
Y lo hago.
¿Es para tanto? ¿Quién es Rave Ricci realmente?
Tal vez Aria tiene razón. Pero no me siento mentalmente preparada para aceptar que estoy equivocándome con él, es más fácil si tengo un motivo para mantenerlo lejos de mí.
Prefiero cambiar de tema.
—¿Quién te trajo anoche?
—El rubio.
—¿El rubio? —pregunto, confusa.
—Sí, Rodrigo. Es buen chico, me dio su número para después fumar uno juntos. —Yo la miro con mala cara.
—¿Y ya le pusiste apodo?
—Claro. ¿Por quién me tomas, hermanita?
—Te recuerdo que yo soy la mayor. "Hermanita", está de más —expreso, divertida.
—No soy yo quien viene llorando a dormir a la cama de la otra.
Touché.
—Cállate.
Escucho su risa cuando me dirijo a mi habitación para darme un baño.
En el pasillo me cruzo con mi madre saliendo de la habitación que comparte con mi padre en bata y con café en la mano.
Raro, siempre se levanta primero a prepararnos el desayuno. Me le quedo mirando como si le hubiera salido una segunda cabeza y ella ríe levemente.
—Larga noche —dice, todavía riendo—. ¿Cómo estuvo la fiesta, cariño?
—Genial.
Sí, genial.
Le doy una sonrisa un poco fingida para que no haga preguntas. Aunque mi madre me conoce muy bien, sabe cuando finjo, sé que lo noto esta vez pero no dirá nada, la conozco, me dará mi espacio.
Las dos nos quedamos en silencio y yo apunto la puerta de mi pieza indicándole que me daré una ducha.
Ella asiente con una sonrisa.
—Te espero abajo con el desayuno, cielo.
—Gracias, mamá —musito, antes de cerrar la puerta de mi pieza.
Cuando termino de bañarme y ponerme ropa comoda ya que hoy es sábado.
Bajo a la cocina donde todos ya están sentados desayunando en la isla del centro, viendo el noticiero.
Mamá me pasa el plato con waffles y yo me sirvo café en una taza. Estamos todos escuchando lo que dicen las noticias, papá le sube un poco más el volúmen:
"Han vuelto las carreras ilegales a la ciudad de Los Ángeles. La policía ha ido al lugar ayer por la madrugada cuando fueron informados por vecinos que atestiguaron oír el rugir de los motores de lo que parece ser autos de alta gama. Fueron arrestados alrededor de cinco jóvenes de entre diecinueve y veintiséis años. Fueron hallados portando armas de fuego y drogas. Fueron absueltos de sus cargos cuando sus respectivos responsables y padres se presentaron a la comisaría pagando una gran cantidad de dinero por la fianza de cada joven arrestado. Todos se preguntan a qué se debe este repentino volver delictivo ya que hace más de un año que no ocurrían estas carreras ilegales y ventas de drogas en la ciudad. ¿Será una mafia? ¿Serán solo jóvenes delincuentes?
Muy buenas tardes señores, los mantendremos al tanto si surgen nuevas noticias."
—Esos niños, nunca cambian. Se creen malotes por drogarse y correr carreras en sus lujosos autos que seguramente fueron obsequio de sus ingenuos padres —habla mi padre, negando con la cabeza y sorbiendo su café.
Mi hermana y yo compartimos una mirada cómplice. Recuerdo las veces que se escapó de casa para ir a esas carreras ilegales con sus distintos novios.
—Niñas. —Mi madre hace que rompamos nuestro contacto visual al instante—. Vayan por su traje de baño, toalla y ropa cómoda. Los Ricci nos han invitado a pasar el día en la quinta que han adquirido según me dijeron, por una herencia familiar —habla, sonriente, mientras yo casi me atraganto con el café.