POV RAVEN
Me miro en el espejo de cuerpo entero de la habitación de Aria satisfecha con lo que llevo puesto. Una falda azul marino que me llega hasta la mitad de los muslos y un top holgado color rosa pálido junto con unas sandalias bajas de color dorado. Tengo dos torzadas a cada lado de mi cabeza justo por encima de las orejas que hacen la ilusión de que tengo una media cola pero solo son dos mechones enrollados y adheridos al resto de mi cabello con dos hebillas un poco llamativas. Llevo solo máscara de pestañas y un brillo labial sin color. Cuando me doy la vuelta con una sonrisa hacia Aria ella está mirando con una mueca de asco mi atuendo. Mi sonrisa se borra al instante.
—Así que... ¿Ese es tu estilo? —cuestiona dudosa, repasando mi vestuario nuevamente.
—Sí —afirmo con la barbilla en alto.
Espero un comentario cruel, sarcástico o burlesco. Pero no llega.
—Va contigo así que supongo, está bien. —Mi sonrisa se ensancha al escuchar su aprobación y vuelvo a repasarme en el espejo dudosa—. Vamos, Rodrigo me acaba de avisar que está a una cuadra de casa.
—Aria. —La llamo y ella detiene su andar hacia la puerta—. ¿Crees que a él le guste?
Ella me mira confusa.
—Quiero decir, ¿crees que le guste como soy yo en realidad? ¿Mi manera de vestir...? ¿Yo? —pregunto temiendo la respuesta.
Otra vez espero el golpe de realidad por parte de sus crudas palabras pero vuelvo a sorprenderme.
—Claro que sí. Ahora vamos, primero debes enseñarle tu estilo sino no podrá fascinarse con él —dice y me hace un ademán de que vaya hacia la salida de mi habitación.
Nos despedimos de mamá ya que papá hoy se quedó hasta tarde en la editorial.
Nos hizo asegurarle que no tomaríamos alcohol, ni fumaríamos marihuana, y que si teníamos relaciones sexuales sería con protección. Lo último me hizo ruborizar de pies a cabeza y Aria como siempre, se burló de mí.
Salimos al porche de casa y una ráfaga de viento helado me despeina el cabello que tanto trabajo me ha costado ordenar. Refunfuño algo molesta y camino hacia el coche aparcado en la calle frente a nuestra casa.
Genial, mi intento de verme bien esta noche se ha ido por el caño.
Cuando llegamos a la puerta del auto Rodrigo me inspecciona de pies a cabeza y eleva las cejas con interés, ignoro ese hecho y me trepo al auto en los asientos traseros luego de saludarlo con un gesto de mano.
—Gracias por llevarnos —musito, bien cierro la puerta del auto.
—De nada, mojigata —dice divertido y Aria comienza a reírse.
Genial, ahora él también me llama así.
—¿La trajiste? —pregunta Aria algo ansiosa y no sé a quién o a qué se refiere.
—Por supuesto, nena —afirma Rodrigo girando a la derecha en una calle llena de comercios.
—¿Y dónde está? —Esta vez habla con más premura.
—Calmada, fierecilla. La tengo justo aquí. —Saca una pequeña bolsa que ya puedo imaginarme lo que contiene.
Ni siquiera me molesto en reprocharle algo a mi hermana porque el apodo por el cual la llamó fue como una patada directa al hígado.
[...] Lo miré a detalle mientras él hacía lo mismo. Su oscuro y lacio cabello largo se veía sedoso y estaba desordenado de una manera que lo hacía lucir sexi. Detallé su rostro, desde su angulosa mandíbula hasta sus labios llenos. Él seguía mirándome con detenimiento y recorriendo mi rostro, se había detenido más tiempo en mis labios y yo me había puesto roja como un tomate.
—¡Hey! Sí, ustedes dos, dejen por un segundo de devorarse con la mirada y presten atención aquí, estoy hablando del sábado, mi fiesta, ¿lo recuerdan? —había dicho Sabrina.
—Lo siento. —Había contestado apenada.
—Tranquila fierecilla, ya sabemos lo de tu fiesta y ayudaremos con el alcohol y todo lo que haga falta. —Había respondido él con esa sonrisa tan suya que podía desarmarte en un segundo.
Los extraño. A todos. Extraño a Sabrina, a Mackenzi, a Julianne, a Noah y en especial a él. A Ryan.
No sé bien que es lo que tuvimos durante esos meses, pero me hizo sentir bien, me hizo sentir querida, me hizo sentir hermosa. Y por todo eso y más, no merecía lo que le hice ese día luego de la fiesta. Y a pesar de que estuvo mal el otro día al decirme todas esas cosas hirientes pude ver el dolor en sus ojos. Pude ver cuan herido estaba por lo que pasó. Y yo así y todo seguí frecuentando a los Ricci sin importarme como Ryan se lo tomaría, qué pensaría de todo eso.
Lo que tuvimos duró solo un par de meses, pero me hizo sentir la chica más hermosa del planeta, la más valiosa, la más interesante a pesar de que yo sabía perfectamente que no lo era. Él no merecía todo lo que pasó... y yo tampoco. Todavía sigo esperando su llamada por las noches. Más que el chico con quién follaba, el era mi mejor amigo.
De repente, mis ánimos están por los suelos y ya no tengo ganas de presentarme en la fiesta con este atuendo patético del cual todos seguramente se reirán. Ya no tengo ganas de ver a Rave. Porque perdí a mis amigos y a Rian por su causa.
Maldito italiano. ¿Por qué apareciste? ¿Por qué viniste a mi vida como un torbellino que lo destroza todo a su paso? ¿Qué buscas, Rave? ¿Qué quieres de mí?
Y la pregunta más importante, ¿por qué sigo yendo hacia ti, como si fueras un maldito imán del cual no puedo estar lejos?
Bajamos del auto cuando Rodrigo lo estaciona en una calle de tierra al lado de una carretera prácticamente abandonada. Hemos viajado más de cuarenta minutos para llegar hasta este lugar y la fachada que tiene me hace arrepentirme un poco de una vez más, caer en las manipulaciones de mi hermana menor. Aliso con mis manos mi falda y sigo a Rodrigo y Aria que caminan hacia un paredón muy alto que se extiende de ancho y alto muchos metros, incontables metros.
¿A dónde nos trajo?
El cielo está estrellado cuando lo observo y eso lograr calmar un poco mis nervios. Llegamos hasta una pequeña puerta improvisada de metal oxidado. Con un poco de esfuerzo nos adentramos. La estructura del muro frente a nosotros se ve tan vieja y deteriorada que presiento que caerá encima nuestro en cualquier momento. La miro con cierto temor y desconfianza.