Los Ricci

30. Rhett

POV RAVEN
 


 

Apago el motor de mi motocicleta cuando la estaciono en el parqueo del hospital. Me bajo y cruzo a paso perezoso el estacionamiento. Siento la somnolencia justo encima de mis cejas, martilleando mi pobre cerebro y haciendo pesados mis párpados. 
 


No he podido dormir en toda la noche intentando buscar la manera de recuperar ese dinero perdido.

Ayer, cuando Noah y los demás le contaron lo sucedido a los padres de Ryan, ellos estaban destruidos. Entré al hospital luego de que Rave se fuera y al ver el semblante decaído de la señora McCartney el corazón se me encogió dentro del pecho.

Pero no era momento para lamentos, era momento de buscar soluciones.

Soluciones que simplemente, no hallamos.

Me recojo el cabello en un moño desordenado justo antes de pasar las puertas del hospital.

Toda la pesadez de mis párpados se esfuma por completo al ver la escena que se desarrolla justo frente a la habitación de Ryan: Dos guardias de seguridad forcejean con el señor McCartney y cuatro de mis amigos.

Mis ojos se agrandan horrorizados cuando comprendo la situación.

No pudimos pagar el hospital.

Y están por echar a Ryan de la habitación.

¡Muévete, estúpida!

Me precipito —cuando mis pies al fín responden—, hasta donde se desarrolla la situación.

Mis oídos casi duelen cuando me acerco, al ser taladrados por los gritos e improperios por parte de mis amigos hacia los guardias de seguridad, que siguen ordenando que se aparten de la puerta.

Los murmullos de las personas que miran indiscretamente la escena tampoco tardan en llegar.

Retraígo los dedos de mis pies, intentando mantener los nervios a raya.

—¿Qué pasa aquí? —pregunto elevando el tono de voz, a pesar de saber muy bien la respuesta.

—¡Estos hijos de puta quieren echar a Ryan a la calle como si de un perro se tratase! —vocifera Julianne, tiene sus brazos extendidos a sus costados, con sus manos afianzadas al marco de la puerta de la habitación donde mi mejor amigo se encuentra.

—Son órdenes del hospital, señorita —explica amablemente una chica de baja estatura, que se encuentra detrás de los guardias.

Mis ojos viajan a través de todos los rostros con rapidez y no sé qué hacer.

Los nervios y la ansiedad de la situación están comenzando a abrirse paso dentro de mí.

—Podemos arreglar esto de forma civilizada. —Intento hacerles recapacitar—. Hablemos, por favor, hablemos como gente civilizada.

Los gritos —e insultos—, siguen volando de aquí allá y soy ignorada hasta por el padre de Ryan.

¿Y dónde está la madre de Ryan a todo esto?

Mierda.

—¡Noah, no! —grito, cuando el pelirubio golpea el rostro del guardia de seguridad que, como mínimo, le debe sacar dos cabezas y casi cincuenta kilos de puro músculo.

Mierda, mierda, mierda.

Gracias a Dios, segundos después dos policías se acercan hasta nosotros. Todos detienen la riña casi al instante, para mirarlos.

Al fín.

—¿Qué ocurre aquí? —cuestiona el policía, con tal tono que hace callar hasta los murmullos de los chismosos.

Estoy por responder cuando el señor McCartney se adelanta:

—Oficial, por favor, no deje que echen a mi hijo a la calle —suplica y mi corazón se hace chiquito—. Yo, nosotros, conseguiremos el dinero para pagar el hospital. Pero por favor, no lo echen.

Un nudo se me forma en la garganta ante lo desesperado que suena.

Los dos oficiales, y en especial el oficial albino al cual se dirigió, lo observan dubitativos.

Cada uno de nosotros permanecemos expectantes ante su respuesta.

—¿Cómo es el nombre de su hijo? —Quiere saber el oficial albino.

Suelto el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo cuando el señor McCartney le dice el nombre de Ryan y los oficiales le piden que los acompañe para hablar con la administración del hospital.

Cuando veo desaparecer a esos tres hombres por el pasillo, me giro hacia los que quedamos aquí. Y para mi sorpresa, los guardias de seguridad también han desaparecido junto a la chica que vestía un uniforme de enfermera.

—Ese fue un buen puñetazo. —Le celebra Julianne a Noah dándole una palmadita amistosa en la espalda, a lo que este le devuelve una sonrisa radiante.

Yo la miro con una ceja enarcada, pero Mack es la que lo dice por mí.

—La violencia no es la solución a nada. —Le riñe la morena, tal como lo haría una madre.

—En algunos casos es necesaria. —Una voz que logra poner todos mis sentidos en alerta habla a mis espaldas.

Intento reprimir la sonrisa boba que quiere salir a flote y me giro para encararlo.

—No Rave, la violencia no es necesaria. Bajo ningún concepto. —Quiero sonar seria, pero la estúpida sonrisa ha salido. A pesar de mis vagos intentos de detenerla.

Y es todavía peor, cuando él me sonríe de vuelta, mostrándome su perfecta fila de dientes.

—Está bien, está bien, tú ganas. Te ves tan atemorizante que no refutaré tus palabras. —Él levanta los brazos en señal de rendición mientras dice aquello en tono burlón.

Yo permanezco cruzada de brazos y le enarco una ceja, inquisidora. Le doy un manotazo sin fuerza en uno de sus bíceps y él exagera una expresión de sorpresa.

—¿Vieron eso? ¡Me golpeó! —expresa dramático y yo suelto una risita—. La niña "no violencia", me golpeó.

Con el "me golpeó" baja el tono de voz y clava sus hermosos ojos verdes en mí.

¿Soy yo o lo último lo dijo muy sensual?

Debo ser yo. Sin dudas.

Cada uno de mis amigos, que hasta el momento permanecían detrás de mí, lo saludan amigablemente y yo intento ocultar lo perpleja que eso me deja.

Más todavía, el que Rave sea amigable con alguien. Nunca ni siquiera lo he visto con amigos cercanos o sonriéndole a alguien que no sea yo.

¿Lo estará fingiendo?

Empujo al fondo de mis pensamientos lo que mi conciencia quiere empezar a cuestionarse.




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