POV RAVE
Dos semanas antes...
—¿Señor Ricci? —Levanto la vista de mis botas y observo a la asistente del jefe que se encuentra a unos metros más allá de la sala de espera en donde me encuentro. La observo en silencio mientras me paro de mi asiento y noto el momento justo cuando la rubia traga saliva. Al ver que no responderé, como de costumbre, agrega: —Ya puede pasar. El señor Bianchi le espera.
Asiento en su dirección y me adentro a la oficina de mi jefe al cruzar las puertas dobles de roble oscuro.
Bianchi me espera desde el otro lado de su escritorio, con un habano encendido entre sus dedos y un vaso de whisky a medio tomar, que descansa unos centímetros más a la derecha del amplio trozo de madera barnizado. No me inmuto cuando sus ojos, fríos y calculadores, conectan con los míos; y, acto seguido, me hace una seña con su mano para que tome asiento frente a él.
Me dejo caer en el sillón de cuero negro frente a su escritorio y me cruzo de brazos a la espera de que suelte la razón por la cuál me mandó a llamar. Y siendo sincero, me parece extraño que haya pedido que venga a verlo personalmente. Los asuntos del trabajo siempre lo resolvemos por llamada. Así que esto debe ser un asunto más delicado. Solo espero que no sean malas noticias, porque eso arruinaría la racha de buenos días que he estado teniendo estas últimas semanas.
Y todo gracias a ella y su embriagadora presencia en mi cotidianidad.
Es más, justo antes de venir a encontrarme con el hombre frente a mí, la he dejado en su casa luego de pasar toda la mañana del sábado juntos.
No querría gastar mi tiempo de otra manera que no sea con ella.
Vuelvo al aquí y al ahora cuando mi jefe chasquea la lengua y de un último trago se acaba todo el líquido de su vaso. Me cruzo de brazos cuando sus ojos siguen clavados en los míos.
Lo que veo en ellos no me gusta nada. Me observan como si hubiera hecho algo muy malo.
—Rave. —Su tono de voz delata que mi nombre en sus labios no es el saludo cordial de siempre. Es una reprimenda, una advertencia... una amenaza. Trago saliva—. Bien sabes que cuando tu jefe anterior me dijo que mandaría a uno de sus chicos a Estados Unidos, hace ya más de un año, nadie quiso acogerte en su cartel. Y yo fui el único que lo hizo.
Asiento.
—Sí, señor. —Es lo único que respondo, porque sé que es lo que debo hacer. Debo dejar que hable.
—Vi potencial en ti, Rave. Más que a cualquier otro hombre que trabaja para mí. —Asiento con parsimonia, casi aburrimiento. Ya quiero que vaya al maldito grano de una vez—. Pero creo que me equivoqué.
La sorpresa me toma tan desprevenido que no llego a ocultarla tras la máscara de indiferencia que siempre utilizo. Pero me recompongo al instante y lo miro inquisitivo.
—¿Disculpe? —Tengo que preguntar. Solo para asegurarme de que he oído bien.
—Has fallado, Rave. Has fallado a una regla muy básica y fácil de seguir —sisea.
Sus ojos me transmiten una amenaza implícita, a pesar de que la calma de una persona madura y con mucha experiencia, reina en ellos.
—Lo único que he hecho todo este tiempo que he trabajado para usted, fue obedecer sus órdenes y hacer bien mi trabajo —espeto. La indignación filtrandose en mi tono—. Dígame, señor, ¿en qué he fallado, según usted?
Una sonrisa perezosa tira de las comisuras de sus labios avejentados y se sirve otro poco de coñac en su vaso.
—Te has involucrado más de la cuenta con esa bonita chica de cabello oscuro. —Su sonrisa pasa desde la sorna hasta lo lascivo cuando habla de Raven y tengo que apretar los puños para no partirle la cara.
¿Cómo mierda sabe sobre ella?
Me tomo unos segundos para calmar mi pulso acelerado. Él no puede saber el nivel de importancia que ella tiene para mí.
—¿Quién le ha dicho tal cosa, señor? —Una sonrisa de fingido humor es esbozada por mis labios. Me relajo en el sillón solo para mostrarme sereno y tratar de persuadirlo aunque sea un poco más.
—Rave, Rave, Rave... Querido Rave —repite mi nombre como un mantra mientras niega una y otra vez con la cabeza—. ¿En serio crees que puedes siquiera intentar engañarme?
Mi sonrisa se borra al instante y la de él toma mayor fuerza cuando nota cómo a caído mi intento de máscara.
—¿Y qué si me involucre con ella, señor? —mascullo, con los ojos clavados en él.
Mi mirada es retadora ahora. La de él no derrocha más que condescendencia. Como si yo fuera solo mierda bajo sus zapatos lustrados.
—Escucha, niño, mejor vete calmando. Porque no es de mi de quién tienes que protegerte a ti y a esa chica... Rachel.
—Raven. —Le corrijo.
—Su nombre no va a importar cuando los bastardos del bando contrario la secuestren y la maten. —Siento que todo pierde enfoque cuando lo escucho. Mi respiración se vuelve trabajosa y las manos comienzan a sudarme de repente—. Claro, no sin antes utilizar su cuerpo como si de carne desechable se tratara.
—Ellos no le tocarán ni un solo pelo —sentencio, parándome de mi asiento de un respingo.
Sin poder evitarlo comienzo a caminar de un lado a otro del despacho de mi jefe. Ya no tiene caso disimular un carajo.
Él lo sabe, yo lo sé, y los otros también lo saben. Saben cuánto importa ella.
—Siéntate, Rave —ordena Bianchi. Tomo asiento a regañadientes y lo observo con el gesto contraído. Mi ceño está profundamente fruncido por el miedo y la impotencia—. ¿Ahora entiendes la importancia de seguir las reglas, hijo? —Su tono burlón se ha ido para dar paso a la seriedad absoluta.
—Los mataré —afirmo, con el corazón acelerado y mis fosas nasales ditaladas por el enojo.
—Escúchame, Rave. No puedes ir y matarlos así como así.
—¿Y qué debo hacer entonces? ¿Dejar que la atrapen? ¿Eh? —He mandado las formalidades a la mierda.