Pov Raven:
Un mes más tarde...
Aferro mis manos al borde de la chaqueta que traigo puesta cuando una correntada de aire frio me golpea con fuerza.
Camino por el angosto pasillo entre las tumbas, pateando algunas hojas caídas, y pisando otras tantas. El cielo se encuentra encapotado, al igual que aquella mañana hace un mes, cuando salía de la comisaría luego de esa noche.
Sigo caminando y casi al llegar a la sección donde está enterrada, enciendo un cigarrillo. Estos últimos tiempos fue lo único que me mantuvo cuerda.
Siento que luego de un mes todo sigue igual.
No importa cuánto lo llore, no importa cuánto lo grite, no importa cuánto ni cómo lo exteriorice, la herida sigue igual de latente.
Es una llaga que quema por dentro.
Llego hasta su tumba y suelto el humo lentamente, con la mirada fija en la lápida:
«Jessica Taylor.
2000–2018
QEPD».
—Todavía no creo que haya pasado un mes —susurro a la nada.
Me siento en el banco de cemento incrustado en el suelo y cruzo mis piernas entre sí hasta quedar en posición de indio; mi espalda se encorva hacia adelante y observo mi alrededor con parsimonia.
El vacío en mi pecho es palpable, la tristeza ha logrado calar en mí a un nivel que no creía posible, dejándome seca. Sin nada.
»Aquí es tranquilo. —Me dirijo a la tumba, como quien espera alguna respuesta—. Te extraño, ¿sabes? Todo ha cambiado desde que te fuiste. —Doy la última calada al cigarro—. Casi no hablo con mis padres, he perdido contacto con los chicos y prácticamente no salgo de casa. —Siento las ganas de llorar hacerse presentes, las siento en la manera en la que mi pecho se cierra y pareciera que me ahogara.
Pero nada sale de mis ojos.
Porque ya se me han acabado las lágrimas.
»Hay días en los que la culpa me hunde tanto que pienso que merezco morir —admito.
El suave murmullo del aire sacudiendo la copa de los árboles es lo único que recibo como respuesta.
Siempre procuro venir a visitarla cuando el cementerio está menos concurrido.
Enciendo un segundo cigarrillo.
»Espero que algún día me perdones, Jessica. —Arrugo el entrecejo con la mirada puesta en mis tenis—. Espero que algún día tú lo hagas porque yo nunca podré hacerlo. —Me oigo hablar, pero no reconozco mi voz.
Observo su lápida durante un tiempo prolongado. Con la mente en blanco. Solo dejando que pensamientos autodestructivos viajen de aquí a allá por mi cabeza.
Algunos son peores que otros.
Solo a veces me cruzo con alguno que me da ánimos. Pero eso no ocurre muy seguido.
Me incorporo de mi asiento cuando la primera gota de lluvia cae sobre mi cabeza, y dejo las rosas que le he traído junto a su foto, en donde me sonríe. Sus ojos me transmiten una paz que contrasta con la tormenta en mi interior.
»Adiós, voy a volver dentro de poco, —esbozo una sonrisa cargada de pesar—, como siempre...
Vuelvo por donde vine, sintiéndome todavía más vacía que cuando llegué.
Llego a las afueras y enciendo mi moto antes de arrancar rumbo a casa.
***
—Al fin llegas —dice aria nada más entrar.
—¿Me estabas esperando? —pregunto, con el semblante inexpresivo.
—Sí, necesitamos hablar. —Noto cierta ansiedad en su tono de voz.
—¿Hablar sobre qué? —contesto, a la defensiva.
—Sobre la droga y el alcohol que encontré bajo tu colchón, tal vez.
—¡¿Has hurgado en mi habitación?! —espeto, molesta.
—Nuestros padres no iban a hacerlo, y yo tenía mis dudas.
—Hablas como si me metiera cocaína —contraataco.
—El punto no es lo que consumas sino el hecho en sí. —Me mira acusadora—. ¿Que no te das cuenta que todo este numerito de autoflagelación no te llevará a ningún lugar? Ella está muerta y el que te culpes no la hará volver.
Siento como la molestia se convierte en furia de un segundo a otro.
—Largo de mi habitación —siseo, con la voz temblándome por el coraje.
—Solo intento ayudarte, idiota. —Se queja.
—Pues ya has hecho bastante, largo de aquí. —Apunto la salida.
—Si no estás dispuesta a parar con esto, yo seré la que lo haga —escupe, antes de irse dando un portazo.
Estúpida fisgona.
Es una hipócrita.
Ella solo quiere ayudar.
Pues no necesito su ayuda. Que se ocupe por ayudarse a ella misma que ya demasiados comportamientos autodestructivos tiene.
***
—¿Por qué has salido del grupo? —Ni bien atiendo la llamada de Ryan escucho el tono de reproche.
—Porque no me apetecía seguir allí. Ya no hablan desde lo que paso, y tampoco es como si yo tuviera muchas de hablar con nadie. —Me sincero.
Tiro la colilla del cigarrillo en el cenicero improvisado que me he conseguido sin que mis padres me vieran.
—¿Sí sabes que nosotros estamos igual de destrozados que tú por lo que pasó, no es así? —dice en tono bajo y conciliador.
Casi como si creyera que voy a romperme en pedazos si dice las palabras equivocadas.
Lo que no sabe, es que ya estoy rota hace rato.
—Me tengo que ir, debo ayudar a mamá a cocinar. —No espero que responda y cuelgo.
No me apetece soportar a nadie.
Y por supuesto que era mentira lo de ayudar a mi madre.