Los Ricci

53. Me voy contigo

POV Raven:

—Ya no verás a Rave —sentencia mi madre.

—¿Estás bromeando, mamá?

—Claro que no. Él no es buena influencia, Raven —responde.

—Eso no es cierto, Rave me ha apoyado más que nadie con todo lo que ha ocurrido. Él, a diferencia de otras personas, me comprende —espeto.

Su expresión dolida me hace sentir una punzada de culpa en el pecho.

—Ya sé que él es quien te entrega la hierba y el alcohol. No volverás a verlo hasta que lo crea conveniente —dictamina y se marcha sin siquiera darme una segunda mirada.

Quiero seguirla y contradecirle. Desmentirle que el chico que amo es el mismo que me ayuda a evadirme de la peor manera posible. 

Pero todo, lamentablemente, es verdad. 

Aunque la diferencia aquí, es que soy yo quien le obligó a traerme hierba, cigarrillos y alcohol durante todo este tiempo. Y sé, que en parte accedió porque el mismo vive en carne propia él sentimiento de desesperación por querer evadirse de la realidad... Por querer, solo por unos minutos, que el mundo se detenga y las cosas dejen de doler.

Que el hueco en tu interior deje de consumirte hasta cortarte la respiración.

Me acuesto con una horrible presión en mi pecho. Y no sé si es por causa de la frustración, o por el miedo que me genera la idea de alejarme a Rave. 

¿Qué haré si mis padres no me permiten ver a la única persona que me sostiene en todo esto?

Rave es todo lo que tengo.

***
 


Horas después me despierta el sonido del llamado a mi puerta. 

—Cariño, ya está la cena. —Frunzo el ceño, confundida.

¿Cómo que la cena? ¿Cuánto he dormido?

No respondo y me levanto adormilada, me dirijo a la ventana y noto que, efectivamente, ya ha anochecido.

He dormido todo el día.

Qué productiva.

Cállate.

—¿Raven? —Oigo nuevamente la voz de mi padre al otro lado de la puerta.

Es claro que mi madre lo ha enviado a él a propósito, para no tener que hablar conmigo.

—No cenaré, papá. —Abro la puerta y mi padre me da un repaso con preocupación.

No me he quitado este pijama en días, ni siquiera he peinado mi cabello. Mi aspecto debe ser deplorable.

—Cielo, por favor, no te hagas esto. —Puedo ver el miedo tiñendo su rostro.

Él está preocupado de que pase lo mismo que hace dos años.

Al parecer, el pasado no se ha quedado tan atrás como pensaba.

—Tranquilo, papá. Solo estoy descompuesta del estómago. —Esbozo la sonrisa más falsa que hace tiempo no esbozaba. 

Solo para calmarlo.

Él se me queda viendo durante unos segundos a los ojos; y estos, iguales a los de Aria, pero con un tinte mas amable, me muestran una desesperación silenciosa por querer hacer algo. 

Y no poder, o no saber, qué hacer.

Sin soportar su expresión acongojada, me adelanto y lo estrecho entre mis brazos. 

Él me lo devuelve con fuerza y me permito, por un momento, ser esa niña temerosa que era de pequeña. Esa que al primer indicio de que algo iba mal, corría a los brazos de papá para refugiarse del peligro. 

Pero esta vez era diferente. 

Yo misma era el peligro al que era expuesta. En ese caso, ¿cómo ocultarme? 

¿Cómo se escapa de uno mismo?

—Está bien, cielo. Recuéstate y si necesitas algo solo me llamas.

—Lo haré, papá —respondo, separándome y dándole una sonrisa débil.

***
 


Al día siguiente salgo de mi habitación luego de darme una ducha rápida, tomar mi mochila y las llaves de mi moto. 

Siendo las ocho de la mañana supuse que mis padres seguirían durmiendo por ser fin de semana, pero para mi mala suerte, me los topé en la cocina viendo el noticiario matutino. 

Pronuncié un escueto buenos días al entrar y fui directo al refrigerador, para tomar una botella de jugo de naranja y la mitad del emparedado de jamón que había dejado a medio comer esa misma madrugada.

—Cielo, hemos estado pensando en algo que podría ayudarte —comenzó mi padre cuando todavía estaba dándoles la espalda.

Sentí cómo todo mi cuerpo se tenso en respuesta a sus palabras. No me había pasado desapercibido el que haya sido él quien inició la conversación y no mi madre, como era usualmente.

—¿Ayudarme con qué? —pregunté, haciéndome la que no sabía a qué se refería y girándome hacia ellos, dejando reposar mi cadera contra el filo de la mesada. 

Mi madre por fin aparto los ojos de la TV y me observó con una mezcla de decepción y tristeza que me revolvió el estómago.

—Con tu depresión y lo mal que la estás llevando, Raven —respondió mi padre.

Mi madre no había intervenido aún, lo que me pareció raro. Por más que sabía que las palabras que pronunciaba mi padre eran un discurso ensayado y orquestado por mi madre.

—¿Acaso alguien en la historia ha llevado bien la muerte de alguien cercano? —Quise quitarle hierro al asunto intentando sonreír despreocupadamente, con tal de que me dejaran tranquila y poder largarme, pero más bien salió como una mueca extraña.

—Por supuesto que no, pero ellos no llegan al punto de meterse drogas. —Esta vez sí hablo mi madre, con la mandíbula tensa por mi intento de broma, su voz resonó por todo el espacio y por primera vez en semanas me sentí expuesta.

Por lo que a lo único que atiné fue a contestar a la defensiva.

—La marihuana no es una droga perjudicial, hasta puede llegar a ser medicinal para ciertas personas —murmuré, algo cohibida, pero sin dejar de mirarla a los ojos, desafiante.

—Sigue siendo una droga, —espetó, y todo mi cuerpo se puso en alerta cuando se paró de su asiento y se dirigió hasta mi lugar—, sigue siendo ilegal... —Tomó mi mochila que yacía sobre la mesada a un lado de mí y no me dio tiempo a quitársela cuando la abrió y hurgo en ella sin vacilar un segundo. 

No se detuvo hasta dar con la pequeña bolsa transparente que contenía la hierba que me quedaba de la última vez que Rave me había traído. La miré recelosa cuando la extendió frente a mi rostro.




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