Raven
—¿Ya vas a decirme qué ocurrió? —cuestiona Rave, tomando el bolso y la mochila que contienen mis pertenencias.
Acaba de llegar tan solo minutos después de cortar la llamada en donde le pedí que me buscara ya mismo.
—Cuando salgamos de aquí y me calme aunque sea un poco, te prometo que te contaré todo. —Le aseguro, con la respiración agitada por caminar la cuadra que separa su camioneta de mi casa con un bolso y dos mochilas cargadas de ropa y demás objetos que tomé de mi habitación antes de saltar por la ventana.
No podía ser tan obvio de estacionarse en la puerta de mi casa, teniendo en cuenta que, básicamente, estoy escapando de ella.
Rave me toma por el brazo, impidiéndome subir a su vehículo y me observa con impaciencia.
—O me dices por qué mierda estás huyendo de tu casa a la mitad de la noche o te devolveré ya mismo a ella. —Enarca una ceja, con gesto desafiante—. Y por la puerta delantera —aclara, como si el que mis padres me descubrieran huyendo de casa no estuviera en último lugar en mi larga lista de problemas.
—¿Así de hipócrita eres? —Me zafo de su agarre con brusquedad, dando un paso atrás y fulminándolo con la mirada—. ¿Desde cuándo te importa seguir las reglas? ¡Eres un puto vendedor de drogas! —espeto, alterada por su descaro de exigirme explicaciones sobre mis decisiones.
Sean erradas o no, él no está en posición de exigirle eso a nadie.
Rave se adelanta y me tapa la boca con menos delicadeza de la que esperaba.
—Si no dejas de gritar como una maniática te oirá todo el maldito vecindario. —Su acento se nota todavía más cuando está furioso.
Y mentiría si dijera que su tono no me ha intimidado ni un poco.
Pero sus reclamos, o mis padres, están al final de las cosas que podrían importarme en este momento.
—Si no me ayudas con esto juro que no volveré a hablarte —siseo, todavía más molesta que él, una vez logro apartar su palma de mi boca.
Veo el momento exacto cuando su expresión fluctúa de una furibunda a una preocupada.
Sé que estoy siendo una loca manipuladora en este momento, pero me importa un carajo. Solo quiero irme de aquí.
Rave se aleja por fin de mí, no sin antes quitarme otra de las mochilas que cargaba y lanzar todas mis pertenencias en los asientos traseros de su camioneta.
—¡Entonces súbete al maldito carro! —grita en mi cara y aprieto la mandíbula mientras lo veo rodear su camioneta.
Obedezco y me trepo del lado del copiloto dando un fuerte portazo, a propósito, que lo hace girar su rostro hacia mí y echarme una mirada tan fría que hace que me encoja en el asiento.
Luego enciende el motor y acelera en dirección a la avenida.
Por un momento no lo reconocí.
Sentí estar en el auto de un extraño narcotraficante extranjero.
Y eso, me causó un fuerte escalofrío.
Lo irónico de todo, es que sí estaba en el auto de un narcotraficante extranjero.
Con la diferencia de que este era mi novio.
Le observé conducir por la carretera y ni tan siquiera me animé a preguntar hacia dónde nos dirigíamos.
No sé cuánto tiempo había pasado, pero sentía los ojos pesarme del sueño, por lo que recosté la cabeza en el asiento y me relajé por primera vez en el viaje.
—No te duermas, en veinte minutos llegamos —pronunció con la voz ronca por falta de uso.
Nunca me cansaría de decir que me fascina su acento. Podría decirse que es de las cosas que más me gustan de él.
—Pero tengo sueño —lloriqueé, como niña pequeña.
Rave sonrió de lado sin enseñar los dientes y eso es lo que logró acabar con la tensión en el ambiente.
—Lamento haberme comportado como una idiota —pronuncié con un tono casi inaudible.
Le oí suspirar.
—Lamento haber gritado, sé que odias que lo hagan. —Me echó una mirada breve antes de doblar en un esquina.
Estaba por responder pero es justo ahí que reconocí el barrio de aspecto de mala muerte que siempre me generaba cierto rechazo
Me había traído a La Casa.
—Creí que iríamos a... un hotel —musité, titubeante, cuando estacionó frente a la entrada—. Tengo algo de dinero ahorrado como para pagar unas cuantas noches hasta ver en casa de quién puedo quedarme.
—Raven...
—Sé que los chicos no me negarán hospedaje si se los pido —culminé mi diatriba con la voz temblándome.
—Raven —habla nuevamente Rave.
—¿Qué? —pregunté sin mirarlo.
Giré mi rostro hacia la ventana cuando mis ojos comenzaron a aguarse.
—Raven, mírame. —No le hice caso y tomó mi mentón volviendo mi rostro hacia él.
Sus ojos verdes me examinaron con preocupación.
Secó una lágrima solitaria que viajó hasta mi barbilla.
—Lo he arruinado todo, ¿no es así? —Más lagrimas cayeron sin control por mis mejillas, humedeciendo la mano de Rave que aferraba mi rostro.
—No, no lo has arruinado —aseguró, pero eso hizo que llore aún más—. Escúchame, no lo has arruinado —pronunció cada palabra de manera pausada—. Te quedarás aquí hasta que piense en otra cosa, ¿bien? Aquí nadie te molestará. Tendrás mi habitación solo para ti.
—¿T-tú no te quedarás conmigo?
—Todo el tiempo que pueda estaré aquí contigo, pero debo atender mis asuntos. No puedo descuidarlos, hermosa. —Besó mi frente.
—Está bien. —Decidí que no podía seguir llorando y sequé mi rostro con la manga de mi camiseta.
Me alejé de Rave y bajé de su camioneta para ir por mis cosas a la puerta trasera.
—De todas formas, quédate tranquila, me quedaré cada noche a dormir aquí, contigo. —Llegó hasta mí y me ayudó a cargar con los bolsos y mochilas.
—Está bien. —Le sonreí y me acerqué hasta él para dejar un corto beso sobre sus labios—. Te amo, gracias por ayudarme.
—También te amo, llorona. —Dejó un beso sobre mi coronilla y luego nos guió dentro de La Casa.
Ni bien nos adentramos el reconocimiento me golpeó con fuerza.