<<¡Que suerte !>>, pensó Sophie con sarcasmo mientras miraba la imponente casa.
La enorme puerta de entrada estaba pintada de negro y tenía un feo llamador de bronce en firma de cabeza de carnero. Respiro profundamente, golpeó la puerta con la aldaba y espero un par de minutos antes de llamar de nuevo.
Suponía que Nicolo tendría contratadas a alguna personas para el mantenimiento y cuidado de una casa de ese tamaño y estaba segura de que cualquiera que estuviera dentro de la cada había escuchado sus golpes en la puerta.
Una repentina ráfaga de viento removio un montón de hojas muertas frente a la tachada principal y vio que el cielo se estaba oscureciendo ya. No pudo evitarlo, cada ves estaba más inquieta. Sabía que tenía que controlar su impaciencia, se asomó a una ventana, pero no vio señales de vida dentro de la casa. No podía entender donde estaba Nicolo Chatsfield. Christos le había dicho que había hablado Por teléfono con el esa misma mañana. Tenía una buena escusa para conducir de vueltaa Londres y decirle a Christos que había sido incapaz de encontrar a Nicolo, pero ella no era así, no podía renunciar sin intentarlo. Nunca se había dado por vencida. Habían pasado diez años ya desde que tuviera que armarse de valor y tenacidad para luchar por su vida. Que le dijeran a los dieciséis años que tenía un tipo de cáncer muy agresivo había sido un golpe demoledor había pasado entonces de ser ina adolescente feliz y despreocupada a tener que enfrentar la posibilidad de morir por culpa de esa enfermedad. Por mucho que viviera, sabía que nunca iva a poder olvidar la punzada de terror que había sentido en la boca del estómago cuando el médico le había dado la noticia. También recordaba pperfectamente la expresión de miedo en el rostro de su madre, en ese momento, se había prometido así misma que, si superaba la enfermedad y el duro tratamiento de la quimioterapia por el que iva a tener que pasar, viviría si vida al máximo.
Después de todo lo que había pasado, encontrarse con una puerta cerrada no era más que un pequeño inconveniente, rodeó el camino de grava hasta llegar a la parte de atrás de la casa. Se encontró entonces con un enorme jardín con mucha vegetación. Supuso que allí habría un cuidado césped que los jardineros se habían encargado de recortar con regularidad, pero se dio cuenta de que nadie había cuidado tampoco esa zona de la casa. Se había convertido en un prado salvaje y los Rosales estaban invadidos por malas hierbas que crecían libremente.
Después de unos segundos, decidió entrar y se encontró con la gran cocina de la vivienda. Había en el centro un antiguo hornillo de hierro fundido que atrajo su atención nada más verlo.
_ ¡Hola! ¿ Hay alguien en casa? _ pregunto entonces.
Atravesó la cocina Y salió a un pasillo. Siguió mirando en otras habitaciones . Se fijo en los muebles antiguos y en la elegante decoración, había incluso un piano de cola en el salón, se acercó al piano y levantó la tapa, paso los dedos sobre la suave tecla. Los pianos siempre le recordaban a su padre, que solía tocarlo en su casa
Siempre le había encantado escucharle. No pudo evitar recordar con nostalgia esos tiempos tan felices. Bajo la tapa de piano, no quería dejarse llevar por esos recuerdos tan dolorosos, no era el momento. Sintió en ese instante que no estaba sola y sono segundos después un gruñido que le erizo el cabello. Se dio la vuelta y se quedó sin respiración al ver un hombre y un perro en el umbral de la puerta. Los dos eran grandes y tenían un aspecto sombrío y amenazador. Aunque tenía que reconocer que el perro le parecía menos amenazador que su amo.
La única fotografía que había visto de Nicolo Chatsfield había sido una imagen recortada de un periódico, la foto debió tener unos diez años. Por aquel entonces...