Los Terrenales

Capítulo 6 - Abali

Sadira sostiene la carta mirándola con gran fijación. Está sentada sobre una roca y con Canal frente a ella, pues el mensajero no puede marcharse del lugar hasta asegurarse de que su misión ha concluido satisfactoriamente.

—¿Seguro que no puedes decirme quién la manda?

El elfo niega con la cabeza de forma rotunda y Sadira vuelve la vista a la carta. De un momento a otro la abre rápidamente y saca de su interior un pergamino algo deteriorado. Lo lee detenidamente aunque con los latidos acelerados.

—¿Y bien? –pregunta Canal. Aunque no está bien visto que los mensajeros pregunten por el contenido de sus cartas la curiosidad no le ha dejado otra opción.

—Son unas instrucciones... —comienza con voz entrecortada—. No, es una lista de ingredientes. Los ingredientes para un conjuro. Pero unos muy difíciles de conseguir, casi únicos. Y no sé de qué conjuro se trata —Sadira le tiende papel—. ¿Tú lo sabes?

Pero Canal no lo acepta.

—No se nos permite leer nuestros comunicados.

—Venga ya, si te he contado lo más importante.

—Bueno, eso no incumple las normas —expone en un tono cómico.

Sadira abre la boca para responder pero de pronto el papel roto que envolvía la carta comienza a parpadear de forma intermitente. Canal lo recoge del suelo. Sadira advierte de que es la carta abierta lo que conduce a los mensajeros de vuelta a su reino.

—Parece que mi tiempo aquí llega a su fin. Pero debo decir que me lo esperaba peor, ángel oscuro.

En esta ocasión Sadira no ignora su acusación.

—No soy un ángel oscuro —dice convencida—. La luz sigue siendo mi energía vital. De hecho, estoy segura de que la zona negra lo sabe y que por eso me ha elegido como su guardiana.

—Te ha elegido como su guardiana porque le has hecho una promesa que sabes que no puedes cumplir —Sadira levanta las cejas disconforme—. Se aferra a un clavo ardiendo porque siempre es mejor que perder toda esperanza. Y tú eres ese clavo, evidentemente.

—Soy más que un clavo, elfito. Como guardiana me corresponde un poder que no pienso desperdiciar.

Los parpadeos de la carta comienzan a hacerse más frecuentes al mismo tiempo que su brillo se intensifica, anunciando el inminente teletransporte. Canal aproxima la carta a su cuerpo con firmeza.

—¿Volveremos a vernos? —le inquiere Sadira.

—Solo si tienes un mensaje que transmitir —sus palabras no le confieren demasiada confianza a la joven y Canal repara en ello—. Pero puedes invocar a los mensajeros en cualquier momento y en cualquier lugar.

Sadira asiente complacida. Agita la mano en señal de despedida y Canal le devuelve el gesto. Un último parpadeo deshace la carta en infinitos fragmentos de luz que envuelven al ser y lo volatilizan en cuestión de segundos.

Sadira suelta un suspiro. Desearía que la estancia de Canal se hubiera prolongado algo más de tiempo. Pero aunque vuelve a ser la única presencia en el lugar no se siente en completa soledad. De alguna forma, el espíritu de la zona negra le acompaña.

Dirige la mirada al desgastado pergamino que aún sostiene con la mano derecha. Si alguien se ha tomado tantas molestias en hacérselo llegar es que debe ser importante. Su aspecto antiguo, amarillento y algo cuarteado sin duda lo confirma. ¿Pero quién? ¿Y por qué hacerlo de forma anónima? Echa un último vistazo a su contenido; están enumerados en una fila vertical los ingredientes necesarios para llevar a cabo un conjuro. Un conjuro que la propia carta no se molesta en especificar. ¿Por qué iba a reunir los ingredientes que detalla si ni siquiera sabe qué función tiene el hechizo? Quizá lo intentaría si fueran materiales sencillos de conseguir, pero habla de artefactos de los que ni siquiera ha oído hablar.

Cuanto más piensa en ello más dudas le surgen. Quien sea que solicitó el envío de la carta, lo hizo antes siquiera de que ella fuera la guardiana. Es más, la presencia del propio Canal en la zona negra influyó considerablemente en la serie de acontecimientos que poco después acabarían proclamándola como tal. Intenta dejar de pensar en ello porque de alguna forma intuye que no va a alcanzar ninguna respuesta coherente.

Se levanta de la roca en la que estaba sentada y dirige la mirada a su alrededor. Todo parece encajar en una oscura pero cálida armonía y por un momento se siente feliz de ser quien es y estar donde está. Pero solo por un momento, porque pronto recuerda que su verdadera vida está al otro lado de la frontera. Aunque nadie la espere fuera.

Dirige la mirada a su brazo derecho y al curioso estampado que simboliza su nombramiento. Eso le recuerda al instante el poder que le ha conferido la zona negra y las diversas capacidades que aún no se ha molestado en descubrir. Se da la vuelta rápidamente y se dispone frente a la gran estructura rocosa sobre la que antes estaba sentada. Dispone el brazo hacia ella con la mano extendida y trata de alzar la roca. Al fin y al cabo todo allí está impregnado de oscuridad y ahora ella es la dueña de toda esa energía. Levanta la toca casi sin esfuerzo y esconde el pergamino debajo por si en algún momento le resulta de interés.

Se siente poderosa. Más que nunca. Lo que no es difícil, porque nunca antes había poseído poder alguno. Pero sabe que no es gratis, pues si la zona negra se lo cedió fue para ayudarle a cumplir su promesa. Zona negra... Sadira se está cansando de referirse a ella como tal.

—¿Sabes qué? La zona negra es un nombre muy largo, por no decir extremadamente superficial. Así que a partir de ahora te voy a llamar... —se piensa por un rato su nuevo apodo hasta que finalmente parece dar con el nombre perfecto— ¡Abali!

La zona negra, o Abali mejor dicho, hace soplar un viento gélido en función de su desconcierto. Sadira se explica.

—No sé si sabías que yo pasé un tiempo en la Tierra de pequeña. Ocho años, para ser exacta. Aunque cómo ibas a saberlo si nunca te lo he contado... Bueno, la cuestión es que decidí que el cielo no estaba hecho para mí, pero que tal vez la Tierra si lo estaría. Y el lugar al que conducía el portal aquel día a quienes decidían atravesarlo era Nigeria, un país de África. En su idioma, el Igbo, Abali significa noche.




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