— Saquen sus cuadernos—ordenó la tutora.
Eider obedeció, pero justo en ese momento notó una gélida sensación de recorrer su espalda y justo entonces la vio.
Ana.
—Señorita Shelker—dijo la maestra con tono monótono— llega tarde, pero lo pasare por alto esta vez. Tome asiento.
Ana asintió.
Miro al salón y se sentó junto a Eider sin decir nada. Eider la ignoró, pensando lo incómodo que sería si le hablaba. Sacó sus materiales de clase y cuando iba a poner su atención a esta, la muchacha le dijo:
—Buen día Eider.
Eider la miró confundida pero aun así dijo:
—Buen día Ana.
Entonces ambas chicas voltearon al frente y dieron comienzo a sus clases.
Ana Shelker era una estadounidense que se había mudado hacia algunos años a la ciudad de Verona.
Ella y Eider se habían conocido en un parque cuando tenían 14 años y desde entonces habían sido inseparables.
Pero esta relación se vio estropeada el pasado verano cuando tenían 18 años
"¿Qué había cambiado?" Se preguntarán.
Pues bien, Eider tenía una tía llamada Rosetta.
Le encantaba hacer viajes, herencia de su madre Alessandra suponían todos, y siempre que podía iba a la casa de Eider y le contaba historias de sus aventuras por el mundo.
A Eider le encantaba escucharla narrar aquellas historias. En parte, le gustaba porque se sentía libre con las visitas de su tía. Veía un mundo colorido donde no existían sus penas, sus sombras y las voces.
Era feliz junto a ella.
Pero, por desgracia, Rosetta falleció.
Un accidente de auto, de camino a la casa de Eider, en el que murió al instante del impacto.
El día del funeral Eider todavía no podía creérselo, su adorada y amada tía había muerto.
Se arreglo de forma mecánica para ir al funeral, lo único que la consolaba era el hecho de que podía volver a ver a su tía, pero por ahora no. Y eso dolía, le quemaba por dentro y tenía un vacío en el pecho, lo sentía ahí justo en el centro de todo.
— ¡Eider! — la había llamado su tía Verónica en aquella ocasión— ¡Vámonos ya!
Entró en el edificio donde estaba el féretro.
Cuando vio a su tía en la caja, ya no pudo más.
Le dio pánico al recordar el hecho de que ya no iba a verla en bastante tiempo y debido a eso empezó a escuchar las voces de nuevo y apareció él.
Su verdugo personal desde la infancia.
Empezó a llorar.
Lanzo un grito desgarrador, como si la misma oscuridad la hubiera rodeado, empezó a lanzar cosas, a romper los arreglos florales, a gritar " ¡Largo, largo!" a un punto en donde según ella estaban el monigote y el flautista y seguía y seguía lanzando cosas; Nadie tuvo el valor de detenerla, todos sintieron miedo ante aquella situación, incluso su familia.
Entonces llegó Ana, quien supo de inmediato que pasaba, así se comportaba Eider cuando había visto al flautista o al monigote, así se ponía cuando estaba al borde y Ana no podía soportarlo.
No podía hacer nada por su amiga.
Eider vio a Ana entre la multitud y extendió su mano hacia ella y suplicó:
—Ayúdame...
Pero ella se dio la vuelta.
¿Qué haría? ¿Cómo ayudas a alguien en aquella situación? ¿Cómo te haces responsable? ¿Cómo la salvas?
No lo supo.
Y por eso corrió hacia la salida, sin importarle los gritos de Eider llamándola.
Cuando Eider se recuperó, huyó de allí y se dirigió al parque que estaba cerca del lugar.
Ella esperaba que su amiga pasara por allí y la consolara como solo ella sabía hacerlo cuando le daban sus crisis.
Pero no llegó.
Eider se pasó en ese parque toda la tarde y parte de la noche.
Cuando su familia la encontró ya eran las 10:00 pm y la aturdieron con preguntas, pero ella solo podía pensar en una persona: Ana.
Cuando comprendió por fin que ella no aparecería empezó a gemir de dolor mientras gruesas lágrimas salían de sus ojos.
— Ya mi vida— le dijo su mamá— ya...
Cuando llegó a su casa se sintió horrible, como si fuera un monstruo, la angustiaba el pavor con el que la habían visto todos, como si no fuera humana y entonces llorando de nuevo comprendió que esa misma tarde, en el momento en que ella había comenzado a gritar en el funeral, había perdido a una amiga.
A su mejor amiga, Ana.
—La clase ha concluido—decía la maestra recogiendo sus cosas para marcharse.
Al pasar al lado la una de la otra se pararon unos pasos después y se vieron por el rabillo del ojo.
Les dolía.
Les dolía mucho, pero no dijeron nada y se fueron por caminos separados.
Una vez más.
El resto de las clases que tuvieron juntas no se atrevieron a mirarse la una a la otra por el miedo y vergüenza que sentían las dos.
Cuando era la hora del almuerzo Ana se fue con sus nuevas "amigas" a almorzar mientras Eider se iba a una mesa completamente sola.