Luces, extraños y letras

Capítulo VI

A lo largo de la existencia comprobamos al menos tres cosas sobre las palabras:


 

Una palabra puede destruirte.


 

Una palabra puede salvarte.


 

Y unas palabras pueden cambiar el curso de una historia.


 

Ahora, Eider se encontraba sentada en la banca de un parque y tenía un Cappuccino en su mano; estaba observando como Ana se dirigía hacia ella tranquilamente y una vez más miles de recuerdos pasaron por su mente y se sintió mareada por ello. Pero no le dio demasiada atención. Cuando Ana llegó a donde estaba, Eider miró hacia el pasto.


 

Ana se sentó en la banca que estaba frente a Eider. Arregló su cabello y miró hacia el cielo.


 

—Así que Grecia ¿eh? —dijo Ana levantando una ceja.


 

—Si—contestó Eider sonriendo mientras todavía miraba el pasto.


 

—Entonces...—empezó la azabache —¿quieres que vaya contigo?


 

—Si—respondió Eider—siempre quisimos viajar juntas, he aquí la oportunidad.


 

—Y ¿Cuándo nos vamos?


 

—Hoy, nos vamos dentro de una hora, tiempo suficiente para que arregles tus cosas.


 

—Será fácil. Mi mamá no está en casa, está trabajando a esta hora.


 

— ¿Todavía tiene el doble turno? — le preguntó Eider.


 

Uno diría que cuando peleas con alguien no recuerdas esos detalles, y uno pensaría que Ana se sorprendería por aquello, pero no. Ella conocía, quizás mejor de lo que imaginaba, a Eider.


 

Sabía que no era rencorosa o cruel por naturaleza.


 

— Sip, a veces creo que se queda a dormir allá – respondió de forma natural.


 

— Ya...


 

Ambas se quedaron en silencio.


 

Hablar acerca de los padres de Ana tendía a ser un tema tabú. Por eso Eider siempre evitaba hablar de ellos, sabía que no era lo mejor para su amiga.


 

Al rato, la chica castaña dijo:


 

—Entonces vámonos, tienes que empacar.


 

—Si—afirmó Ana.


 

Ambas chicas se pusieron en pie y se dirigieron a la casa de la azabache.


 

Al ir caminando Eider pudo sentir cierta calidez en su pecho y por primera vez en un tiempo se permitió convivir con aquella sensación.


 

----


 

Las ventanas del auto iban abajo, el viento le pegaba en el rostro y sus cabellos flotaban por causa del viento.


 

—¿En cuánto tiempo llegamos? —preguntó Eider.


 

—Tranquila, aún falta mucho. Aunque fuera más rápido no llegaríamos hoy, nos quedaremos en la casa de verano ¿recuerdas? No hay prisa, el autobús sale dentro de tres días.


 

Eider asintiendo perezosamente, observaba la carretera con gran templanza y de vez en cuando volteaba a ver a Ana.


 

Al verla pudo notar algo distinto en ella, pero no supo qué.


 

—Te voy a ser sincera—dijo de repente la chica que conducía —he venido por 2 razones, la primera porque me lo has pedido claro está, pero también hay otra razón.


 

—Y ¿esa sería? – preguntó Eider.


 

—Es para hablar con mi papá.


 

Eider estaba confundida, la última vez que Ana había sabido de aquel hombre era cuando tenía quince y por lo que sabía que su padre se encontraba en Estados Unidos.


 

—¿Por qué necesitas ir a Santorini para hablar con tu papá? —preguntó más que intrigada Eider.


 

—Su agente de viajes está allí, es lo único que pude averiguar.


 

—Así que cree que él puede decirte dónde está tu padre.


 

—Ajá.


 

—Como eres la hija de su jefe, supongo que te dirá donde esta—razonó Eider y sin pensarlo mucho menciono simple —te voy a ayudar.


 

—¿En serio? —preguntó Ana radiante.


 

—Sí—confirmó Eider.


 

Ana se hizo a un lado de la carretera y sin poder evitarlo se desabrochó el cinturón y abrazó a Eider fuertemente.


 

Eider se sintió incómoda al principio, pero poco a poco sintió lo agradable del abrazo.


 

—Gracias—susurró Ana.


 

Eider la abrazó con más fuerza.


 

—De nada—susurró también ella.


 

Se abrazaron por un rato.


 

Sin saberlo aún, habían dado los primeros pasos para recuperar su amistad. Quizás no fuera como antes, creo que jamás lo será, pero, sin esos cambios a veces tan dolorosos, no podríamos aprender y mejorar.


 

***


 

Pararon en una gasolinera para—obviamente—llenar el tanque de combustible y de paso comer algo.


 

Al entrar al pequeño restaurante, Ana les ordenó una pizza y se sentaron en una de las mesas.


 

Cuando estaban comiendo, Ana le preguntó algo a Eider.


 

— ¿Cómo lo hiciste?


 

—¿El qué? —le dijo ella viéndola directo a los ojos.


 

Ana trago saliva.


 

—Perdonarme por lo que paso aquella tarde, incluso oí que me esperaste en el parque hasta las 10:00 de la noche.


 

—¿Quién te contó eso? — le preguntó Eider curiosa.


 

—Tu madre le contó a la mía y ella a mí—le respondió.


 

—Ya veo—le dijo Eider mirando al estacionamiento—y ¿por qué no habría de hacerlo – dijo dejando muda y confusa a Ana – el perdonarte?


 

La chica se sorprendió ante la reacción.


 

—No es bueno guardar rencor. Y aunque hubiera tenido razón para no perdonarte que por cierto es así, alguien dijo una vez que, aunque tengamos razones igual debemos perdonar. Pero no te confundas, mi confianza aún tienes que ganártela de nuevo.


 

—Es justo—le dijo Ana —quiero que sepas que lo siento. Aunque las disculpas no arreglan mucho quiero que lo sepas.



#6148 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, amistad, lluvia

Editado: 15.09.2023

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