La casa era bastante grande.
Estaba adornada con unas masetas en las ventanas que contenían azafrán alpino y unas cuantas flores silvestres que colgaban de la pared, los muros eran de ladrillo rojo, las ventanas tenían balcones privados y si mal no recordaba la casa también tenía una piscina y frente a ella había una imponente puerta de madera.
Ana abrió la puerta.
Al entrar, la luz del sol iluminó la sala principal dándole un toque cálido, un toque a hogar.
—Ponte cómoda—dijo la chica cerrando la puerta y yendo a abrir las ventanas.
—Gracias—respondió Eider y de inmediato las sensación de familiaridad se instaló en su pecho.
Eider había estado allí hacía ya un año, esa vez había sido relativamente buena haciendo de lado los comentarios de su tía Verónica.
Había ido al cine y al parque, habían cantado a todo pulmón, habían bailado, habían visto las estrellas, habían vuelto a ser niñas y eso era en parte lo que le gustaba a Eider de estar con Ana, podían ser ellas mismas. No tenían la necesidad de fingir ser otra persona, de ser algo que en definitiva no eran.
—¿Te acuerdas? —preguntó Eider—aquí la pasamos muy bien hace un año.
Ana sonrió por la ráfaga de recuerdos que también pasaron por su mente.
—Si—confirmó ella —fue divertido ¿cierto?
—Cierto.
Ambas chicas se sonrieron y subieron a las habitaciones.
—Elige tú primero—dijo Ana cuando finalmente estuvieron arriba.
—Gracias. Elijo la del final, tiene una vista preciosa—le dijo Eider.
—Cierto, te dejo asearte entonces. Te veo al rato.
—Nos vemos.
Eider fue a su cuarto, ordenó sus cosas y pensaba dormir un poco, pero en eso vio su cuaderno de fotos.
Con un poca de duda, lo sacó y se puso a revisar su contenido, en varias de ellas aparecía una mujer pelirroja de ojos claros que sonreía, se parecía mucho a Eider.
La chica acaricio las fotografías y sintió una punzada de dolor en el pecho, le pasaba siempre que veía esas fotos.
Las veía a menudo, para no olvidar.
Le aterraba olvidar a su tía.
Eider suspiró.
—Ojalá estuvieras aquí, no sabes lo mucho que te extraño—dijo mientras grandes lágrimas salían de sus ojos—la vida no fue justa contigo, tú no tenías que morir o al menos no aún, no así.
"Tú no te lo merecías" pensó en silencio.
Luego de un rato Eider arrojó el cuaderno contra el suelo por la furia que sentía.
—¿Por qué tuviste que irte? —gritó—¿por qué? Estoy aquí aun. Prometiste que estrías aquí, ¡Que pelearías conmigo contra las sombras, contra las voces!
Se sintió como hacía unos meses, sola.
Más sola que de costumbre.
Entonces arrepentida por haber lanzado el cuaderno al piso lo recogió y lo sujetó contra sí misma.
Apretó aún más el cuaderno contra su pecho cuando sintió su corazón desbocado, cayó al suelo y empezó a llorar sin control.
***
Era ya la hora de cenar cuando Ana tocó la puerta de la habitación de Eider, la chica tardo un poco en abrir ya que después de haber llorado se había quedado dormida.
—Hola—saludó Ana con una leve sonrisa—te traje la cena.
—Gracias—dijo Eider—pasa.
La susodicha entró y dejó la comida en la mesa de noche y vio el cuaderno de fotos de Eider.
—¿Tienes fotos nuevas? —preguntó mientras se sentaba en el suelo.
—La verdad no—respondió Eider sentándose en el suelo frente a ella —tengo tiempo sin tomar alguna foto, no he tenido ganas de salir.
—Ya veo ¿puedo verlas?
Eider le alcanzó el cuaderno.
Ana se sabía casi de memoria aquellas fotografías, de hecho, en gran parte de ellas se encontraba ella misma.
Entonces se detuvo en donde aparecían las fotos de la tía de Eider.
—Siento lo de tu tía—dijo sin atreverse a mirarla.
—No fue tu culpa—respondió Eider—pero gracias de todas maneras.
—¿Puedo saber qué pasó? Nunca tuve detalles de lo que en realidad ocurrió.
— Estaba lloviendo muy fuerte ese día, el taxista había bebido y ella no se dio cuenta hasta más tarde. Le dijo que detuviera el auto, pero el hombre sólo la ignoró. La calle estaba resbaladiza y él señor no calculó bien la velocidad y perdió el control del vehículo... todo pasó muy rápido a partir de eso. El taxista fue a urgencias con varias contusiones y golpes... – se detuvo, tratando de no ahogarse con el sabor metálico que sentía en su saliva- mi tía murió en el instante en que recibió el golpe en la cabeza.
Hubo silencio.
—De nuevo lo siento.
—Y de nuevo te repito que no fue tu culpa.
Se formó otro silencio entre ellas. Ninguna terminaba de alcanzar a la otra. Siempre sintiéndose torpes sobre que decir acerca de aquello.
—Me dijeron que la enterraron en un terreno de tu familia.
—Si, mi papá consiguió que mandaran las cenizas a El Salvador— dijo Eider—a ella siempre le gusto ese lugar, creo que estaría satisfecha.
Luego de aquello, Ana se acercó a Eider y le tendió el cuaderno, instándola a verlo juntas. Y así, pasaron un rato más viendo las fotos.
—¿No vas a comer? —preguntó Ana a lo que Eider asintió con la cabeza—te dejó comer tranquila entonces, me voy a mi cuarto, buenas noches.