A la mañana siguiente Eider y Ana salieron a caminar antes del desayuno, cuando el sol comenzaba a salir.
Deambularon por las calles desiertas y se detuvieron en una plaza.
—Había olvidado lo bonito que era este lugar—decía Eider sonrosada por el frio matutino—es muy tranquilo.
—Lo es—afirmó Ana— aunque un poco frío para mi gusto.
- Dijo la chica que viene de un país con inviernos fríos – le dijo Eider jocosa.
- Ja y ja – le respondió Ana a su vez - pero cambiando de tema ¿siempre nos iremos hoy, ¿verdad?
—Deberíamos seguir hoy.
—¿Como que deberíamos? ¿te estas arrepintiendo? —quiso saber Ana.
—No, para nada. Pero si soy sincera me da miedo.
—Entonces hazlo con miedo. A veces las cosas no son para nada lo que imaginas – le dijo ella - ¿y si encuentras una de las más emocionantes aventuras de tu vida?
Eider se fiaba bastante de la intuición de Ana, para ser sincera siempre la tenia presente en sus decisiones.
Pero...
—Y si lo hago e igual pasa algo malo.
—En la mayoría de las ocasiones nada es tan malo como parece. Eso ya lo sabes. Sabias palabras de la tía Rosetta – menciono Ana tratando de sonar lo más natural posible.
La otra chica miro por un momento al cielo para ver los colores que lo pintaban. El cielo era igual que la mañana que había escuchado esas palabras de su tía.
Quizás podía aferrarse a ello por un momento.
Eider se sintió menos pesada, como si la carga que llevaba sobre ella se hubiera alivianado un poco... pero sólo un poco.
—Puede que tengas razón.
—Claro que la tengo ¿nos vamos?
—Ajá.
Fueron caminando con gran tranquilidad a la casa, desayunaron entre risas y platicas y cerca de las cuatro de la tarde ya estaban de camino a Venecia nuevamente.
Al llegar, se hospedaron en un pequeño hotel mientras esperaban que llegara el día siguiente.
Esa noche Eider soñó con una ciudad que siempre había querido visitar con su tía en el pasado: San Salvador. Un lugar que cobrara vida desde temprano. Donde la gente era bulliciosa y las calles estaban repletas.
En el sueño escuchaba su canción favorita mientras bailaba al ritmo de esta.
Ana por su parte soñó que su papá regresaba junto a ella y le decía en un abrazo:
" Te quiero. Tan simple y complicado como eso".
Mientras soñaban ambas chicas sonrieron.
Se merecían, cada una, soñar un poco.
Al día siguiente Ana le dejó el auto a un primo que vivía en Venecia y luego ambas fueron a comprar sus boletos para dirigirse al autobús.
Eider seguía un poco preocupada todavía, pero mantenía en su mente lo que le había dicho su tía, y que Ana le había recordado.
Cuando tomaron asiento, la azabache le pregunto a Eider:
—¿Lista?
—Claro —sonrió Eider—después de todo, nada es tan malo como parece.
Al arrancar el autobús se dirigieron a la que sería una de sus más memorables aventuras.