El muchacho de los ojos tristes empezó a sonar en su cabeza.
Eider lo vio primero.
Vio sus ojos caramelo y sintió que el aire se atoraba en su garganta.
El muchacho era alto, le sacaba mas de una cabeza de altura. Incluso a Ana que no era bajita le sacaba por lo menos una cabeza de alto.
Pero lo que captó la atención de Eider fueron sus ojos.
Él estaba vendiendo unos cuadros a una pareja mayor y sonreía mientras les hablaba.
"Linda sonrisa" pensó la chica.
Pero aquella linda sonrisa moría al llegar a sus ojos.
Eran extraños.
Como si nunca hubiera sabido lo que era la risa, la alegría o el gozo de vivir.
Se veían tristes.
Esos ojos lo gritaban.
—¡Eider, Eider! —le decía Hannah mientras la agitaba del brazo.
—¿Qué? — susurró Eider desorientada.
- Ayúdame a encontrar a alguien que nos pueda recomendar un lugar para quedarnos, de preferencia que hable nuestro idioma por favor – le menciono Ana ya un poco desesperada.
- ¿Qué tal él? – sugirió la castaña señalándolo sin pudor alguno, lo que aquel chico noto de inmediato.
Ana le sostuvo la mano y le sonrió sonrojada.
- Pero deja de señalarlo – le regaño una avergonzada Ana – disimula mujer.
Se dirigieron hacia él.
Tuvieron que esperar un momento porque llegaron más clientes para el chico.
Cuando por fin pudieron hablarle, Ana lo hizo.
Eider estaba demasiado inmersa en mirar al piso, ya que al ver el rostro del joven sentía las mejillas arderle.
"Es que está guapo, ¿Qué quieres que haga la pobre afortunada?"
Largo de aquí entrometida, nadie te pregunto.
"Es que soy una conciencia diligente. Aunque no me pregunten yo respondo".
Agh...
¿En qué me quede?
"En nuestra niña teniendo un subidón de glóbulos rojos a sus mejillas".
¡Que te calles, metiche!
—Eider – le codeo Ana - Te acaba de preguntar tu nombre.
Eider levanto la mirada.
—Ah... soy—tuvo que detenerse al ver los ojos del chico—Eider.
—Un gusto Eider. Soy Daniek.
—Daniek—repitió Eider.
Se miraron por un momento.
Ambos se daban cuenta de la extraña familiaridad que había entre ambos, como si durante toda su vida hubieran esperado ese momento, el encontrar los ojos del otro.
Daniek extendió su mano y Eider la tomó.
Una corriente le subió por la misma a ambos por un breve momento.
Ana tosió.
—Creo que tenemos que irnos—dijo tomando a Eider de los hombros—ha sido un gusto Daniek.
—Un gusto—respondió él.
Y miró a Eider. No como alguien vería a un desconocido sino como un tonto enamorado.
Rato después, cuando ya no estaban a la vista del joven Ana rio.
—Debiste ver tu cara, era tan... tan... no... no puedo—y se carcajeó.
- ¿Si te callas?
- Nop, esto fue hermoso. Ni creas que te salvas de esta. Estabas más perdida que el chinito en el bosque de la china.
- ¿el que de quién?
- Mujer, te falta cultura. Menos mal tu eres la que ha viajado más.
Eider también empezó a reír y no paró hasta que llegaron al hotel.
Entonces volvió a recordar a Daniek y a sus tristes ojos.
Al entrar en el hotel se dio cuenta de que su corazón todavía estaba agitado por el recuerdo del chico.
Su tía una vez le había hablado de esto, de este sentir, de estas inexplicables consecuencias a causa de los ojos de un chico.
Y si era franca consigo misma, le gustaba la sensación.
•••
Cuando se fue a la cama, Eider empezó a pensar en Rosetta.
Su tía nunca se casó.
Pero sí que sabía lo que era amar, ya fuese un amor hacia la familia o un amor del tipo romántico.
La primera vez que a Eider le gustó un chico, Rosetta le había dicho que era algo normal y que a lo largo de su vida pudiera ser que la sensación la acompañara en más de alguna ocasión; pero que iba a suceder—en un determinado momento—en el que se iba a enamorar y podría llegar incluso al grado de amar a una persona.
Y es que enamorarse y amar, aunque parecidos no suelen ser lo mismo.
Porque el enamorase se basa en los sentimientos, que, si bien pueden ser fuertes, a veces se van. Pero, cuando amamos nos basamos no solo en nuestro sentir sino también en lo que sabemos de la otra persona.
Así que, Eider sabía que era muy pronto para decir que estaba locamente enamorada o decir que amaba a aquel joven.
Pero tenía—y anhelaba—la esperanza de llegar a amarle si se le daba la oportunidad.