Troné mis nudillos y maldije para mis adentros, estaba en desventaja porque él era testigo de lo nerviosa que me encontraba.
Miré enmudecida a Dave, que me regresó la mirada con serenidad. Con su dedo índice indicó que me acercara. ¡Iba a pasar! ¡De verdad iba a besar al chico de mis sueños! Todo mi cuerpo sudaba y palpitaba, seguro lucía como un bicho asustado.
Cerré los ojos y me levanté del cómodo asiento con las articulaciones temblorosas. Habría podido decir que no e irme, pero no quería hacerlo, iba a tomar cualquier oportunidad que se me presentara.
Dave caminó hasta mí con una sonrisa que enseñaba todos los dientes y hacía que quisiera pegarme a su cuerpo. Me envolvió por la cintura cuando quedamos frente a frente, deslicé mis manos a lo largo de sus brazos y las coloqué en sus hombros.
—Hola, cariño —susurró para que solamente yo lo escuchara. Una sonrisita se me escapó.
—Hola, feo. —El pecho de David vibró por la risa silenciosa. Estar con él de aquella manera tan perfecta me hacía volar por mil nubes.
—¡Estamos esperando! —gritaron los gemelos al unísono, provocando que el aire se atorara en mis pulmones.
—Tranquila, linda, no nos vamos a besar —murmuró y partió mi corazón. Intenté ignorar la punzada de desilusión en mi pecho al escucharlo, de verdad me esforcé.
Depositó un beso en mi frente y me soltó.
—Eso es todo lo que conseguirán hoy, chicos —dijo con alegría. ¡Dios! ¡Estaba feliz! Quería huir de ahí, esconderme en un rincón y llorar hasta que quedara seca. Mi mente me lastimaba murmurando que él besaba a todas y, sin embargo, no quería besar a una chica como yo.
No estaba sorprendida, sí lastimada.
El juego siguió viento en popa, pero no pude concentrarme hasta que mi turno volvió a hacer presencia. Y antes de que pudiera ponerle un filtro a mi lengua, la palabra «reto» salió de mi boca. Los ojos perversos de Ian se mofaron de mí, el chico era un cadillo, un golpe por la pata de una cómoda en el dedo meñique del pie.
—Te reto a que te quedes en ropa interior.
¿Había escuchado bien? Mi mente se quedó en blanco.
—¿Qué? —Mi voz tembló.
—Ian… —dijo David con tono de advertencia.
—¿Qué? Quiero saber si tiene tetas o pene, ¿qué hay de malo con eso? —musitó como si eso fuera algo razonable.
Hubiera preferido un bofetón o un golpe directo a la boca del estómago porque aquello me sacó el aire. Miles de puñales se clavaron en mi pecho. ¿Tan masculina me veía?
—No jodas, Ian. —Dave se levantó enojado, pero yo ya había hecho una elección. No permitiría que ninguna persona me humillara, aquella fue una promesa que me había hecho años atrás.
—Está bien, Dave —susurré. Él se dio la vuelta al escuchar mi tono y me miró con la frente arrugada. Sabía que, por más que dijera algo, lo haría de todas formas.
Todos en la sala guardaron silencio y me miraron serios, excepto el pelinegro que portaba una sonrisa en sus labios y Dave que lucía molesto.
Decidida, me levanté y agaché la cabeza, clavé la mirada en el suelo con lágrimas contenidas en los ojos. Desabroché el botón de mis tejanos. Entretanto, una película de mi vida se reproducía en mi cabeza.
En un segundo vi todos esos años en los que había sido molestada, insultada, cuando las chicas se habían burlado de los vestidos que mi madre me había obligado a usar. Las quejas de Ginger, la traición de Richard y sus últimas palabras. El día en el que había decidido vestir como lo hacía para esconder mi cuerpo.
Bajé el cierre y me dejé arrastrar por otra ola de recuerdos: aquella vez frente a mi ventana en la que había visto a David besar a Amanda, la llamada y las múltiples peleas que surgieron a partir de ella, las veces que la defendió y aquellas en las que no hizo nada por defenderme.
—Carly, no lo hagas —pidió con urgencia.
—Cierra la boca, Stewart —siseé entre dientes. Solo quería que me dejara en paz por una vez en la vida. Enrosqué mis pulgares en las presillas de mi pantalón y los dejé caer, acto seguido tomé el dobladillo de mi blusa para sacarla por la cabeza.
¡Listo!
Levanté la mirada, delante de mí se encontraba una montaña de músculos, David me ocultaba de los chicos.
—Lárguense ahora mismo o no respondo —gruñó.
—Nosotros no tenemos la culpa, dile al imbécil. —Los gemelos y Roger se quejaron, pero se pusieron de pie de igual forma.
—No es como si no estuvieran mirándola, pedazos de mierda. —Me sentía avergonzada, no sabía qué demonios hacer.
—¡Deja el drama! Como si no te murieras por verla desnuda. —Tragué saliva para aligerar el nudo en mi garganta, apretaba con mucha fuerza—. Todos saben que te mueres por montarla en tu regazo.
Las cosas se estaban poniendo tensas muy rápido, los ataque de Ian ya no los tomaba en cuenta porque era un idiota, pero al parecer a David lo estaba enfureciendo. El mencionado apretó los puños, su espalda estaba tan tensa que quise tocarlo para que se calmara. Estiré la mano, pero su vómito verbal me detuvo.
—Deja de decir idioteces, hombre, cierra tu puta boca llena de mierda si no quieres que te rompa los dientes. ¿Cuántas veces tengo que decirte que Carlene y yo somos amigos? Que compartimos miles de veces la misma cama y todo entre nosotros se reduce a eso, que la quiero como si fuera mi hermana, que por ella haría lo que fuera, y que me molesta cuando haces este tipo de cosas. Te exijo que la respetes, ¡joder!
Todos en la sala se quedaron silenciosos, no había ningún sonido más que la respiración pesada de mi mejor amigo.
Cualquiera se hubiera sentido feliz de tener un protector como aquel, todos menos yo. Mi corazón se partió en millones de fragmentos, los vi caer, no me atreví a capturarlos antes de que cayeran al suelo. Al parecer la única que amaba de esa forma arrebatadora era yo, yo que temblaba cuando se acostaba en mi cama y besaba mi cabello, yo que sudaba cuando me miraba a los ojos, yo que no podía dejar de pensar en él, yo que seguía esperando que me amara. Solo yo. No sé por qué seguía guardando esperanzas.