Luz de luciérnaga 2a ed + Somos electricidad

Seis





Conduje con la música a todo volumen a uno de mis restaurantes favoritos: una famosa pizzería en el centro de Nashville. David y yo solíamos ir a menudo a comer papas a la francesa con queso derretido y kétchup. Siempre me embarraba de queso las mejillas, mientras yo le gritaba enfurecida que parara y que, si manchaba mi cabello, sufriría las consecuencias.

Lanzando un suspiro profundo, me dejé caer en una silla y esperé mirando un punto fijo en la mesa que la mesera me pidiera la orden. Una joven con pantalón negro y blusa roja tomó mi pedido. El aire acondicionado refrescó mi cuerpo, quizá caliente por la rabia que aún seguía conteniendo. Recuerdo que pedí lo mismo de siempre: una rebanada de pizza, soda y papas.

Me permití un segundo de dolor. Todos alguna vez lo habíamos necesitado, un minuto en soledad para descargar bombas internas. Una, dos lágrimas comenzaron a caer. Me guardé los sollozos porque no quería llamar la atención, ya era suficientemente patético refugiarse en un restaurante de comida rápida para llorar.

No supe cuánto tiempo transcurrió, estaba sumergida en la mudez, pero de pronto sentí que alguien se sentó frente a mí. Cuando levanté la vista mi mandíbula se desencajó. ¿Qué demonios? ¿Ya estaba alucinando?

—Hola, Carlene. —Richard me saludó sonriendo. Lucía igual de apuesto que hacía años con su cabello rubio, sus ojos azules y su aspecto de chico malo—. Te vi aquí, pensé que estaba bien venir a saludar.

—¡Richard! ¿Cómo has estado? —Limpié las evidencias de que había llorado y lo miré. Fui transportada años atrás.

Richard Palace fue mi primer novio, lo conocí una noche en un concierto, él tocaba la batería en una banda de rock. Empezamos a salir y nos dimos cuenta de que nos gustaban las mismas cosas y teníamos los mismos intereses. La verdad es que Rich fue un respiro en medio de mis sentimientos por Dave, como agua calmando al fuego. También estaba la otra parte de él que me había lastimado, esa que me exigía que dejara a mi mejor amigo y que le demostrara mi amor en la parte trasera de un coche. Al final me decepcionó. Pero ya no me dolía tenerlo alrededor.

—Bien, ¿y tú, Carlybu? —¿Por qué me llamaba así después de tanto tiempo? Me puse en guardia. En ocasiones Ian pronunciaba el mote para molestar, sobre todo a Dave, quien se ponía de malhumor al escuchar esa palabra.

—Bien. —Respiré para tranquilizarme, por alguna extraña razón su presencia me incomodaba. Cuando terminamos la relación no lo hicimos de la manera correcta, jamás nos volvimos a ver, aunque muchas veces había intentado contactar conmigo.

Nos quedamos callados. Era extraño charlar después de tanto tiempo.

—¿Sigues viviendo con tus padres?

—No, me mudé —contesté.

—¿Tu número sigue siendo el mismo? —Afirmé con un sonido—. El mío también, eh… ¿estás viviendo con Dave?

—Sí —susurré, dubitativa. Ni siquiera entendía por qué me comportaba como si él tuviera el derecho de preguntarme sobre mi vida. Durante nuestro noviazgo tuvo muchos celos de David, aunque nunca supo de mi amor por él.

—Tengo que irme, Carlybu, prometo llamarte. —Se levantó y, antes de marcharse, me regaló una sonrisa de lado, como las que hacía antes de salir por la puerta de mi casa—. Por cierto, sigues igual de preciosa.

Dicho aquello, salió de la pizzería sin mirar atrás. ¿Qué demonios había sido ese encuentro? Yo nunca fui preciosa para Richard; su cumplido me descolocó.

Tomé refresco de una lata con pajilla, mi mente divagó.

Jamás pude enamorarme de Richard porque Dave siempre se interpuso; aquel hecho no evitó que en mi corazón creciera un gran cariño y una gran confianza hacia él. Cuando lo encontré en aquel bar con una rubia de caderas pronunciadas y pechos enormes ni siquiera trató
de arreglarlo. Me detuve frente a ellos y susurré su nombre. Él solo
dijo: «necesito a una mujer, no a un amigo». La chica en sus brazos se carcajeó, todos en el bar pudieron presenciarlo, me miraron con lástima, algunos otros se burlaron de mi desgracia. Salí corriendo, Dave me arrastró a sus brazos y acarició mi cabello hasta que caí dormida en su regazo.

Dave.

Negué con la cabeza, intentando apartarlo de mis pensamientos, pero como siempre, no lo conseguí. Era tan perfecto. Él era el tipo de chico cliché: jugador excelente en deportes, popular, rodeado de mujeres y con su amiga masculina adherida a él.

Regresé a su casa porque no tenía otra opción. Después de todo, no era tan cobarde.

Desde la planta baja pude escuchar sus pasos, estaba dando vueltas como león enjaulado en mi habitación. Me imaginé su rostro furibundo, así que di un suspiro melancólico y me armé de valor. Sabía que él me estaba esperando; Petunia era un auto ruidoso.

A la una de la mañana, o un poco más, subí las escaleras. Una vez arriba me detuve, me quedé pasmada en el umbral al confirmar su presencia. Sus ojos verdes me observaron con molestia, me hizo recordar las veces en las que mi padre me había regañado cuando era una adolescente. Se levantó con el cuerpo tenso.

—¿Dónde estabas? —soltó.

—No te importa —contesté lo más altiva que pude.

—Mierda, sí que me importa. —Cepilló su cabello con frustración. Su preocupación me hizo enfurecer, así que junté los labios formando una línea para evitar lanzarle insultos y busqué las palabras adecuadas en mi mente.

—No eres mi padre, solo vete, quiero dormir. —Lancé un gruñido y dejé el celular en la cama para dirigirme al cuarto de baño.

Me apoyé contra la puerta y aguardé unos minutos, esperando que se marchara de la alcoba; no quería topármelo cuando regresara. Al salir distinguí su rugido, miraba con el ceño fruncido la pantalla de mi teléfono. Las aletas de su nariz se abrieron con fiereza, estaba tan rojo que creí que explotaría.

—¡Joder! ¡Vas a tronarlo, Dave! —exclamé al percatarme de cómo sus puños se cerraban alrededor de mi móvil.



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En el texto hay: romance, amor, amistad

Editado: 12.01.2023

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