Al escuchar la proposición de David me quedé muda, se estremeció mi cuerpo y mis poros se erizaron. Esperé alguna señal, alguna chispa en su mirada que me indicara que estaba bromeando, pero no encontré nada más que sus ojos verdes mirándome. No había nada de extraño en sus facciones, todo lo contrario, era lo más serio que había estado en su vida.
Y eso me asustó.
Lo que me dijo hacía unas cuantas horas me seguía consumiendo la mente, estaba muy confundida, él me confundía. Primero les aseguró a todos que éramos como hermanos y no sentía nada por mí, luego me besó y dijo que lo había hecho porque quería. ¿Por qué un chico que tenía a una multitud de mujeres bonitas iba a querer besarme sin más? Luego estaba el otro punto, el que más me dolía, aunque Dave no tenía la culpa. Yo estaba enamorada de él, no podía besarlo sin pensar en las consecuencias, pues al final terminaría lastimada.
Siempre lo había respetado, nunca me había importado que se revolcara con cualquier escoba con falda y luego las tirara como si fueran basura. Jamás había intentado hacérmelo a mí. ¿Por qué de pronto me besaba y me tomaba de la mano como si fuéramos una pareja feliz? Estaba enojada, ya que lo hacía porque le apetecía, sin saber que eso podría partirme por la mitad.
De pronto, me sentí herida, demasiado dolorida como para pronunciar algo. No supe en qué momento me levanté y empecé a correr, cuando miré alrededor ya estaba trotando rumbo al campamento. Escuché sus pasos siguiéndome, así que corrí lo más rápido posible. No quería verlo, deseaba escapar de aquel amor que me consumía y no me dejaba pensar con claridad. No quería dejarme llevar por los latidos de mi corazón, pues al final me quedaría sin nada.
A pesar de la agitación pude ver a nuestros padres riendo despreocupados frente al fuego. Localicé los baños, me adentré en la pequeña construcción y cerré la puertilla metálica. Apoyé mi espalda contra esta y suspiré, temblando, sin saber si era por el clima tibio o lo que acaba de suceder con anterioridad.
Supe que estaba del otro lado debido a su respiración pesada, la puerta se movió cuando se recargó en ella. Hice lo mismo y deseé que mi frente estuviera apoyada en la de él, que sus labios me volvieran a besar; pero que lo hiciera porque me amaba y no porque no había podido controlar sus impulsos.
Todavía podía sentirlo besándome, a su lengua trazar una gloria que no conocía, pero era un sueño que no podía ocurrir una vez más porque, en el caso de que sucediera, estaría acabada.
—Carly, ábreme —suspiró resignado—. Por favor, déjame verte.
No contesté nada para que el temblor de mi voz no delatara cuánto me dolía el corazón.
—Cariño, lo siento, no quería molestarte. Quería probarte otra vez, quería… —Su voz tembló, dejé que mi espalda resbalara hasta el suelo—. Entiendo si no quieres hacerlo, no te iba a obligar, luciérnaga.
Comenzó a tocar la puerta creando una secuencia de sonidos claves, algo que solíamos hacer. Cuando nos enojábamos, tocábamos las maderas, siempre dos toques largos y uno corto en medio de ambos, por último decíamos cosas buenas del otro para recordar el porqué de nuestra amistad.
Recordé de dónde había salido esa costumbre: nuestras madres nos compraron mascotas, dos lindos polluelos; el mío era rosa y el suyo era azul. Todos los días salíamos a jugar con ellos, hasta que el animalito de Dave enfermó y murió. Estaba tan enojado que decidió que aplastar al mío era una buena idea. Lloré demasiado, se arrepintió, pero dejé de hablarle porque estaba indignada, él había matado a mi pollo. Entonces, un día, comenzó a tocar mi ventana creando una especie de canción, mientras recitaba una carta diciéndome los motivos por los cuáles no podíamos dejar de ser amigos. Después me enteré de que Rachel, su madre, lo había ayudado con el plan.
Dejé de vagar en mis memorias y abrí mis oídos a sus palabras.
—Recuerdo aquella ocasión en la que intentaste enseñarme a leer al revés. Lo hacías con fluidez, yo no pude hacerlo.
Hice lo mismo, toqué la madera y hablé.
—Recuerdo cuando golpeaste al chico rubio que me molestaba en cuarto año, desde entonces supe que nunca me fallarías —solté, con la imagen fresca de él tumbando a un bravucón.
—Jamás te fallaría, Carly. ¿Piensas que lo haría?
No necesité analizar su pregunta, sabía que David jamás se atrevería a dañarme, había pasado la mayor parte del tiempo protegiéndome.
Entonces, ¿por qué aquella angustia no salía de mi cuerpo? Lissa solía decirme que era paranoica y que mi manera de ser, siempre alerta, no me permitía disfrutar de lo que me rodeaba. Con Dave no quería dejarme llevar porque era una parte importante de mi vida, sin él seguiría viviendo, lograría mis metas, pero sería infeliz.
Mi madre decía que debía avanzar y aceptar que David nunca se fijaría en mí, que debía dejar de lastimarme y buscar a un chico que estuviera a mis alcances. Ginger jamás estaba contenta conmigo, ni siquiera cuando Richard y yo habíamos empezado a salir. Siempre me había dolido que mirara mis ropas con repugnancia, que despreciara lo que yo amaba, que disfrutara lastimándome. Sin embargo, ahí siempre estuvo Dave, acariciando mi cabello para que dejara de llorar, susurrando que todo estaría bien.
—No —musité con seguridad.
—Sí lo sabes, ¿qué está sucediendo?
—¿Por qué lo haces, Dave? No es gracioso, n-no entie-en-ndo
—hablé entrecortadamente porque el nudo en mi garganta comenzaba a crecer. David soltó otro de sus largos suspiros.
—No quiero hacer esto en un baño mal oliente, cariño.
—¿Lo ves? No sé de qué hablas.
—Quiero que cuando te diga cuánto te amo pueda verte el rostro, pueda acariciar tu mejilla y mirarte directo a los ojos. Cuando te diga que te amo con toda mi alma quiero besarte y abrazarte. Y entonces, cuando me digas que me amas, demostrarte lo enamorado que me siento de ti, poder susurrar en tu oído «te amo» cada vez que estés junto a mí, pero no puedo verte ni abrazarte ni besarte porque estás escondida junto al maldito retrete.