Las noches de neblina son sus favoritas. Son las únicas en las que Snow puede relajarse de verdad. Ella no lee libros ni mira series. Simplemente se sienta frente a la ventana, observando el mundo exterior. Mira a la gente pasar: a los niños jugando, a los ancianos caminando con una lentitud monumental y a otros con una velocidad febril.
Mientras contempla la calle a través de su gran ventana con bordes de madera, come algunas frutas, en especial cerezas, sus favoritas. Si tuviera que calificarlas del 1 al 10, diría un "mil" en voz baja y alegre, aunque estuviera mintiendo. Las cerezas son su fruta predilecta no tanto por el sabor, sino por su color intenso y por el odio que les profesa. Las ama, pero también las aborrece.
Al regresar a casa, siempre se pone una sudadera negra para hacer juego con su aura... y con el apodo que los niños le han otorgado: "La bruja de la esfera violeta."
Al parecer, la pequeña esfera que carga en el bolsillo, y a veces en la mano, es el único color que resalta en su casa completamente negra, con acabados de madera de color café y gris.
Cuando siente que está en peligro, dibuja una cereza. Para hacer un par, coloca del otro lado la pequeña esfera hasta que brilla con su tono violeta característico. Solo entonces, la retira.
Ni ella misma sabe cómo comenzó a conocer estos trucos, si son magia o algo más. Todo lo que desea que funcione a su manera, se hace realidad.
Desde que descubrió la existencia de esa esfera, solo la ha usado para beneficio propio. No para ayudar a los demás. Snow sabe que la gente traiciona, que la vida es una mentira. Ella ve el mundo de una manera diferente. No se ama a sí misma, y mucho menos a nadie.
Tiene sentimientos y emociones, claro, como todos los demás, pero no tiene el menor interés en mostrarlos. Ella es su propia maldad. A Snow le agrada la soledad. Aunque su mundo sea oscuro y aterrador, se siente a salvo y segura en la convicción de que ella está en lo correcto y los demás, no.
¿Quién podría hacer cambiar de opinión a Snow? Nadie en este mundo será el ángel que la redima. Sería un desperdicio, ya que nadie muestra un verdadero interés en ella, solo lástima o superioridad.
Negociar con otros planos existenciales parece ser la mejor solución para ella, y poco a poco encuentra más pistas sobre cómo utilizar la esfera de la mejor manera.
El mundo, para Snow, es un asco y su único deseo es destruirlo, destruyéndose a sí misma en el proceso.
Nadie será capaz de cambiar su visión. Nadie la controla; Snow es quien controla su alrededor.
Un día como cualquier otro, miraba por la ventana. El clima era su favorito: una jornada de tormentas, truenos y la lluvia que traía consigo lo que más odiaba: la brisa fría que le enredaba el pelo.
Aunque odiaba el viento por el efecto en su cabello, sabía que la lluvia siempre lo acompañaba. No es que amara los días lluviosos, sino que estos conseguían bloquear sus recuerdos. Aquel día, la brisa era más fría de lo habitual. Sus recuerdos se quedaron bloqueados solo por un instante, antes de que recordara "el día".
La definición de amar, para ella, es odiar. Esa fue la lección que le dieron cuando apenas dejaba de ser un bebé para convertirse en una niña.
"El día" era lo peor que podía rememorar, pero a la vez, se sentía satisfecha de no poder olvidar, de recordar a quienes la habían traicionado.
El vecindario donde vive es de un color chillón: la mayoría de las casas son de amarillo, naranja, azul pastel o rosa. Pero ninguna es de color violeta o de tonos oscuros. Snow aún no sabe la razón, aunque ha escuchado el rumor de que el violeta es el color de la perdición y la maldad. Para ella, el rumor carece de sentido.
La pequeña brisa se coló por sus oídos, irritándola demasiado. Cerró la ventana de golpe, provocando que el vidrio se rompiera por la mitad. Esto solo aumentó la furia de Snow.
Salió de la habitación empujando la puerta con todas sus fuerzas. Estaba cegada por el enfado, por esa diminuta brisa y por el resurgimiento de los recuerdos.
Nunca se había sentido tan furiosa. Agarró una de las lámparas de un mueble cerca de la escalera y la arrojó al vacío. Snow no es una persona que se enoje o se frustre con facilidad, pero si el motivo es lo que categoriza como "odio", pierde el control.
Bajó la escalera. El impacto de la lámpara había sido alto, y el cristal circular se había esparcido por todo el suelo de abajo y por varios escalones. Snow descendió descalza, pisando los pequeños pedazos. Sus pies desnudos la llevaron de vuelta arriba. Al subir de nuevo, caminó más lento, sintiendo cada trozo de cristal en los escalones.
Al llegar al último peldaño, se detuvo ante un mueble. Sacó una hoja y una pluma negra. Comenzó a dibujar una cereza en el lado izquierdo y, a su derecha, colocó la pequeña esfera que sacó de su bolsillo.
Cuando la esfera estuvo en su sitio, asintió varias veces hasta que el objeto se iluminó en un color violeta. Se quedó en silencio, sin pronunciar palabra ni mostrar expresión alguna. Una voz resonó dentro de ella. Snow no mostró terror; ya se lo esperaba.
—¿Ya te has decidido? Tomar una decisión no es tan difícil.
—...
—Parece que a la pequeña Iris le han comido la lengua.
—No me llames así. No soy Iris.
—Supuse que contestarías de ese modo, así que te doy mis más grandes aplausos por haber abierto esa boca tuya —se oyó una risa—. No creía que aún siguiera funcionando.
Snow no contestó, se quedó en silencio. Hasta su respiración pareció desaparecer. Lo único que se oía era la voz de la esfera diciendo: "Sangre y Arrebatar."
El silencio en la habitación duró varios segundos, hasta que un trueno partió el cielo. El estallido fue tan fuerte que varios habitantes del vecindario gritaron y lloraron, saliendo de sus casas a la carrera.
—¡Hay una bruja de nuevo en este lugar! —se oyeron gritos—. ¡Tenemos que quemar esa casa aprovechando que esa maldita bruja está encerrada!