Mariposas de Cristal

5. Diario

Un libro

Lo sujeto entre mis manos mientras observo su portada, desgastada y cubierta de polvo, testigo silencioso del paso del tiempo.

¿Quién sabe cuántos años habrá permanecido oculto en ese compartimiento bajo las viejas tablas del suelo?

Frunzo el ceño al recordar las palabras de aquella señora que nos mostró la casa.

¿Por qué, si la casa es bonita, nunca hubo nadie que viviera en ella? - pregunto, rompiendo el silencio.

– Por la ubicación de la casa, la mayoría no disfruta estar tan rodeado de naturaleza y prefieren vivir en un vecindario con más gente y casas cercanas, ya que esta está un poco alejada - me explica la señora, sonriendo amablemente.

Si esta casa nunca tuvo dueño, ¿cómo llegó este libro aquí?

A pesar del polvo y su evidente antigüedad, tiene una belleza inquietante. Su portada está adornada con lo que parecen ser flores marchitas, dispuestas en un patrón meticuloso. En el centro, una mariposa partida a la mitad, su otra ala delineada con más flores, como si el tiempo la hubiera atrapado entre sus páginas.

En la esquina inferior izquierda, una inscripción dorada: una letra "A" seguida de un nombre apenas legible. ¿Adeline?

La incertidumbre me impulsa a abrirlo. Apenas lo hago, una nube de polvo se libera, provocándome una tos seca y un par de estornudos. Pero la incomodidad no es suficiente para detenerme. Con una mezcla de expectación y recelo, paso la primera página.

Diario de Alara Fylora

Apenas abro el libro y leo las primeras palabras, un sentimiento de culpa se instala en mi interior. Se supone que un diario es algo privado, un refugio donde se confiesan los más profundos temores y secretos, un espacio que solo su dueño debería leer.

El hecho de que estuviera escondido en un lugar tan difícil de encontrar solo refuerza la idea de que guarda más misterios de los que debería descubrir. Quizás esté a punto de adentrarme en algo que nunca debió salir a la luz.

Pero también existe otra posibilidad inquietante: ¿y si este diario perteneció a alguien que ya falleció y su alma viene a atormentarme por haberlo leído? ¿O peor aún, y si es el libro de una bruja de hace siglos, lleno de conjuros que lo maldijeron para siempre? Ninguna de las dos opciones me resulta particularmente alentadora.

Con este pensamiento clavado en mi mente, cierro el libro de golpe, negándome a leer más. Sin embargo, la curiosidad se instala en mi interior como un veneno lento, carcomiéndome desde dentro. Siento el impulso de abrirlo, de sumergirme en sus páginas y descubrir los secretos que oculta. Pero al mismo tiempo, algo en mí insiste en que no debo hacerlo. Es un debate interno, una batalla entre lo que deseo y lo que sé que está mal, entre la tentación de lo prohibido y la prudencia de ignorarlo.

Decido apartarlo, dejarlo en algún rincón de la habitación como si no tuviera importancia, como si no me hubiera afectado de ninguna manera. Si lo ignoro el tiempo suficiente, quizá su presencia deje de pesar sobre mí.

Mientras intento distraerme, apartando la vieja alfombra de mi habitación, salgo al pasillo y me encuentro con mi madre. Está de espaldas, acomodando un cuadro familiar en la pared, ajena a la tormenta de pensamientos que me consume.

Al pasar a su lado, la pregunta surge casi sin pensarlo:

—Mamá, ¿estás segura de que nadie ha vivido aquí antes que nosotras?

—Eso es lo que dijo la guía, cariño —responde ella sin apartar la vista del cuadro, asegurándose de que quede perfectamente alineado en la pared—. ¿Por qué lo preguntas?

Conozco a mi madre. Si le contara sobre el libro, lo examinaría de inmediato, tal vez lo llevaría lejos o, peor aún, lo descartaría como una simple reliquia sin importancia. Y aunque en este momento no quiero abrirlo, tampoco quiero alejarme de él. Algo en mi interior me dice que ese libro me pertenece ahora, que su historia de algún modo está ligada a la mía. No sé si es solo una sensación irracional o un verdadero presentimiento, pero lo único que tengo claro es que no quiero que desaparezca de mi vista.

Puede sonar una locura, pero siento que la curiosidad me está impulsando mucho más de lo que debería.

Decido no seguir con el tema y doy por terminada la conversación. Bajo la alfombra al primer piso y la dejo fuera de la casa antes de que mamá comience a estornudar por todo el polvo acumulado. A pesar de la distracción, mi mente sigue atrapada en el mismo pensamiento, llena de preguntas sin respuesta.

Si nadie ha vivido aquí antes, ¿cómo es posible que haya un diario? ¿Quién lo escribió y por qué lo escondió debajo del suelo? Cada posibilidad que imagino solo hace que mi inquietud crezca, alimentando el deseo de regresar a mi habitación y abrirlo de una vez por todas.

Aunque, pensándolo bien, la respuesta a todas mis preguntas podría estar en ese libro. En sus páginas se esconde la verdad, la historia de Jacqueline… quienquiera que sea. Pero aunque quiero leerlo, mi moral me lo impide. Es el diario de otra persona, un espacio privado que no debería invadir. Aun así, no puedo ignorar el pensamiento de que ser demasiado racional puede ser, a veces, terriblemente aburrido.

—Cariño, ¿por qué no sales a pasear por el pueblo? Así lo conocerás mejor —dice mamá de repente, sacándome de mis pensamientos.

No es una mala idea. Al fin y al cabo, voy a vivir aquí, y sería útil ubicarme en el lugar. No quiero arriesgarme a perderme en sus calles y que nadie sepa dónde encontrarme. Además, tal vez un poco de aire fresco despeje mi mente… o al menos me ayude a dejar de pensar en ese libro.

Exagerada

Realista.

—Está bien, me cambio y salgo —respondo antes de subir las escaleras hacia mi habitación.

Al entrar, mis ojos se posan de inmediato en el libro, aún descansando sobre el escritorio como si esperara por mí. Trato de ignorarlo, de apartarlo de mi mente, centrándome en otra cosa. Quizás este paseo me ayude a disipar la curiosidad que me persigue, como una sombra que no quiere dejarme en paz.




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