Hanna
El silencio. La oscuridad. La soledad.
Eran las cosas que había en mí. El silencio que había en casa, la oscuridad que había en mi habitación y la soledad que siempre me acompañaba a todos lados. Pero siempre trataba de mostrar una sonrisa forzosa pero que por dentro me heria más.
Mis padres viajan constantemente por el mundo, no siempre me llevaban con ellos, porque sabían lo mucho que podía afectarme, no estar en un lugar estable. Pero lo que más me afectaba era su ausencia, no me importaba a donde fuéramos, con tal de estar con ellos, me sentía menos triste. Aun así, no podían cambiarme de escuela cada 3 meses que ellos viajaban, era algo inestable. Así que me dejaron aquí, en una nueva casa, en una nueva ciudad, en una nueva escuela. Sola.
La soledad era parte de mí, era como mi sombra, la que me acompañaba a todos lados. Podía tener la mejor casa, la mejor ropa, el mejor celular, ¿pero acaso eso llenaba el vacío que mis padres dejaban cada vez que trabajan más?
Recuerdo algunos momentos de pequeña, cuando los fines de semana siempre estábamos juntos, cenábamos juntos, jugábamos juntos. Pero todo eso cambio de un día para otro. Todo cambio de la nada. Dejándome sin ninguna explicación o motivo.
Al pasar los días, los meses, los años. Me di cuenta que ya habían dejado de estar en mi vida. Desde que no estuvieron en mi cumpleaños número 10, desde la primera navidad, hasta el día de acción de gracias.
Tampoco tenía amigas, porque viajábamos tanto que nunca pude entablar ni siquiera una conversación con alguien, o una amistad. Hasta el día de hoy, no sé cómo se siente tener un amigo, alguien en quien puedes confiar hasta tu más oscuros secretos o hasta tus sentimientos hacia alguien.
Todo eso, no he podido sentir, y que, con el tiempo, me he vuelto una persona orgullosa, egoísta y apática. Había crecido entre cosas materiales que nunca me llenaron y llenarán. Había crecido solamente pensando en mí, pero que al fin y al cabo tampoco pensaba en mí.
Escucho el sonido del claxon del chofer y bajo rápidamente por las escaleras, pero antes me veo al espejo para saber que estoy bien. Aliso con mis manos la blusa y la falda nueva, me queda un poco grande, pero sé que luego lo puedo arreglar.
Llego al auto rápidamente y lanzo mi mochila al asiento de atrás y voy de copiloto.
—Buenos días, señorita —me saluda Ray
—Buenos días —dije suspirando.
—¿Esta nerviosa? —pregunta mientras el auto se pone en marcha.
—No, es la octava vez que me cambian de escuela, estoy acostumbrada.
—Sabe que es por su bien, porque si hubiera ido con sus padres, estaría en más escuelas.
Bufé y dirigí mi vista hacia la ventana, la nueva cuidad no eran tan mala como la última. Mientras veía el recorrido hasta llegar a la escuela comencé a recordar cuando mis padres me llevaban a cada primer día de escuela. Siempre nos tomábamos una foto antes de que yo entrara. Pero aquellas fotos se perdieron cuando comenzamos a mudarnos cada vez más.
Cuando vi la escuela, me quedé algo asombrada, era una escuela muy grande, había muchos estudiantes. Sabía que este era mi último año, y también porque el próximo comenzaría a estudiar para llevar la empresa que ellos dirigían y necesitaban mi apoyo.
Bajé del auto, cogí mi mochila y me despedí. Mientras iba caminando hasta llegar a la puerta principal escuche un timbre sonar. Las clases estarían a punto de comenzar y yo no recordaba el número que me dio Ray para mi casillero.
Busco mi móvil y marco a Ray para preguntarle, pero no contesta. Voy caminando por los pasillos y cada vez a menos estudiantes. Sigo caminando sin saber a dónde iba, las escaleras aquí eran infinitas, no tenían cuando acabar.
No logro encontrar a nadie para poder preguntarle donde me encuentro, pero veo a lo lejos una puerta que llama mi atención. La verdad es que suelo ser muy curiosa, pero a veces mi curiosidad puede traer malas cosas.
Sin pensarlo voy hacia esa puerta, la abro lentamente y me doy cuenta que estoy en la azotea. No sé cómo pude subir tanto hasta llegar aquí, miro por todos lados y está vacío, o eso creía, hasta que vi a alguien al filo, cerca del vacío. Llevaba unos audífonos y al parecer no escuchaba nada.
Rápidamente fui hacia él y lo tome del brazo haciendo que cayera hacia atrás. La cabeza me dolía por el golpe, me gire para verlo, él se encontraba sosteniendo su brazo adolorido. Me levanté rápidamente y me puse al frente de él.
—¿Estás loco? ¿A caso no piensas en lo riesgoso que es eso? —dije casi gritando.
Él no dijo nada, solo escuche un quejido de su parte y se levantó. Mientras se limpiaba el uniforme quise recoger sus audífonos del suelo, y me di cuenta que se habían roto. Él se dio cuenta y me los quito rápidamente de las manos, al parecer no tenían reparo.
—Lo siento…yo solo trataba de ayudar.
¿Hanna, ayudado a alguien? Eso es algo que nunca se ha visto
Él metió sus audífonos a su mochila y se fue, cerrando la puerta de golpe. Fui tras él, pero no lo encontraba, hasta que un maestro me vio en el pasillo sola.