Hambre de brillar como una estrella en el mundo de la literatura es el anhelado sueño de Leily Black, una joven de veinticuatro años quien comenzó a escribir desde los doce y que con el tiempo ha visto todas sus ideas tomar forma al plasmarlas en diferentes documentos; sin embargo, en el pequeño pueblo en el que habita le ha sido complicado encontrar la oportunidad adecuada para volver realidad ese anhelado sueño. Es esta la razón por la que se encuentra en el tren de camino a New York con la esperanza de encontrar la oportunidad que le permita crecer como escritora.
Posando sus grandes y expresivos ojos color avellana en la ventana para apreciar el paisaje del exterior, sabiendo que a cada momento se aleja más de su querido pueblo y viendo como se aproxima a una nueva aventura se siente llena de incertidumbre y emoción. La gran manzana no es cualquier cosa y sabe que debe tener mucho cuidado en la famosa jungla de asfalto, «Claro que soy capaz de lograrlo.» se dice apartando un mechón de su rojizo cabello, la perseverancia que posee la joven siempre ha sido un gran determinante para comenzar nuevos proyectos y realizar nuevos intentos a pesar de los obstáculos que se le presenten. Percatándose que el tren llega a su destino, respira de manera profunda toma su poco equipaje y se prepara para descender.
Observando por el ventanal del gran edificio en el que se encuentran las oficinas de Watkins Technology con la mirada perdida se encuentra un joven de veintiocho años, « ¿Quién pensó que lograría llegar hasta aquí?» piensa con una sonrisa orgullosa. Escuchando su teléfono sonar deposita el café que tenía en su mano izquierda sobre su lujoso escritorio de cristal, toma su teléfono y desliza la pantalla.
–Hola, abuelo, ¿Cómo te encuentras? –pregunta con tono tranquilo.
–Hijo, me encuentro bien, quiero invitarte a una cena esta noche, en mi casa.
–Creo que no me es posible, abuelo, tengo mucho trabajo y…
–Deja de inventar pretextos como si yo fuese un desconocido–lo interrumpe–. Hace más de cinco años que no hablas con tu padre, ¿Puedes superarlo ya? Tu indiferencia le duele, por favor, hazlo por mí.
–Te amo, abuelo, pero ni por ti ni por nadie lo perdonaré, lo que hizo no tiene nombre–indica el joven con tono duro.
Un suspiro cansado se escuchó al otro lado de la línea tras escuchar la fría y amarga respuesta de aquel joven que alguna vez fue alegre y lleno de vida. Charles Grant, un hombre de setenta y tres años de edad miró a Adrian Grant su hijo de cincuenta años quien al entender esa mirada de su padre suspiró con tristeza. Ya eran cinco años pero su hijo continuaba sin querer saber nada de él e incluso había decidido utilizar el apellido de su madre como claro mensaje del rechazo que le profesaba.
–Estas siendo muy duro, Viktor.
–Ahora mismo no puedo continuar con la conversación, me encuentro muy ocupado, te llamaré después diviértete en tu cena– responde el joven sin poder evitar el amargo sabor que se ha apoderado de su boca.
Tomando asiento sobre su silla de escritorio apoya sus codos sobre la mesa y sujeta su cabeza entre sus manos en un intento por apartar de su mente aquellos terribles recuerdos que destruyeron su vida por completo. Había cumplido hacia poco tiempo sus veintitrés años, su madre se encontraba gravemente herida en el hospital tras haber sufrido un terrible accidente automovilístico, el joven ya se encontraba agotado por llevar dos días continuos en el hospital sin apartarse del lado de su madre, hasta que llego su tía Regina y lo obligó a retirarse a su hogar para que descansara un poco. Al llegar a su hogar ingresó, sentía que sus pies pesaban cual plomo. Cada paso le costaba más que el anterior por lo que al llegar al borde de las escaleras y mirar hacia arriba le pareció la tarea más complicada del mundo, de manera lenta subió las escaleras para poder llegar a su habitación. De pronto, escucho risas en la habitación de sus padres, extrañado cambio la dirección de sus pasos se dirigió a la habitación de sus padres encontrando el espectáculo que jamás en la vida espero.
–Jamás te perdonare–musita sintiendo la tensión en sus hombros y el dolor en su mandíbula.
– ¡Viktor, ven rápido, creo que lo conseguimos!–exclama emocionado Ryan Snyder ingresando en la oficina de su amigo.
Desde hacía varios meses se encontraban trabajando en una nueva tecnología; sin embargo, no conseguían hacer que funcionara de una manera correcta el sistema operativo. Al escuchar la voz de su mejor amigo el joven elevo sus intensos ojos grises y los dirigió al joven que lo miraba emocionado por conocer la reacción de su mejor amigo al escuchar la maravillosa noticia.
– ¿Qué estamos esperando? ¡Vamos!
Reprime sus sentimientos negativos de manera diestra y coloca una sonrisa de emoción en su rostro, ya se encuentra acostumbrado a lidiar con todas esas emociones en absoluta soledad. Se pone de pie y se encamina para acompañar a Ryan, no puede permitir que esos recuerdos amarguen un logro tan importante y por el que tanto se han esforzando. Lado a lado los amigos avanzan con la misma emoción por haber logrado un acontecimiento tan importante.
Llegando a un pequeño departamento que ha conseguido obtener se encuentra Leily, definitivamente ese no es el barrio más agradable; sin embargo, es lo que puede pagar y no por eso se desanimara, siendo una joven sencilla le basta con tener un lugar donde dormir, estar segura, poder asearse y algo para comer, el resto siempre llegaba de una manera u otra. Con tranquilidad, abre la puerta del departamento e ingresa, las paredes se encuentran cubiertas con papel tapiz de color verde evidentemente gastado, hay pocos muebles en el interior; además, por el tiempo sin inquilinos, los servicios fueron cancelados, consiguieron restablecer la luz y el agua pero el gas no fue posible por la falta de capital. La joven enciende la luz y observa detalladamente ese lugar que será su hogar, «Muy cálido no es pero al menos la luz funciona y el agua también, aunque deberé bañarme con agua fría por algún tiempo, en fin, al mal tiempo, buena cara y como este es un súper mal tiempo requiere de mi mejor cara.» piensa acomodando sus pertenencias sobre una pequeña mesa de madera y toma su teléfono.