Mi amor en directo

Tres mirada , un destino

Jeremiah

No entendía por qué sentía un nudo en el estómago al verlos besarse.

La música seguía sonando a todo volumen, las luces giraban, las copas tintineaban en las mesas del VIP. Alexander estaba sentado junto a mí, bebiendo su whisky en silencio después de bajar a la pista y besarla.

Ni siquiera conocía a esa chica. Pero había algo en ella que me llamaba. Su mirada tímida, sus gestos nerviosos, la forma en que bailaba sin querer llamar la atención pero terminaba atrayendo todas las miradas. Era diferente.

—Jereeee —canturreó una voz aguda detrás de mí. Me giré y vi a la fan que me había estado siguiendo toda la noche. Cabello rubio platinado, minifalda verde neón y un perfume tan dulce que mareaba—. ¿Me firmas esto? —puso su móvil frente a mí con la app FanLink abierta en su perfil y un corazón con mi nombre.

Forcé una sonrisa. ¿Cómo se llamaba? ¿Lexa? ¿Liza? No… Lexi. Sí, algo así.

—Gracias por todo el apoyo, Lexi. Pero… —Tomé su móvil, marqué mi firma digital y se lo devolví—… solo te veo como una fan, ¿vale?

Su sonrisa se borró al instante, pero no le di tiempo de replicar. Me levanté y salí rápido de la zona VIP. Mis pasos eran firmes, mi pecho ardía. ¿Por qué sentía esta urgencia? No la conocía. Ni siquiera sabía su nombre.

La vi junto a la salida, apoyada contra la pared negra iluminada por un letrero neón que decía Wild Nights. Sus hombros temblaban y cubría su rostro con las manos. Me acerqué sin pensar.

—¿Estás bien? —pregunté con suavidad, cuidando no asustarla.

Ella levantó la cabeza. Sus ojos estaban húmedos, su maquillaje ligeramente corrido, pero aún así era preciosa. Tenía algo… algo que me hacía querer protegerla.

—Sí… bueno, no… —dijo con un hilo de voz, intentando sonreír.

Me acerqué un poco más. Podía oler su perfume a vainilla y flores, suave y dulce.

—¿Te acompaño a casa? —pregunté sin poder evitarlo.

Ella dudó un segundo y luego asintió.

—Gracias…

No me dijo su nombre. Y eso me irritó, no por ella, sino porque necesitaba saberlo.

Salimos juntos del club y caminamos bajo la brisa de la madrugada barcelonesa. Ella iba mirando el suelo, sujetando su bolso como si se aferrara a algo para no desmoronarse. Yo no podía dejar de mirarla. Sus manos, sus labios, la manera en que se encogía en sí misma.

Llegamos a la residencia y se detuvo frente a la puerta de cristal.

—Gracias por acompañarme —dijo, casi susurrando.

—No hay problema —respondí, aunque por dentro sentía que nada estaba bien.

Fue entonces cuando lo vi.

Apoyado contra una de las columnas de mármol, con las manos en los bolsillos de su chaqueta negra, estaba Alexander. Sus ojos brillaban bajo la luz del neón y una pequeña sonrisa apareció en su rostro al vernos.

—Principessa… —dijo suavemente.

Ella se tensó a mi lado. Alexander descruzó los tobillos y caminó hacia nosotros, deteniéndose frente a mí. Sus ojos se suavizaron aún más al reconocerme.

—Jere —dijo, dándome un leve golpe amistoso en el brazo—. No esperaba verte hoy aquí.

—Yo tampoco —respondí, algo incómodo, mirando a la chica entre nosotros.

Alexander miró a Ellen con ternura, su expresión era dulce, nada que ver con el beso posesivo de antes.

—¿Estás bien? —preguntó, su tono lleno de preocupación genuina.

Ella asintió, pero sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas otra vez. Alexander frunció el ceño y respiró hondo antes de mirarme a mí.

—Gracias por traerla. No me habría gustado que volviera sola.

—No hay problema. —Me quedé en silencio un segundo y luego añadí, sin poder contenerlo—. ¿Quién es ella?

Alexander miró a Ellen un momento antes de contestar con voz baja y suave:

—Alguien… muy importante.

El silencio se volvió pesado. Ellen los miraba a ambos con ojos grandes y brillantes, su respiración agitada. En ese momento, supe algo con absoluta certeza:

Estaba jodido. Porque sin conocerla… ya la quería proteger. Y no era el único.

La madrugada estaba fría cuando caminé de regreso a mi piso. Me subí la capucha de la sudadera y metí las manos en los bolsillos, intentando ignorar el leve temblor en mis dedos.

No podía sacármela de la cabeza.

Cada paso que daba, la veía de nuevo: su cabello castaño cayendo sobre sus hombros, sus ojos grandes y llenos de lágrimas, la forma en que sujetaba su bolso como si quisiera desaparecer. Había algo tan vulnerable en ella… pero a la vez, algo tan fuerte, como si estuviera hecha de cristal templado.

Sacudí la cabeza, molesto conmigo mismo. ¿Por qué me importaba? Ni siquiera sabía su nombre. Solo sabía que Alexander la llamaba “principessa” con un tono que jamás le había escuchado usar con otra mujer.

Entré a mi piso y me quité las zapatillas sin encender las luces. Todo estaba en silencio. Mis compañeros de stream ya dormían. Fui directo a mi habitación, me dejé caer en la cama y abrí el móvil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.