Mi jefe y su hijita

Episodio 36

ALINA

Sigo a Verner, intentando controlar la avalancha de emociones. Me cuesta mantener la calma cuando este hombre está cerca. Pero cuando por fin llegamos a su despacho, le pide a la secretaria que traiga dos cafés y que no lo moleste con trivialidades, porque tiene trabajo importante, y yo ya no tengo tiempo para preocuparme. Aunque su petición me hace sentir algo incómoda, en cuanto nos sumergimos de verdad en el trabajo, no tengo espacio para tonterías y me concentro por completo.

Después del almuerzo, él se disculpa conmigo y me informa que va a la clínica a ver a su hija. Me pongo algo nerviosa, finjo no estar al tanto de nada y, con cierta timidez, alzando la vista hacia él, pregunto:

— ¿Qué le pasa a Lea?

Verner me repite lo mismo que ya me había contado Vera por teléfono y se dispone a marcharse, pero yo me atrevo a pedirle algo:

— Señor Arsén Maksímovich, ¿puedo acompañarlo? También me gustaría visitar a Lea.

Él me mira unos segundos y, luego, sonriendo, asiente con la cabeza:

— Vamos. A Lea le encantará verte.

Por dentro me invade una alegría inmensa. Me emociona que no me haya rechazado. Quiero ver a esa pequeña preciosa. Me ha tocado el corazón, casi tanto como su padre.

Estoy algo nerviosa, pero al acercarme a la puerta, le digo apresurada:

— Gracias, señor Arsén Maksímovich. Espéreme un segundo, solo voy por mi bolso.

— Claro, por supuesto.

Corro a mi oficina. Las emociones me desbordan. El corazón no deja de latir con fuerza. El hombre que amo está a mi lado, y aunque no sepa lo que siento por él, ya soy feliz solo por estar tan cerca. Antes solo podía soñar con esto.

Regreso rápido y salimos juntos de la oficina. Arsén me habla sobre la enfermedad de la niña y lo difícil que está siendo todo. También me cuenta que contrató a una enfermera y que le duele no poder estar más tiempo con su hija.

De camino a la clínica, le pido que pasemos por una tienda para comprarle algo a la pequeña, pero me dice que por ahora tiene una dieta muy estricta. Entonces le propongo parar en una juguetería.

Le compro a Lea un osito blanco, suave, de tamaño mediano, y seguimos rumbo a la clínica.

— Alina, ¿por qué compraste un peluche tan grande? — frunce el ceño.

— Esto no es grande, señor Arsén Maksímovich. En la tienda había uno de mi estatura. Este es pequeño.

Verner sonríe y, suspirando, admite con sinceridad:

— Ahora Lea se va a recuperar mucho más rápido. No tiene idea de la sorpresa que le espera.

Bajo la mirada, un poco avergonzada, y le digo:

— No exagere, señor Arsén Maksímovich...

— Alina, hablo en serio. Lea se encariñó contigo enseguida, aunque ya te lo había mencionado. Le cuesta mucho conectar con personas que no conoce bien. Y, sinceramente, se enfadó bastante conmigo cuando te fuiste.

— ¿Por qué? — pregunto sorprendida.

— Dijo que te habías ido por mi culpa. Y tenía razón, pero... — hace una pausa, y luego añade: — Por desgracia, la vida adulta a veces es demasiado complicada como para entenderla por completo, incluso para los propios adultos, mucho más para los niños.

Mientras charlamos, llegamos a la clínica. Nuestra conversación parecía tranquila, natural, pero mi corazón sigue latiendo con fuerza en presencia de Verner. Me da pena tanto él como su hija. Ambos sufren por la falta de tiempo y atención. Él está obligado a trabajar, y ella... a esperarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.