ALINA
Me desperté de inmediato; la llegada de este hombre tan atractivo me hizo sentir nerviosa y, al mismo tiempo, estremecerme. No puedo controlar las emociones ni los sentimientos que tengo hacia él. Y me doy cuenta de que en mi corazón ha encendido una pequeña esperanza de estar con el hombre que amo. Me gusta todo de él: sus gestos, su voz, su belleza... y ahora simplemente disfruto de su presencia.
—Alina —rompe de pronto el silencio—, fui tan atrevido al pedirte que mañana pases tiempo con mi hija... ¿o tal vez ya tenías planes para mañana?
—No, no tenía —respondo de inmediato—. Por suerte, soy dueña de mi tiempo y puedo hacer lo que quiera.
Werner sonríe apenas y comenta con delicadeza:
—Claro, eso tiene sus ventajas, pero también sus desventajas...
Suspiro, conteniendo mis emociones, y luego, mirando por la ventana, le contesto:
—La vida es algo complicado. Y hace poco entendí un detalle: es mejor quedarse sola, no depender de nadie, disfrutar la vida... eso es mil veces mejor que vivir con cualquiera. —Respiro hondo y añado—: así que, como en todo, hay ventajas y desventajas. —Decido cambiar de tema y pregunto—: En fin, eso son tonterías, señor Arsén Maksímovich, mejor dígame, ¿se llevó mi portátil del trabajo?
—Sí, está en el asiento trasero —responde mi jefe y añade—: no estoy de acuerdo contigo, Alina, porque toda persona en este mundo quiere ser feliz.
Esbozo una sonrisa torcida y respondo con sinceridad:
—Por supuesto. Pero si esa felicidad no existe, es mejor estar sola para no amargarse la vida ni a uno mismo ni a los demás.
—Tiene sentido —asiente Arsén y pregunta—: ¿y qué hay de la metáfora de que cada persona es el herrero de su propia felicidad?
Humedezco mis labios y sonrío, constatando con ironía:
—Entonces, yo debo de ser una mala herrera —suspiro—. Aunque quizá todo llega a su debido tiempo.
—Puede que tengas razón —concuerda él, y me pide—: Alina, me prometiste organizar las tablas. Quiero pedirte que lo hagas cuando puedas, porque hoy las revisé y, de verdad, están hechas un desastre.
—Claro, lo haré lo antes posible —prometo, conteniendo la agitación que siento por dentro.
La lluvia empieza a golpear el cristal. Suspiro y parpadeo mientras los limpiaparabrisas se mueven. Y en mi cabeza ya empiezan a surgir ideas descabelladas.
Ojalá pudiera ahora mismo dar una vuelta con este hombre por la ciudad casi nocturna. Simplemente en silencio, sin palabras de más. Conducir, disfrutando de la calma y de su compañía... Ay, lástima que eso sea solo un sueño mío.
—Alina, ¿y si damos una vuelta por la ciudad esta noche? —
De pronto, su hermosa voz —esa que me encanta hasta la locura— rompe el silencio. Parpadeo. Por algún motivo, siento que lo he imaginado. No sé cómo reaccionar, porque esa propuesta ha hecho que mi corazón salte de alegría. Dirijo una mirada tímida hacia él, que me observa fijamente en la penumbra mientras frena en el semáforo.
—Entonces, ¿vamos?
—Señor Arsén Maksímovich, pero... esto no está bien —humedezco mis labios, nerviosa. Quiero ir con él, lo deseo hasta perder el aliento, pero temo que sea una especie de prueba, porque recuerdo perfectamente sus comentarios sobre las relaciones en el trabajo. Y no puedo callar—: ¿y la ética profesional?
—¡Alina, basta ya! —me dice con una hermosa sonrisa, haciendo un gesto con la mano—. Las reglas existen para romperse...
Lo miro con los ojos muy abiertos, y él, arrancando de nuevo, conduce con seguridad mientras continúa:
—Me encanta la lluvia, y me apetece dar un paseo por la ciudad bajo esta noche lluviosa, pero contigo. ¿No me dirás que no?
Creo que ni respiro. Dicen que los pensamientos tienen la capacidad de hacerse realidad... Y parece que los míos se materializan a la velocidad de la luz.