Jonathan
Mi despertador sonó, odiaba ese sonido cuando era niño, ese sonido irritante y que interfería en mi descanso solo para recordarme que tenía que volver a la escuela, era agotador, cuando me gradué me alegré porque pensé que no volvería a ir a un lugar así sin saber que volvería nuevamente, pero con la diferencia de que ahora yo no estaría sentado en esas butacas tan estrechas e incómodas para hablar y garabatear en las clases; ya era un adulto. Ahora tengo dos trabajos un tanto aburridos, por las mañanas trabajo en una galería de arte, para ser más específico un guía y por las tardes suelo ser esa persona que solía pararse delante de mí y hablaba durante una o más horas sobre un tema que dentro de unos meses olvidaría por completo, me convertí en la persona que solía ignorar de vez en cuando y que solo le prestaba atención cuando mencionaba las palabras «Apunte» «Examen» «Importante» «Salida» «Receso» «Evento» solo en esos momentos mi atención se dirigía hacia esa persona.
Sí, soy un profesor de artes.
Me levanté con el despertador todavía sonando, marcaba las seis de la mañana, hora de levantarse y arreglarse para ir al trabajo.
Después de una hora salí del departamento, en ese tiempo realicé mi aburrida rutina matutina que consistía en recoger lo necesario para que no se notara demasiado desorden en el departamento aunque sabía que casi nunca había visitas, prender la cafetera o si ese día no quería funcionar calentaba el agua y me preparaba una taza de café y lo acompañaba con una tostada o algún pan que solía comprar en la misma panadería que visitaba todas las tardes, me daba una ducha rápida, me vestía y peinaba, después de eso salía al trabajo, esa era mi rutina matutina. Esas eran las acciones que nunca faltaban, era un pequeño ritual para prepararme para el laborioso y ruidoso día que me esperaba.
Otro ritual de la mañana era cruzar el parque de la ciudad para llegar a mi trabajo en el museo, era tranquilizador ver algunas aves en los árboles, personas caminando o corriendo, algunas mascotas y sus dueños, un grupo de personas haciendo yoga y algunas madres llevando de la mano a sus hijos a la escuela. Envidiaba a la mayoría de las personas que veía en ese recorrido, en esas horas la mayoría parecen despreocupados y con mucha energía, era agradable.
Mientras caminaba recordé que ese día tendría que darles un tour a unos alumnos de secundaria, la escuela pidió que el tour solo fuera por algunas áreas sobre historia y unas que otra sobre pinturas o esculturas antiguas, era un museo un tanto pequeño, tenía algunos fósiles de animales extintos, plantas e insectos. Algunas cosas propias de la ciudad, algunos cuadros y esculturas. Nada de otro mundo o al menos eso era lo que yo pensaba, después de todo los veía casi todos los días, tal vez por eso perdí el interés en varios objetos. También era el lugar donde solía exponer mis pinturas u obras. No quiero sonar demasiado engreído, pero soy un tanto famoso, las personas me recuerdan por ser el escritor y compositor de las canciones de la banda más popular de la ciudad, también era conocido porque siempre participaba en los concursos artísticos cuando estaba en el instituto. Nada realmente significativo, a decir verdad.
Llegué a esas enormes puertas de madera que estaban arriba de varios escalones, suspiré pesadamente sabiendo que después de los escalones principales le seguirán más por dentro, estéticamente se veía bien, pero era una molestia tener que subir y bajar esas escaleras varias veces al día.
Al llegar a la puerta saqué la credencial de identificación, era una credencial que todo el personal posee, su función principal es para reconocer al personal y para entrar en algunas áreas específicas dependiendo de tu puesto. Esa credencial se debe colocar en un gafete a la altura del pecho, aunque a veces lo llevan en el bolsillo.
Al entrar me encontré con mi compañera Margaret, una señora 15 años mayor que yo, tiene el cabello corto, que me recuerda al de la princesa Diana, pero con mechones grises en una cabellera castaña, su rostro muestra unas líneas de expresión y siempre que está detrás del mostrador de madera lleva en su rostro unos lentes estilo ojo de gato, de un color vino, es una mujer un tanto seria, solo habla lo suficiente, nunca decía más ni menos, es una mujer bella, pero sería más si dejara esos feos lentes.
— Buenos días, Margaret — Salude cuando llegue al mostrador y le extendí la credencial.
— Buenos días, Jon —Saludo ella con una voz un poco grave, ¿tal vez tiene ese tono de voz porque suele fumar demasiado?, ella tomó la credencial y anoto mi registro en una hoja, solía anotar a todo el personal cada vez que salía o entraba, esa medida se empezó a tomar después de que alguien intentó robar una piedra de una exposición, no sé muy bien el porqué, ya que eso sucedió hace 10 años y yo inicie a trabajar hace 6 años, cuando tenía 35 años.
Después de unos segundos me entrego mi credencial y me la coloque, pregunte en qué momento llegará el grupo que guiaría ese día, ella respondió que a las ocho, era en unos cinco minutos.
El grupo se retrasó más, para ser exactos llegaron trece minutos tarde, eso me molesto, odiaba que llegaran tarde. Se acercó la maestra, me presenté y comencé con el recorrido. El recorrido era aburrido incluso para mí, la mayoría de los chicos no prestaban atención a mis palabras, solo algunos me miraban atentos y observaban con asombro las cosas que mencionaba, podría apostar que esos chicos eran los típicos cerebritos, los matados del salón. Continúe hasta terminar y llegar al punto de partida: la recepción, conteste algunas preguntas y me despedí; el recorrido duró una hora y media, fue agotador, pero hubiera sido más rápido si uno de los chicos no me hubiera preguntado algo cada tres minutos.
Supongo que mi rostro mostró cansancio cuando todo el grupo se marchó, pues Margaret lo noto.