Natalie
¿No les ha pasado que se despiertan y sienten que todo les sale mal? Este es uno de esos días: mi hermano menor me despertó gritando en el oído, tropecé y casi me rompí los dientes mientras me calzaba los zapatos, el examen de matemáticas no fue la peor parte, ¡este momento lo es!
El problema conmigo es que todos los días pasan cosas parecidas, soy demasiado torpe, tengo dos pies izquierdos, a mi destino le gusta ponerme en aprietos. No puedo quedarme encerrada bajo llave, aunque evidentemente puedo causarle daños a la sociedad… o a Shawn.
¿Y ahora qué hago? ¿Corro? ¿Grito? ¿Finjo demencia, lo empujo y me voy corriendo?
Delante de mí está Shawn, su antes inmaculada camisa ahora está mojada y sucia, con olor a trapeador después de asear el baño de chicos. No me muevo, me quedo estática contemplando cómo baja la cabeza y mira el desastre para luego silbar entre dientes.
Sus perfectos labios hacen una mueca de desagrado y yo me quiero morir. De hecho, quiero morir, reencarnar y volver a morir.
¿Por qué demonios no pude conocer a mi amor platónico de forma normal? ¿Por qué, por qué, por qué?
Sí, lo conozco desde hace casi tres años, tomamos algunas clases juntos; pero dudo que sepa quién soy, nunca repara en mí, jamás se ha percatado de mi existencia… Hasta ahora. No es que sea la chica invisible y fantasmal del asiento de atrás, tampoco soy tímida, por alguna razón no puedo estar a su alrededor sin ponerme a temblar, por eso nunca he podido hablarle ni pronunciar más de dos palabras en su presencia.
Este momento me lo imaginé diferente. Me hubiera gustado que nuestras miradas se encontraran por mera casualidad en un cálido día de verano en medio de un pastizal lleno de flores y que él no pudiera dejar de mirarme. Para completar el cuadro se hubiera levantado para acomodar un mechón de mi cabello como en los libros eróticos y me robaría un beso. ¡Pero no! ¡Tuvo que caerle mi jodido caldo!
Se me queda mirando expectante, sus lindos ojos están esperando por mí. Por un momento me pierdo en el marrón que se parece a la malteada que venden en mi trabajo, aunque suene soso; amo esa malteada, podría tomarla siempre.
—L-lo s-siento. —Mi patética respuesta hace que me quiera golpear la frente. No sé por qué me pone tan nerviosa. Recupero el aliento respirando hondo e intento encontrar mi voz—. De verdad lo lamento, no fue mi intención, no te vi.
—No te preocupes, fue un accidente. —Suspiro, aliviada. No quería que me odiara por arrojarle la estúpida bebida. Esboza una sonrisa de lado que me pone de los nervios, creo que él sabe lo que me provoca porque suelta una risita—. ¿Debo pagar tu… lo que sea?
Su nariz se tuerce haciendo una mueca adorable. Mierda, quiero babear.
¡Tengo a Shawn Price frente a mí! Mirándome a mí, hablándome a mí, quiere comprarme un caldo. Podría ser una cita, ¿no?
A pesar de que un montón de cuervos y zopilotes merodean en mi estómago y de que mis manos sudan, aclaro la garganta.
—Eh… ¿Debo pagar la lavandería? —cuestiono. Su sonrisa se ensancha.
Ay, creo que he muerto y he despertado en el cielo. Me ruego calma y control antes de que no pueda evitar suspirar como una damisela enamorada. ¡Contrólate, niña!
—Por supuesto que no. Entonces… nos vemos luego. —Se da la vuelta sin esperar respuesta, no le quito la mirada de encima hasta que sale de la cafetería dando pasos largos.
Atónita, regreso a mi asiento, miro a Jasmine después de colocar en la charola el cuenco vacío, se encoge de hombros y regresa al besuqueo con Greg.
Mi apetito se ha ido de paseo, la bestia hambrienta de más temprano ha sido domada, está contando mariposas y haciendo ángeles en la tierra. Ni siquiera puedo moverme o pensar en algo coherente, creo que tenerlo cerca ha quemado mis neuronas.
Llego a casa a las tres de la tarde, apenas entro el olor a pasta se cuela en mi nariz. Se me hace agua la boca, mi madre hace los espaguetis más deliciosos del mundo, espero que también haya preparado albóndigas.
Los gritos de mis hermanos me hacen rodar los ojos, los dos se encuentran en la sala peleando por el control remoto. Me tienta la idea de ir a molestarlos, pero prefiero ir a la cocina, el día de hoy ya tuve suficiente drama y el olor me llama. Soy una chica débil, la comida es mi talón… y mi codo, mi estómago y mi corazón.
—¿Cómo te fue hoy, cariño? —pregunta mamá tan pronto entro en su campo de visión.
Está frente a la estufa moviendo un cucharón en el recipiente. Lleva puesto un delantal blanco con dibujos de piñas, ella tiene una colección de esas cosas en uno de los cajones de la alacena y los utiliza según lo que vaya a preparar.
Me encojo de hombros para restarle importancia, la pregunta adecuada sería: ¿qué no pasó el día de hoy? Su entrecejo se frunce. ¡Uy! ¡Doña Lauren Holmes a bordo!
Mi madre es una de las personas más especiales que conozco, no sé cómo lo hace, siempre sabe si algo va mal, tiene eso que algunos llaman intuición. Es graciosa, le gusta ver series en Netflix una y otra vez, y llora siempre que se muere Jack Dawson. Somos parecidas físicamente, tiene el cabello de color miel y unos ojos marrones enormes, como los míos.
—¿Qué ocurrió? —cuestiona.
Obtengo cuatro vasos del lavavajillas y los pongo en la encimera para llenarlos de jugo de naranja fresco.
—Nada importante, solo arrojé mi sopa con olor desagradable en la ropa de Shawn, me quedé medio tartamuda al tenerlo enfrente. —Omito que reprobaré el examen de matemáticas, no me apetece cavar mi tumba tan pronto. Escucho que suelta una risita, yo resoplo un tanto divertida.
Si hay algo bueno a mi alrededor, eso sería mi madre. Es genial saber que estará ahí para escuchar cada cosa que quiera compartir, aunque sea lo más absurdo o lo más doloroso.
—No podría vivir con tu mala suerte, Nat —dice.