Shawn
La mesa está en silencio, estoy seguro de que nuestras respiraciones son lo único que se escucha. Mientras me llevo el tenedor a la boca, me dedico a mirarlos en secreto. Mi padre es el jefe de calidad de una empresa de alimentos y mi madre es ama de casa. Somos una familia bastante normal, tenemos un lindo hogar y un auto.
Todo estaría genial si mi padre no fuera un obseso del control, tan estricto y autoritario que me hace desear pasar la mayor parte del tiempo en otro lado. Es muy triste que no seamos los mismos que fuimos hace diez años. No soporto estar cerca porque odio que menosprecie mis esfuerzos sin darse cuenta.
Detesto que me empuje, pero nunca sé cómo decírselo, pedirle que se detenga y me deje respirar.
—¿Cuánto sacaste en el examen de cálculo? —pregunta ajustándose las gafas. Mamá me mira suplicante, pidiéndome en silencio que no pierda los estribos.
—Saqué noventa —digo sin titubear.
Antes, cuando era más chico, me ponía muy nervioso si no alcanzaba la nota más alta del grupo. Hubo un tiempo en que controlaba mis ansias mordiéndome las uñas, también me dio esta cosa llamada gastritis a los doce. Después aprendí que no puedo ser perfecto en todo, que a veces voy a fallar en algunas cosas, me gustaría que mi padre se diera cuenta de ello.
Me enfoca con los labios fruncidos, observo mi plato para ignorar la sensación de hastío que me produce. Nunca soy lo suficientemente bueno para él.
Siempre hay algo para mejorar, algún defecto para corregir. Nunca puede sentarse a mi lado y estar orgulloso de mis pequeños logros, de mis carreras ganadas.
—¿Y cuál fue la calificación más alta? —pregunta. Aprieto la mandíbula, quiero golpear cualquier cosa, no importa. Solo deseo ahogar la impotencia que siento.
—Noventa y seis.
Me desvelé tres noches para estudiar. Tres. Le pedí ayuda a un compañero para que me explicara las cosas que no entiendo, simplemente no logré obtener algo mejor. Me agrada mi noventa; pero, como ya dije antes, no es suficiente. Debo ser el mejor para valer la pena.
Lanza una risita sarcástica acompañada de un bufido. El pollo con pasta que acabo de ingerir se revuelve en mi estómago. Me pongo de pie más rápido de lo que quiero. Dejo los cubiertos con agresividad, producen un estrépito al caer en el plato.
—No has terminado la cena, Shawn —dice mamá con la frente arrugada, aparto la vista porque no quiero recriminarle con la mirada. Mi madre lo hace lo mejor que puede, incluso así, me duele que no me defienda.
—Se me quitó el hambre.
Subo las escaleras y me encierro en mi habitación dando un portazo. Quiero salir en mi motocicleta y andar por las calles sintiendo cómo el viento se estampa en mi rostro, olvidar lo que acaba de pasar. Sin embargo, eso acarrearía problemas, y mi insulsa calificación se llevó la corona de esta noche.
Me dejo caer en el colchón y me quito los zapatos. Tomo el celular y reviso mi bandeja de entrada. Me siento como la mierda. Me quedo mirando la pantalla por un buen rato hasta que me decido. Mis dedos se mueven sobre las teclas como si tuvieran vida propia.
Ocurrió otra vez, Han, ¿crees que podemos hablar? Como que lo necesito.
No me contesta de inmediato, así que es posible que esté dormida. No obstante, el móvil timbra antes de que active el botón de silencio.
Ahora no puedo, Shawn. ¡Adivina! Liam vino a la casa a hablar, vamos a arreglar las cosas. Hablamos mañana.
Arreglar las cosas. Otra vez.
Leo el mensaje una y otra vez sin poder creerlo. De verdad necesitaba que me escuchara, que… dijera que todo iba a estar bien. Quería que me recordara que debo comportarme y seguir en la rutina donde intento agradarle a papá como si eso fuera posible, aferrarme a algo.
Dejo el aparato en la mesa de noche, ignorando lo mucho que me duele que esté con él. Me decepciona que no se preocupe por mí, yo estoy incondicionalmente para ella si me necesita. La historia se repite.
Conocí a Hannah en la escuela, compartíamos varias clases y caí rendido a sus pies casi de inmediato, después de que diera un discurso inteligente en la clase de biología sobre el ADN.
No pude despegar los ojos de los suyos, tan cristalinos. Amé cada parte de su rostro, su forma de ser, su fragilidad. Supe que éramos parecidos cuando la escuché hablar sobre sus padres. Eran idénticos a los míos, siempre exigiéndonos más, empujando para alcanzar la perfección. Ella es lo más cercano a ese ideal, es inteligente, hermosa, amable, caritativa y correcta. Nada en Han está mal, es segura. Dice y hace las cosas adecuadas, no enloquece por tonterías y nunca realiza acciones que perjudicaran su futuro.
Hannah es perfecta.
Tiene lo que siempre quise en una chica, es lo que mis padres esperan que traiga a casa. Me gustaría que pensara lo mismo, pero por lo general hay una barrera que no me deja cruzar.
¿Qué puedo hacer yo si llegué tarde? No puedo obligarla a que abra los ojos porque ya lo he intentado y no ha funcionado. Ellos dos se conocían desde antes de que yo apareciera, ya eran novios cuando la conocí. Me ha platicado muy poco acerca de cómo inició su relación, solo sé, por lo que he visto y escuchado, que William Baker no la quiere como yo, no la valora, prefiere a cualquier otra chica antes que estar un segundo con ella.
Si yo fuera él… jamás me apartaría. Pero no lo soy y debo entenderlo. Estoy cansado de lo mismo. Estoy harto de esperar a Hannah Carson cuando para ella no soy más que el mejor amigo que carga su mochila en las salidas. Miro al vacío pues no tengo sueño. No sé en qué momento me quedo dormido.
La campana para salir al receso retumba en las paredes de los salones, los alumnos se ponen de pie como si fueran resortes, hago lo mismo. Me tardo en meter mis útiles en la mochila, el aula casi se vacía cuando salgo.
Recorro el pasillo automáticamente, paso varios salones vacíos. Capto un movimiento de reojo en un salón, detengo de golpe mi andar, me quedo quieto unos segundos procesando lo que acabo de ver. Me regreso y me asomo, desde el umbral observo a una chica rubia sentada en un banco con un caballete frente a ella, está usando una bata blanca manchada de color rojo. Está tan inmersa en el cuadro que está pintando que no se da cuenta de que entro y me planto a unos pasos de distancia.